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A favor del alcohol y el tabaco, pero en contra del cannabis: la curiosa política antidrogas de Ayuso

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en una imagen de archivo.

Daniel Sánchez Caballero

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La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, lleva varios años –desde que montó toda una campaña electoral basada en la “libertad” de tomarse una caña– con una política de drogas cuando menos peculiar: la mandataria ensalza el consumo de alcohol, rechaza el aumento de las restricciones al tabaco que pretende implantar el Ministerio de Sanidad y demoniza el uso de cannabis.

Ayuso defiende las drogas legalizadas que se consumen masivamente en la sociedad mientras rechaza una ilegalizada, socialmente menos dañina (según algunos estudios) y utilizada. La “libertad” de tomar cañas se acaba en el cannabis, según ha expresado la presidenta. Lo hace contra el criterio de la propia Comunidad de Madrid, que en su portal sobre drogas y adicciones incluye el tabaco y el alcohol en la misma categoría que el cannabis. “No existe un nivel de consumo seguro de alcohol”, sostiene la Comunidad. “El tabaquismo es la primera causa aislada y evitable de enfermedad y muerte en los países desarrollados”, continúa la web. “El consumo de cannabis puede ser perjudicial para la salud, cada vez más, dado el aumento que se viene produciendo en su contenido en Tetrahidrocannabinol (THC)”, el principal componente psicoactivo de la planta, añade.

Este mismo jueves Ayuso dio un ejemplo más de su dispar política antidroga. Consumir cannabis “lleva a un mayor consumo y el mayor consumo a mayores problemas (...); lleva a otras adicciones como la cocaína y la heroína”, sostuvo. Para los jóvenes implica “brotes psicóticos, autolesiones, ansiedad, depresión, apatía y trastornos de la personalidad. Los adictos de los 80 son ahora vagabundos con adicciones crónicas. La legalización del cannabis es un disparate”, repitió uno de sus argumentos recurrentes.

En España el Gobierno no ha dado muestras de tener intención alguna de regularizar el consumo lúdico de la marihuana, pese que partidos como Ciudadanos en su momento, Podemos o ERC han presentado iniciativas en el Parlamento. Nunca han llegado a debatirse. El Ministerio de Sanidad sí está creando un programa de uso medicinal, pero es tan restringido que ni siquiera contempla el uso directo de las flores de la planta (los cogollos), lo que le ha costado a la ministra, Mónica García, el rechazo de las principales asociaciones de pacientes.

Los datos sobre la prevalencia en los consumos y los efectos que tienen tampoco parecen dar argumentos a la presidenta madrileña. En España, un 74,6% de los mayores de 15 años ha consumido alcohol en el último año y se calcula que cada 12 meses hay unas 15.500 muertes atribuibles al consumo de esta droga. Un 8,8% de la población lo consume a diario y Alcohólicos Anónimos calcula que unas tres millones de personas necesitarían tratamiento.

Los consumidores de tabaco son menos, (un 23% lo hace a diario), pero los muertos, más: 54.000 fallecimientos anuales se atribuyen al tabaquismo y uno de cada dos fumadores morirá por esta causa si no lo deja a tiempo.

Cannabis consume uno de cada diez ciudadanos (10%) entre 15 y 64 años y en el año 2017 se registraron 117 muertes “por reacción aguda” tras consumirlo, aunque no se le achacan directa o exclusivamente, sino como un factor más. Los adolescentes españoles son los mayores consumidores de Europa, con una prevalencia del 14,5% en el último mes.

En la evolución histórica del consumo adolescente, el tabaco y el alcohol lleva años en caída (más moderada en el caso del alcohol), mientras el cannabis se mantiene estable.

