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Inefectivas, inseguras y experimentales | Diario16

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De manera que, en caso de que la COVID-19 no sea también pura ficción –las dudas son a cada día que pasa más razonables–, ¿a cuanta gente podría haber matado en realidad? ¿A 300.000 personas en todo el mundo durante los más de tres años transcurridos desde su presunta aparición en Wuham y posterior propagación allende sus fronteras?

300 mil personas fallecidas en más tres años es una cifra ridícula. La cifra de 100 mil personas al año debe encontrarse entre los índices de mortalidad por cualquier causa más bajos del mundo. La gripe y la neumonía se llevan consigo a 650 mil y a 2.5 millones, y las enfermedades vinculadas al alcoholismo y al tabaquismo, 3 y 8 millones al año, respectivamente.

Con estos datos en la mano, puede concluirse que la “vacuna” contra la COVID-19 fue y continua siendo innecesaria desde cualquiera de los ángulos que se mire. Suponiendo que fuese eficaz y segura, uno podría considerarla tan necesaria como un chubasquero en el desierto.

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La “vacunación” había sido legitimada en base a una nueva tomadura de pelo que, eso sí, conllevaba la jubilación de la tomadura de pelo anterior. La falacia “las vacunas son efectivas y han terminado con la pandemia”, pasó a ocupar el lugar de la falacia preliminar “los muertos por cualquier causa con positivo PCR son muertos por COVID”.

Lo que desde luego no es ninguna falacia, son los índices de sobre mortalidad que, desde que dio comienzo la inoculación de la “vacuna” contra la COVID-19, se están produciendo en el mundo precisamente en aquellos lugares donde existe un mayor porcentaje de “vacunación”. Unos índices de sobre mortalidad cuyos motivos, por increíble que pueda resultar decirlo, los telepredicadores de la COVID-19 y sus “vacunas”, no terminan de explicarse.

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