El síndrome del impostor de Cary Grant: “un amigo me dijo que siempre quiso ser Cary Grant, y yo le respondí 'pues ya somos dos”

“Cary Grant era glamour, era encanto. clase, inteligencia, refinamiento…", diría su cuarta esposa. "Hizo de los modales, la cortesía y el estilo algo tan excitante como Humphrey Bogart una buena pistola". Pero todos estos grandes superlativos le salieron muy caros al actor.
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“Cary Grant es el cielo al que todas las mujeres aspiraban”, afirmó en una ocasión la crítica de cine Pauline Kael.

En sus más de 70 películas a lo largo de 4 décadas —entre ellas, clásicos como La pícara puritana, Encadenados, Atrapa a un ladrón, Tú y yo y Charada—, Grant fue, en palabras de Kael, “la pareja de nuestros sueños, no asexuado, pero sí sexy con una elegancia civilizada, sexy con misterio”.

Dyan Cannon, su cuarta esposa, coincidía con ella: “Cary Grant era glamour. Cary Grant era encanto. Cary Grant era clase, inteligencia, refinamiento… Cary Grant hizo de los modales, la cortesía y el estilo algo tan excitante como Humphrey Bogart una buena pistola".

Pero todos estos grandes superlativos le salieron muy caros al hombre al que sus padres llamaron Archie Leach, que trabajó sin descanso por estar a la altura de la imagen que tan concienzudamente creó él mismo. “El entusiasmo era un ingrediente importantísimo en la composición de Cary, y destacaba especialmente esa faceta en presencia de sus amigos. El otro lado era tan misterioso como la cara oculta de la luna", contaba su gran amigo, el actor británico David Niven.

Una tríada de libros relativamente recientes nos ayudan a desentrañar el misterio de la compleja figura detrás del hombre perfecto de mitad del siglo XX: Cary Grant: A Brilliant Disguise ("Cary Grant: un disfraz brillante", de Scott Eyman (2020), Dear Cary: My Life With Cary Grant ("Querido Cary: Mi vida con Cary Grant"), de Dyan Cannon, y Good Stuff: A Reminiscence of My Father, Cary Grant ("De lo bueno lo mejor: Un recuerdo de mi padre, Cary Grant") de Jennifer Grant, ambos de 2011. “Es un personaje completamente inventado y yo estoy interpretando un papel. Uno que llevo mucho tiempo interpretando, pero de ninguna manera soy Cary Grant, en realidad. En una coasión, un amigo me dijo que siempre quiso ‘ser Cary Grant’, y yo le respondí 'pues ya somos dos", decía el propio Grant.

Un chico de Bristol

Parece sacado de un cuento de Dickens. Archibald Alexander Leach nació el 18 de enero de 1904 en la gélida y gris Bristol, en Inglaterra. Su padre, Elias, era un prensador de sastre alcohólico que iba siempre hecho un pincel. Su madre, Elsie, era una mujer hermosa, controladora y de nervios delicados que tenía completamente asfixiado a su hijo. “Jamás viví un solo momento feliz junto a ellos mientras vivimos bajo el mismo techo. Eso es un hecho. Es la verdad", recordaba Grant, según Eyman.

En 1915, Elias internó a Elsie en el lúgubre manicomio estatal de Fishponds por su supuesta inestabilidad mental. Elias no le contó nunca qué le había sucedido a su madre a su hijo de 11 años, dando pie a que el pequeño Archie diera por hecho que, o bien había muerto o le había abandonado. Tal y como era de esperar, la desaparición de Elsie marcó profundamente al pequeño Archie “Me lavaba constantemente, un hábito que arrastré hasta bien entrada la edad adulta con la creencia subconsciente de que, si me frotaba lo suficiente por fuera, tal vez podría limpiarme por dentro”, recordaba el actor.

Archie, tremendamente necesitado de cariño, no tardó en encontrar la calidez que buscaba en un teatro de su localidad, en el que se convirtió en el chico de los recados y donde halló una alegre familia adoptiva a la que aferrarse. En 1918, el joven se hizo aprendiz de la compañía Bob Pender Troupe y poco después dejó atrás Bristol, recorriendo el circuito del vodevil en calidad de saltimbanqui.

