Dije que no pensaba compartir mesa estas Navidades con nadie que no tuviese la pauta completa y lo he cumplido a rajatabla. El cabrón de mi cuñado no se ha puesto la tercera porque no quiere mezclar. Pero los expertos de la tele aseguran que mezclar marcas las hace más efectivas y tienen razón, porque yo me chuté primero Astrazéneca y luego Pfizer y me quedé tan a gustito como los días que me meto un sol y sombra entre pecho y espalda. Los expertos de la tele dijeron también que cenásemos en Nochebuena con las ventanas abiertas y que no cantásemos villancicos, para no rociar de saliva a los otros comensales. Pero el cabrón de mi cuñado dijo que
él pensaba cantar como todos los años, y que no permitiría que abriésemos las ventanas, porque su niño está un poco delicado de las anginas. ¡Y una mierda las anginas! Ese niño asqueroso es una bomba de racimo coronavírica.
Y encima tengo que tragarme a la retrasada mental de mi hermana, que me viene siempre con que si un premio Nobel gagá ha dicho no sé qué, con que si el inventor magufo del ARN mensajero ha dicho no sé cuál... Pero, vamos a ver, ¿quién necesita atender a esos carcamales, pudiendo seguir los consejos de los expertos de la tele, que son portavoces del consenso científico? Aquí lo que hace falta es vacunarse, vacunarse y vacunarse; y, por supuesto, mascarilla hasta para ir a mear (sobre todo si antes ha ido al baño a ventosear el cabrón insolidario de tu cuñado).
Así que mientras ellos cenaban en el comedor, cantando unos villancicos que retumbaban en las paredes, yo me encerré en mi cuarto, con las ventanas abiertas de par en par y embutido en el plumas. Por la mañana me levanté un poco perjudicado por la resaca del tetrabrick de vino Don Simón que me bebí a solas, en homenaje a mi ídolo máximo. Pero entonces recordé que los expertos de la tele aseguran que los síntomas de la variante Ómicron son parecidos a los de una resaca. Así que me hice una docena de tests de antígenos y salió positivo por mayoría de siete a cinco. Sin duda, el cabrón de mi cuñado y su hijito supercontagiador, al cantar los villancicos, exhalaron una montonera de virus que se deslizaron por debajo de la puerta. De momento sólo tengo síntomas leves, pero además me ha salido un juanete, que no recuerdo si cuenta como síntoma de la Coviz. Está claro que necesito cuanto antes otra dosis de refuerzo; o tal vez tres, porque las vacunas, como ‘Star Wars’, funcionan mucho mejor por trilogías.
Pero, hasta que me pongan una nueva trilogía vacunal, voy a ser solidario y extender el virus, porque de esta pandemia sólo saldremos todos unidos, todos vacunados, todos infectados. Así que he cogido mi pasaporte Coviz, que me da licencia para contagiar, y voy a hacer una ronda por los bares más petados de la ciudad, donde me quitaré la mascarilla y me pondré a cantar villancicos hasta desgañitarme, para rociar de virus a la clientela. Ya que no he podido participar en las cenas de Navidad, me consuelo repartiendo regalos de Reyes.
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Dije que no pensaba compartir mesa estas Navidades con nadie que no tuviese la pauta completa y lo he cumplido a rajatabla. El cabrón de mi cuñado no se ha puesto la tercera porque no quiere mezclar. Pero los expertos de la tele aseguran que mezclar marcas las hace más efectivas y tienen razón, porque yo me chuté primero Astrazéneca y luego Pfizer y me quedé tan a gustito como los días que me meto un sol y sombra entre pecho y espalda. Los expertos de la tele dijeron también que cenásemos en Nochebuena con las ventanas abiertas y que no cantásemos villancicos, para no rociar de saliva a los otros comensales. Pero el cabrón de mi cuñado dijo que
él pensaba cantar como todos los años, y que no permitiría que abriésemos las ventanas, porque su niño está un poco delicado de las anginas. ¡Y una mierda las anginas! Ese niño asqueroso es una bomba de racimo coronavírica.
Y encima tengo que tragarme a la retrasada mental de mi hermana, que me viene siempre con que si un premio Nobel gagá ha dicho no sé qué, con que si el inventor magufo del ARN mensajero ha dicho no sé cuál... Pero, vamos a ver, ¿quién necesita atender a esos carcamales, pudiendo seguir los consejos de los expertos de la tele, que son portavoces del consenso científico? Aquí lo que hace falta es vacunarse, vacunarse y vacunarse; y, por supuesto, mascarilla hasta para ir a mear (sobre todo si antes ha ido al baño a ventosear el cabrón insolidario de tu cuñado).
Así que mientras ellos cenaban en el comedor, cantando unos villancicos que retumbaban en las paredes, yo me encerré en mi cuarto, con las ventanas abiertas de par en par y embutido en el plumas. Por la mañana me levanté un poco perjudicado por la resaca del tetrabrick de vino Don Simón que me bebí a solas, en homenaje a mi ídolo máximo. Pero entonces recordé que los expertos de la tele aseguran que los síntomas de la variante Ómicron son parecidos a los de una resaca. Así que me hice una docena de tests de antígenos y salió positivo por mayoría de siete a cinco. Sin duda, el cabrón de mi cuñado y su hijito supercontagiador, al cantar los villancicos, exhalaron una montonera de virus que se deslizaron por debajo de la puerta. De momento sólo tengo síntomas leves, pero además me ha salido un juanete, que no recuerdo si cuenta como síntoma de la Coviz. Está claro que necesito cuanto antes otra dosis de refuerzo; o tal vez tres, porque las vacunas, como ‘Star Wars’, funcionan mucho mejor por trilogías.
Pero, hasta que me pongan una nueva trilogía vacunal, voy a ser solidario y extender el virus, porque de esta pandemia sólo saldremos todos unidos, todos vacunados, todos infectados. Así que he cogido mi pasaporte Coviz, que me da licencia para contagiar, y voy a hacer una ronda por los bares más petados de la ciudad, donde me quitaré la mascarilla y me pondré a cantar villancicos hasta desgañitarme, para rociar de virus a la clientela. Ya que no he podido participar en las cenas de Navidad, me consuelo repartiendo regalos de Reyes.