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Sufragio censitario

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Con el sufragio censitario pasa como con la eugenesia, la gente saca su revolver de inmediato a pesar de que, gracias a los diagnósticos prenatales, llevamos décadas eliminando embriones con problemas, y cuando ya hacemos un sufragio restringido por edad, aunque a los dieciocho años seamos las mismas balas perdidas que éramos a los dieciséis. La urgencia por disparar viene porque en el pasado estas ideas se utilizaron de formas infaustas para oprimir a etnias y someter a las mujeres o a la gente de colores distintos. Pero no son intrínsecamente malas ideas. Un estado donde no existen grandes tensiones raciales, sexistas o de clase merecería un sufragio censitario relacionado con el nivel de instrucción. En ese caso no separaríamos a la gente de forma inmutable por sexo o raza, ni tampoco por su renta o propiedades como se propone en otro tipo de sufragios, y ocurre de facto; simplemente sería una manera de desmotivar a los idiotas, o bien de motivarlos y que dejen de serlo.

Desde siempre las masas entontecidas han curvado el espacio político, haciendo que a la gente más cabál se le escape el voto hacia formaciones que perpetúan la idiocracia. En vez de votar por un partido votamos "contra un partido". Todos nos roban, pero la alternativa siempre es peor. Así se van turnando formaciones plagadas de vasallos y rateros al servicio de los capos de la aldea más diminuta y de los ejecutivos de grandes corporaciones que pasan por encima de la ley y de la sociedad gracias a los títeres que nos hacen poner en el gobierno. Pero es un síntoma que nuestros políticos sean corruptos, la enfermedad es una democracia impulsada por idiotas. Las mafias, las pirámides clientelares, no son tan profusas por su propia naturaleza de exclusividad, pero la tontería sí es amplia y abundante, e igual que unos pocos lobos no pueden sobrevivir sin un mayor número de borregos allí donde se organizan abusones y aprovechados abundan los idiotas. Los fenómenos estúpidos y malvados son los que mayoritariamente se imponen porque la dependencia, la ignorancia y la credulidad imperan de forma aplastante sobre la libertad, el conocimiento y la razón.

Para arreglar un poco esta democracia estropeada se podrían poner trámites para votar. Aunque esto quizá espantaría a los apáticos, y los apáticos no son necesariamente tontos, mientras que los tontos sortean muy bien la burocracia porque nunca descansan. Pero para hacer de verdad mejor nuestra democracia lo ideal sería utilizar algún tipo de exámenes tanto para electos como para electores. La corrupción de los políticos y el saqueo de las oligarquías se debilitarían si tendiéramos hacia la aristocracia a los dos lados del sufragio. El Estado no puede ser un crucero que se limite a cargar con un pasaje políticamente ocioso, es una nave en la que todo el mundo debería ser tripulación; para eso el pueblo debe tener nociones de navegación. Si decimos que el gobierno es del pueblo, porque de eso trata la democracia, entonces el pueblo tiene que justificar que se ha instruido sobre el sistema que utilizamos para gobernarnos, de otra manera no debería permitirse a los ciudadanos participar en su funcionamiento. Sólo en los dibujos animados dejamos que un cretino controle una central nuclear, y un gobierno es mucho más importante que una central nuclear.

Para poder votar tenemos que exigirnos conocimientos suficientes sobre los principios y el funcionamiento de nuestro régimen. Y aunque no queramos dar una formación doctrinaria, porque una democracia tiene que ser continuamente contestada, hasta para ir contra el sistema hay que conocer lo que cuestionamos. También habría que demostrar alguna cultura general, y principalmente capacidad para tener un pensamiento crítico. Lo primero no es tan importante, porque si bien el conocimiento ayuda a tener más criterio, el buen juicio no depende enteramente de poseer un saber enciclopédico. Entonces, no siendo un tema de acumulación de conocimientos, no sería tanto un problema de acceso a recursos materiales, porque aunque las clases más pudientes forman mejores especialistas, no vemos que su inversión en educación las haya vuelto precisamente más lúcidas. No sería tan caro o impracticable hacer que la gente aprendiera a pensar. El caso es que si no podemos hacer ciudadanos capaces de discernir entre lo que es mejor, o más cierto, de entre todos los mensajes que buscan hacer una u otra política, la democracia no tiene sentido.

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