Pero su pasado sórdido le dio alcance en 1936, cuando su padre moribundo se puso en contacto con la joven estrella hollywoodiense en alza, ya conocida como Cary Grant, para que volviese a Bristol. Una vez allí, no solo le dijo que su madre estaba viva, sino que seguía languideciendo en un hospital psiquiátrico. Ese mismo año le dieron al fin el alta. Grant, siempre desesperado por la aprobación de su distante madre, la mantuvo hasta su muerte, en 1973. “¿Cree que le quiere?", le preguntó Cannon en una ocasión. Grant respondió: “Creo que quiso a Archie”.

El hombre ideal

Si bien en ocasiones peca excesivamente de verborrea psicológica, algo a lo que era muy aficionado el propio Grant, Brilliant Disguise de Scott Eyman es una excelente narración imparcial de la vida de Grant, y en particular de sus primeros años de penurias como acróbata, titiritero y cómico en los últimos días de gloria del vodevil.

En 1920, Leach se marchó a Nueva York para hacer una gira con Bob Pender y sus saltimbanquis. Eyman pinta el retrato de un joven observador y curioso que supo empaparse de las enseñanzas de colegas tan brillantes como el diseñador Orry Kelly, George Burns, Gracie Allen, Jack Benny, y Faye Wray. “Cuando empecé era muy consciente de mi falta de formación. No quería que se notase, así que me inventé un acento… el resto se lo robé a Noel Coward".

A finales de la década de 1920, el increíble atractivo de Leach y su elegante encanto le valieron sus primeros papeles en varios espectáculos de Broadway. En 1931 llegó a Hollywood y cambió su nombre por el de Cary Grant. "Nunca antes había visto un actor más nervioso e inquieto", recordaba Jimmy Stewart, su coprotagonista en Historias de Filadelfia, citado por Eyman.

Cuando no estaba trabajando, el económicamente parco Grant se pasaba el tiempo probando las últimas tendencias de bienestar, leyendo libros de autoayuda y entreteniendo a sus amigos con sus consejos y preocupaciones interminables.

Sus relaciones con sus primeras tres esposas (entre ellas, la heredera marcada por la tragedia Barbara Hutton) y aventuras con Ginger RogersSophia Loren a menudo se complicaban por sus problemas de abandono y obsesión por el control y la perfección. Ante los rumores en torno a su relación con su compañero de piso Randolph Scott y otros hombres, su tercera esposa, Betsy Drake, tuvo la más concisa de las respuestas a modo de pregunta: “¿Por qué habría de creer que Cary era homosexual mientras estábamos ocupados follando?”

Cary Grant, Dyan Cannon y la pequeña Jennifer.

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La extraña pareja

Cuando Dyan Cannon, una efervescente starlet de espíritu libre, le conoció a finales de 1961, él ya era una superestrella bronceada con una larga carrera a sus espaldas —además de sacarle tres años a su padre—. “Ni había ni he visto a nadie que irradie tal belleza masculina, propia de una deidad. Dio un paso adelante, tendiéndome la mano. Apenas pude respirar", contaba la propia Cannon.

Si Brilliant Disguise es una biografía analítica y directa, entonces Dear Cary no son sino unas memorias emotivas, íntimas y llenas de espontaneidad, una suerte de novela de crecimiento escrita por la espiritual y excéntrica Cannon, estrella de filmes como El cielo puede esperar, Bob, Carol, Ted y AliceEl fin de Shelia.

Los dos congeniaron rápidamente gracias a su sentido del humor y curiosidad por lo espiritual, y ella fue objeto de una auténtica ofensiva por parte de Grant, que desplegó con ella todos sus encantos. En una carta abierta dirigida que le dedica al final del libro, Cannon recuerda una escena en los inicios de su relación que parece sacada de una de las películas de Cary:

“¿Sabes cómo me siento con respecto a ti, Dyan?" “No estoy segura de saberlo”, respondí. En ese preciso instante, te dejaste caer como una secuoya, aterrizando de cara sobre el frío asfalto. Después giraste despacio la cabeza y me miraste, diciendo: “¡Loco de amor! ¡Así me siento, Dyan, hasta la médula!”.

