Análisis

Hibernación: ¿hemos recurrido a este método de supervivencia animal para lidiar con la sobreestimulación diaria?

Aprovechar el invierno para descansar y decir que no a algunos planes se traduce en un importante bienestar personal
Lola Rodríguez Hibernación

Pocas cosas resultan más fascinantes que el proceso de hibernación. La RAE lo describe como un "estado fisiológico que se presenta en ciertos mamíferos como adaptación a condiciones invernales extremas, con descenso de la temperatura corporal hasta cerca de cero grados y disminución general de las funciones metabólicas”. Un proceso que llevan a cabo determinados animales, pero no los seres humanos. Sin embargo, esta es la premisa de la que parte la propuesta de Anna Cornudella. La cineasta ha presentado en la Berlinale La hibernación humana (2024), una ficción utópica en la que sus protagonistas recurren a este método de supervivencia para enfrentar una climatología del todo inclemente.

“La hibernación es un tipo de dormancia —existen cinco tipos—; si nosotros hibernásemos, lo haríamos de manera parecida a como lo hace un oso, que no hiberna como en la película”, explica Cornudella. “Cuando hibernas, el metabolismo de tu cuerpo se reduce y tus células dejan de reproducirse; no te congelas, ni siquiera envejeces. Es como parar el tiempo a través de un sistema muy complejo que aún no se sabe del todo cómo funciona”, continúa.

Para la cineasta, se trataba de pleantear qué ocurriría si todos los entornos dejasen de ser habitables para el ser humano y qué sistema de supervivencia desarrollaríamos entonces. “Ponernos a hibernar era una manera de despojarnos del control; el que ejercemos sobre la naturaleza. Y así colocarnos bajo el control de la naturaleza. Volver a ser una pieza más dentro de un engranaje en el que simplemente somos uno más. Es una forma de recordar que en realidad somos animales, que tenemos unas necesidades concretas”.

Un fotograma de La hibernación humana (2024)

Sin colocarnos en escenarios tan apocalípticos, resguardarse del frío ha sido siempre un instinto primario. “El ser humano busca evitar el sufrimiento y, por lo general, las bajas temperaturas nos generan malestar e incomodidad; por eso nos llevan a querer cobijarnos”, explica la psicóloga Laura Esquinas. Un deseo, el de cobijarse, que está volviéndose cada vez más patente a través de las redes sociales; en donde el mundo entero comparte sus angustias y anhelos, y ya se habla de meterse en una burbuja como acto de amor radical hacia nosotras mismas. Según aquellas personas que lo proponen como forma de autocuidado, es una manera de darnos el espacio que necesitamos para descansar o pensar, en soledad.

Una decisión que no siempre es fácil de acometer; no solo por las obligaciones diarias que no podemos aplazar sino por esa exigencia que nos imponemos a la hora de socializar. “En ocasiones, surge un malestar cuando optamos por estar a solas, porque es una manera de desafiar eso que se espera de nosotras desde la normatividad, tanto a nivel de cuidados como de vínculos”, apunta la experta. Por eso es importante atender a nuestras necesidades y permitirnos estar tumbadas en el sofá o dar un paseo tranquilamente. Se trata de una manera de crecer personalmente y además potencia el amor y el cariño hacia nosotras mismas".

Sin embargo, cuestionar la idea de que siempre debemos estar presentes y mirar con desdén al FOMO, pueden volverse en nuestra contra. “Hay personas que se atreven a construir y crear esos espacios propios, pero los viven con ansiedad, así que vuelven a lo de antes para huir de esa sensación”, avisa Esquinas. Porque darnos ese tiempo supone cuestionar también la productividad y no solo la de los afectos; de ahí la eterna prescripción sobre la importancia de aburrirse y descansar sin hacer absolutamente nada. “Al mismo tiempo, hemos levantado un mundo que nos invita a estar mucho más hacia afuera que hacia adentro, así que esta “conexión” podría producirnos malestar. Porque no estamos acostumbradas a dialogar con nosotras mismas, así que en ocasiones no lo podemos sostener y huimos”.

¿Pero este deseo resulta más acuciante durante el invierno? Las horas de sol que tenga el día resultan determinantes. “La exposición a la luz solar es el máximo regulador del ritmo circadiano, que regula los horarios de sueño y vigilia”, sostiene la doctora Ana Fernández-Arcos, coordinadora del Grupo de Estudio de Trastornos de la Vigilia y el Sueño de la Sociedad Española de Neurología (SEN). “Además, ayuda a reducir la fatiga y puede contribuir a mejorar el estado de ánimo”.

Sin embargo, Esquinas inicide en que es preferible no normativizar los estados emocionales de cada uno. “Hay personas que interpretan distinto el frío y el calor, en función de dónde han nacido, dónde han crecido, su historia personal… a veces, el sol estimula y nutre, y otras puede generar cierto agobio. Ocurre como con aquellos que prefieren el amanecer al anochecer, o todo lo contrario”, apunta la psicóloga.

Getty Images

Con todo, las estaciones sí que afectan en alguna medida a nuestro descanso. Lo explica la doctora Fernández-Arcos. “En épocas en que hay una mayor exposición a la luz y mayor actividad hasta tarde puede retrasarse el momento de irnos a dormir, aunque el horario de levantarse sea el mismo, por lo podríamos ir más privados de sueño de lo que necesitamos. Por el contrario, es posible que durante los periodos de frío y con menor luz solar, el descanso pueda ser algo más regular y de mayor duración”. Por tanto, no se trata de que sea invierno o verano, sino de las rutinas asociadas a determinadas épocas del año.

Lo que no cambia es la necesidad de descansar —entre 7 y 9 horas de sueño—. “Cuando lo hacemos, obtenemos un sueño reparador que nos permite despertarnos espontáneamente sin ayuda de la alarma; nos sentimos activos al levantarnos y pasamos el día en las mejores condiciones físicas y mentales para llevar a cabo nuestras actividades cotidianas”, ahonda la doctora.

Sea como fuere, aprovechar el invierno para descansar y decir que no a algunos planes puede ser una manera de excusarnos, ante nosotras mismas y ante los demás. Porque, a veces, no ver a los amigos y recuperarse de la sobreestimulación de la vida diaria es todo lo que necesitamos.


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