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Columna
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Varios palestinos reconocidos dentro y fuera de Gaza han abandonado la Franja en las últimas semanas. Sienten alivio porque quedarse allí es cada día más arriesgado, pero también culpabilidad

Ciudadanos palestinos se agolpan en la puerta fronteriza de Rafah, al sur de la franja de Gaza, para intentar cruzar a Egipto.
Ciudadanos palestinos se agolpan en la puerta fronteriza de Rafah, al sur de la franja de Gaza, para intentar cruzar a Egipto.Ibraheem Abu Mustafa (Reuters)
Ana Fuentes

Varios palestinos reconocidos dentro y fuera de Gaza han abandonado la Franja en las últimas semanas. Tomar la decisión les ha costado mucho: sienten alivio porque quedarse allí es cada día más arriesgado —más de 25.000 personas han muerto en los bombardeos israelíes—, pero también culpabilidad. Es el caso, por ejemplo, de Motaz Azaiza, fotoperiodista que durante más de tres meses ha estado documentando los efectos de los ataques en la población civil gazatí. Parte de su familia fue asesinada. El 24 de enero ya no pudo más y salió hacia Doha, según sus propias palabras, “con los ojos llenos de lágrimas” porque no tenía otra opción. Antes colgó un vídeo en redes sociales para sus más de 19 millones de seguidores. Se le ve quitándose el chaleco antibalas con ayuda de otros compañeros, que lo abrazan y lo animan para que no se sienta culpable. Siente remordimientos por no seguir enseñando lo que ocurre en un territorio al que Israel no permite acceso a la prensa extranjera.

Con lo puesto se fue también Raji Sourani, fundador y director del Centro Palestino por los Derechos Humanos, después de que Israel bombardeara su casa. En más de cuatro décadas como jurista, Sourani ha recibido varios premios internacionales. Fue un actor clave para que la Corte Penal Internacional aceptara en 2021 abrir una investigación por presuntos crímenes cometidos por el Ejército israelí en los territorios palestinos ocupados en guerras anteriores. Lo invitaron a sumarse a la delegación sudafricana que ha acusado de actos genocidas a Israel en el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) de La Haya. A este periódico Sourani le contaba hace unos días que tenía el corazón roto por haber huido de su tierra. Lo último que quería era contribuir a una nueva Nakba, catástrofe, como el desplazamiento forzoso que vivieron 750.000 de ellos cuando se creó el Estado de Israel en 1948.

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Para huir de la Franja ayuda tener doble nacionalidad y contactos fuera, aunque, según cuentan trabajadores humanitarios, Israel no está facilitando las cosas. Sourani, Azaiza y otros periodistas famosos como Plestia Alaqad y Wael Dahdoud, que hoy están en Australia y Qatar, respectivamente, consiguieron partir, pero no fue sencillo. No solo por la logística, sino por el miedo a contribuir al éxodo, a ser menos molestos para Israel, a perder autoridad moral para los suyos, a no tener adónde volver, aunque les dejen volver. A Sourani lo convencieron sus amigos para cruzar la frontera con un argumento básico: vivo serás más útil que muerto. Este viernes se llevará una alegría si el TIJ en La Haya adopta medidas cautelares contra Israel. No se entrará en el fondo de la cuestión —si se está produciendo o no un genocidio—, pero podría obligar al Gobierno de Netanyahu a detener la operación militar en Gaza.

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Sobre la firma

Ana Fuentes
Periodista. Presenta el podcast 'Hoy en EL PAÍS' y colabora con A vivir que son dos días. Fue corresponsal en París, Pekín y Nueva York. Su libro Hablan los chinos (Penguin, 2012) ganó el Latino Book Awards de no ficción. Se licenció en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y la Sorbona de París, y es máster de Periodismo El País/UAM.
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