Pero a medida que Cannon fue presionando a un reticente Grant para que se casara con ella, su temperamento nervioso fue manifestándose cada vez más. La noche en que finalmente le propuso matrimonio, un aterrorizado Grant estrelló su Rolls Royce contra una columna, antes de huir del apartamento de ella y volver para llevarla a tomarse un helado de regaliz. De camino a casa, al fin le propuso matrimonio:

Frenó en seco, se paró en medio de la calle, dio un manotazo al volante y dijo: “Maldita sea, Dyan, ¿quieres casarte?”. Ahí sí que ahogué un grito. Incluso con el molesto coro de bocinas atronando a nuestro lado, no pude apartar mis labios llenos de regaliz de los suyos".

Matrimonio tortuoso

No obstante, para Cannon, su alocado romance con una marcada diferencia de edad pronto se convirtió en tragedia. Tras su matrimonio en 1965 (ella tenía 28 años, él 61) y el nacimiento de su hija, Jennifer, un año después, Grant se retiró para ejercer de padre de familia. El aumento de su presencia se convirtió en una pesadilla para ella: su marido criticaba constantemente su aspecto, su manera de criar a su hija e incluso la manera en que "trataba" a los pomos de las puertas. Comenzó a temer los recortes de autoayuda de revistas y periódicos que él le iba dejando constantemente en su mesilla de noche, consciente de que más tarde la interrogaría al respecto.

Aunque en última instancia su testimonio fuese generoso e indulgente, Cannon no tuvo problemas en revelar el brutal "lado oscuro" de Grant al que se refería Niven. Frío, manipulador y distante, todo lo que Grant había amado de la extravagante Cannon, a la que se refería como una "niña boba", ahora parecía repugnarle. Su obsesión por los beneficios para la salud del LSD, de la que Cannon participaba a regañadientes, empeoró aún más sus desavenencias. También empezó a purgarse las comidas, desarrollando un trastorno de conducta alimentaria en su intento por controlar algo en su vida.

Los problemas alcanzaron un punto de no retorno durante un fin de semana en Las Vegas, donde la pareja asistió a la fiesta del aniversario de Rosalind Russell y su marido, Frederick Brisson, repleta de grandes estrellas. Grant se enfureció cuando vió a Cannon jugando echando una inocente partida a los dados con su buen amigo Frank Sinatra. Cuando el colérico Grant le espetó que recordase "con quién estaba", Cannon le respondió que sentía que estaba al borde de sufrir un colapso. Así de cruel fue la contestación de Grant: “Entonces, ¿a qué esperas a tenerlo? Puede que sea algo positivo”.

Finalmente, Cannon dejó a Grant y su tormentoso divorcio se formalizó en 1968. Cannon, traumatizada, ahogó sus penas en pastillas y alcohol y pasó un tiempo internada en un hospital psiquiátrico. Esto fue lo que le dijo en una ocasión a sus compañeros, también pacientes: "Mi marido me dijo que tal vez sería bueno para mí tener una crisis nerviosa, pero creo que preferiría haberme ido a Disneylandia".

Grant y Barbara Harris, su quinta y última esposa.

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Queridísima Jennifer

“Desde el principio, papá estuvo a mi lado, tan fiable como el amanecer. Demostró todo su amor y no se guardó nada. Mi padre siempre estuvo ahí, tanto en los detalles cotidianos como en los momentos más memorables en mi vida. Eso no significaba que estuviese siempre contento conmigo, pero estuviese feliz o no, nunca se alejó si podía evitarlo”, cuenta su hija Jennifer en sus memorias.

