Abandonado a mi imbecilidad
Recibí hace meses un correo electrónico de un lector que me odiaba. Su texto, más que insultante, era simplemente cruel. Advertí, al leerlo con detenimiento tras una primera ojeada, que las razones de su odio coincidían con las mías, pues tampoco puedo soportarme, aunque no encuentro el modo de librarme de mí. Como me había facilitado su teléfono (y como soy un poco masoquista), le llamé para darle las gracias por el análisis de mi personalidad, que concordaba punto por punto con el mío. De este modo iniciamos una serie de conversaciones telefó