En términos generales, el mundo avanza hacia una mayor laxitud con el cannabis –la regulación medicinal se expande y cada vez más países lo están legalizando, especialmente después de que la ONU lo sacara de su listado de drogas más peligrosas– y menor tolerancia con el tabaco, que en países como Reino Unido o Nueva Zelanda se está prohibiendo totalmente para las nuevas generaciones y muchos gobiernos están empezando a limitar el uso de aparatos como los vapers.

El alcohol no es una droga

Nada de esto cambia el discurso de Ayuso. A favor de las cañas, contra nuevas restricciones al tabaco y contra el cannabis. Y lo hace desde una posición contraria a las drogas, asegura: “Me parece que son una condena, que quitan la libertad al individuo, le quitan autonomía. Estoy en contra de los drogas, me parece el mayor lastre de una persona ser dependiente de algún tipo de sustancia”.

Promover el consumo de alcohol y criticar el de cannabis es contradictorio cuando se hace desde una postura antidrogas, lo que implica que o Díaz Ayuso no cree que el alcohol y/o el tabaco sean drogas –cuestión tan asentada que no genera ni discusión en la comunidad científica– o simplemente usa el tema para cargar contra las políticas del Gobierno sean cuales sean. No es la primera vez que lo hace.

Unos meses atrás rechazó la propuesta de Sanidad de prohibir fumar en las terrazas, para lo que puso el ejemplo de Estados Unidos, donde ciudades como Nueva York prohíben fumar en espacios públicos, desde restaurantes y terrazas hasta la entrada de los edificios, mientras se ha permitido la proliferación de la marihuana. “Nos encontramos con grandes capitales, grandes ciudades en el mundo, (...) donde todo son tiendas de consumo de marihuana, donde se ha contemporizado con todas las drogas, donde se es muy permisivo con lo demás. Estamos viendo cifras desastrosas de jóvenes, personas de todas las edades, abandonadas por las calles, hundidas, porque se ha pasado de unas drogas a las siguientes”, afirmó a finales del año pasado.

Un argumento falso ampliamente desmentido. “La 'teoría de la escala' ha sido desechada desde hace mucho tiempo por la comunidad científica internacional, tanto por motivos neurobiológicos como por evidencia epidemiológica. La inmensísima mayoría de los consumidores de cannabis no continúa consumiendo cocaína o heroína”, señala Manuel Guzmán, catedrático en Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Observatorio Español de Cannabis Medicinal (OECM).

Desde el sector cannábico, el que hace lobby por una regulación, no se defiende que consumir marihuana sea inocuo, pero se apuesta por un uso adulto responsable –como el que se pretende con las drogas legales– y se señala la hipocresía de demonizar una sustancia mientras se promueve otra, y hacerlo además con argumentos falsos. Regularizar el uso de cannabis ayudaría a visibilizar los problemas de consumo de quien pueda tenerlos e incluso generar fondos a modo de impuestos para programas de prevención o tratamiento a posibles adicciones.

Pero que se esté regularizando en cada vez más países (partiendo de que en origen no se prohibió por motivos sanitarios) o que se estén creando programas medicinales no esconde que el consumo de cannabis también tiene efectos negativos. El Plan Nacional sobre Drogas (PNSD) explica que “el consumo habitual provoca una serie de daños orgánicos y psicológicos”, y enumera: problemas de memoria y aprendizaje, peores resultados académicos, abandono prematuro de los estudios, dependencia (entre el 7% y el 10%), enfermedades broncopulmonares y determinados tipos de cáncer, arritmias y psicosis y esquizofrenia. También sostiene el PNSD que “el impacto psicológico del consumo de cannabis tiene una especial relevancia”: “Puede dar lugar a varios tipos de trastornos mentales, entre los que se incluyen los trastornos psicóticos. Su consumo aumenta más de cinco veces el riesgo de padecer psicosis a lo largo de la vida. Cuanto antes se comienza a consumir y más frecuente es el consumo, mayor es el riesgo”.