Resulta interesante que se publicasen en el mismo año las memorias de Cannon y las de su hija Jennifer, considerando las facetas tan radicalmente distintas que muestran de Grant (si bien Cannon admite de buen grado que Grant era un padre muy cariñoso). Good Stuff: A Reminiscence of My Father, Cary Grant ("De lo bueno lo mejor: Un recuerdo de mi padre, Cary Grant") es un libro tierno y hermoso que nos presenta a un padre cariñoso con un "estilo de vida feliz", que adoraba a su Jennifer casi hasta rozar la obsesión.

Como señala Eyman, Grant tenía debilidad por los niños desde siempre, y ya en su jubilación pudo volcarse por completo en su única hija. Se llevaba a Jennifer a todas partes: a los partidos de sus queridos Dodgers, al Magic Castle, a las carreras de caballos de Hollywood Park (de cuya junta era un miembro entusiasta) y al festival anual de circo de Mónaco, presidido por su coprotagonista predilecta, la princesa Grace. Allí, "su rostro de adolescente septuagenario se iluminaba viendo a los hombres volar por los aires".

Grant, que atesoró cada momento que pasó con ella (él y una cada vez más exitosa Cannon compartieron la custodia manteniendo una relación corcial), fue un padre juguetón e implicado al que le encantaba salir de compras con Jennifer en Gap y darse un buen atracón en la cama mientras veía a Benny Hill y Carol Burnett. Tenía una cámara acorazada en su casa de Beverly Hills donde guardaba todos los recuerdos de su vida. Jennifer muestra en el libro muchas de las fotografías, cartas y transcripciones de cintas que su padre guardaba, y que muestran a un hombre por fin verdaderamente relajado, consciente de que alguien le quería de manera incondicional sin importar cuál fuera su nombre.

Los Grunt

El rompecabezas se completó en 1976, cuando Grant conoció a la elegante, encantadora y sofisticada Barbara Harris, una británica 47 años menor que él. Se casaron en 1981 y juntos formaron una familia unida junto a Jennifer a la que calificaron cariñosamente como “los Grunt” (algo así como “los curritos”, pero escrito y pronunciado de manera similar a su apellido real).

Los Grunt solíamos estallar de juego en juego. Jugar era una piedra angular en nuestras vidas. Éramos unos tontorrones de lo más inquietos. Pasábamos las horas jugando a las cartas, a juegos de mesa, jugando a calcular distancias, al ahorcado, a los anagramas, juegos de memoria, trucos de magia, concursos de televisión y el siempre infalible 'hacerme un ovillo en el asiento de atrás mientras papá derrapaba como un loco en su Cadillac", contaba.

En su vejez, Grant —cuya reprimenda más dura hacia su hija solía ser “qué poco amable”— pareció estar al fin en paz consigo mismo y se convirtió en mentor de eminencias como Peter Bogdanovich. Se relajó, cambiando en ocasiones sus prendas masculinas de corte impecable por los caftanes amplios que Barbara le confeccionaba, y pareció dar por fin un respiro a todos los que le rodeaban, incluido él mismo.

"Ya fuera por su deleite con Barbara o por el crecimiento de Jennifer, Grant pareció agrandarse emocionalmente, volverse más optimista. Ya no estaba actuando, lo que a su vez significaba que podía completar la fusión de Cary con Archie. Por primera vez en su vida adulta, se había liberado de la carga de la interpretación, ya no tenía que preocuparse de que lo destaparan como impostor”, contaba Eyman.

Cary Grant murió a consecuencia de un derrame cerebral el 29 de noviembre de 1986. Tenía 82 años. A ojos de su única hija, dejó tras de sí el legado de un hombre cariñoso y completamente realizado. “En sus últimos años, mi padre me pidió en varias ocasiones que le recordase tal y como yo le conocí. Me dijo que la gente hablaría después de su muerte. Que dirían 'cosas' sobre él y él no estaría allí para defenderse. Me suplicó que me ciñese a lo que sabía que era cierto, porque yo le conocía de verdad. Le prometí que así sería. Me ha resultado fácil mantener ese juramento”, son las emocionantes palabras que le dedicó Jennifer Grant.