Aún así, diversos estudios respaldan que el cannabis no es una droga de inicio, como sostiene Ayuso. Este del parlamento británico señala además que esa falsa creencia se ha utilizado a menudo para dirigir las políticas de drogas. O este otro, publicado en Science Direct, que “sugiere claramente que el consumo de drogas de iniciación por parte de los jóvenes no es la causa principal del [posterior] consumo de drogas duras. Por lo tanto, la lucha contra el consumo de drogas de iniciación por parte de los jóvenes puede no ser un enfoque especialmente adecuado para la prevención del abuso de drogas”.

Tabaco y alcohol, tercera y cuarta drogas más dañinas

Hay informes que señalan que el tabaco y el alcohol están entre las drogas más dañinas a nivel social. El informe Clasificación de los daños del alcohol, el tabaco y las drogas ilícitas para el individuo y la población, realizado en Países Bajos sobre 17 sustancias ilegales más el tabaco y el alcohol, concluía que estas dos últimas, las únicas legales de la lista, son, respectivamente, la tercera y cuarta droga más dañina de todas en términos generales (ponderando el daño individual, el físico, la toxicidad o la dependencia). Solo el crack y la heroína están por encima, y si se filtra solo por daño social a nivel de población (frente al individual) no hay sustancias más nocivas que el alcohol y el tabaco. El cannabis aparece en el 12º lugar.

Cada droga presenta sus problemas. Las tres son adictivas y las tres pueden dañar la salud, aunque en grados diferentes (basta ver las cifras de muertos). El tabaco (y el cannabis fumado) provoca cáncer; el alcohol también. Con el cannabis, cuando es ingerido (en comidas o en forma de aceite) los principales problemas atañen a la salud mental, uno de los argumentos que utiliza Ayuso contra la marihuana. Hay numerosos estudios que señalan que esa relación podría existir, aunque no acaban de ser concluyentes.

El Instituto Nacional de Abuso de Drogas de Estados Unidos resume el estado de la cuestión: “La relación entre el consumo de cannabis (marihuana) y los trastornos psiquiátricos es compleja y se necesita más investigación para entender mejor las repercusiones a corto y largo plazo del consumo de cannabis en la salud mental. Hay pruebas considerables—aunque no todas—que relacionan el consumo de cannabis con una aparición más temprana de la psicosis en las personas con una probabilidad genética de padecer trastornos psicóticos, incluida la esquizofrenia, así como con un empeoramiento de los síntomas en las personas que ya padecen estas afecciones. Aunque es menos consistente, también existen pruebas que relacionan el consumo de cannabis con otras enfermedades mentales y las autolesiones, incluidos los pensamientos y comportamientos suicidas”.

Los estudios sugieren sin embargo que esto no es exclusivo del cannabis y que algo parecido se da con el alcohol y el tabaco: su consumo, especialmente en adolescentes, se asocia con más problemas mentales, pero no se ha demostrado que sea causa directa. Falta información concluyente. Más que ser la causa directa de la depresión, pueden ser un factor más, con el añadido de que las personas deprimidas recurren a estas drogas bajo la creencia de que alivian sus síntomas, algo que puede suceder en el corto plazo pero que es contraproducente en el largo.

El consumo de alcohol y tabaco también relaciona con la depresión, según han concluido varios estudios. Por ejemplo, uno elaborado en México con una muestra de más de 100.000 estudiantes en función de sus síntomas depresivos y el consumo de alcohol y tabaco explica que “al comparar la sintomatología depresiva entre los grupos de consumo, los resultados indicaron mayores puntajes en el grupo de consumidores de alcohol y tabaco, seguidos de usuarios excesivos de tabaco solamente y de alcohol solamente; los no usuarios excesivos de las sustancias tuvieron puntajes significativamente menores de la sintomatología depresiva. No se encontraron diferencias significativas entre consumidores excesivos de tabaco, alcohol y de ambas sustancias, aunque sí se observaron entre usuarios solamente de alcohol y los que consumen ambas sustancias”.

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