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Un discurso de Pasionaria camuflado con recetas de cocina: las letras clandestinas que desafiaron el franquismo

Portadas falsas que camuflan el escrito de Dolores Ibárruri 'No renunciamos a la República' (1947) y otro sobre las JSU

Marta Borraz

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Era el 17 de noviembre de 1961 cuando el poeta comunista Marcos Ana salía de la prisión de Burgos tras 23 años cautivo. El preso que más tiempo pasó en una cárcel de la España franquista la abandonó con un libro bajo el brazo, Historia de Santa Genoveva de Brabante. Sin embargo, tras las primeras páginas lo que se escondía dentro era en realidad el Canto general de Pablo Neruda, censurado por la dictadura, según le contó él mismo al poeta chileno y escribió en sus memorias en 2010.

En el archivo del Partido Comunista (PCE) se conservan unos cuantos ejemplos más de folletos y libros prohibidos por la dictadura camuflados con portadas de obras que no levantaran sospechas. Detrás de la cubierta falsa Ejercicios espirituales para el año santo se esconde el escrito Acción de masas y lucha por la República, la portada de Nuestro Caudillo, del falangista Giménez Caballero, o Vida y milagros de Santa Teresita de Jesús fueron la tapadera de un números completos de la revista Nuestra Bandera y la novela Moby Dick escondió un texto sobre las Juventudes Socialistas Unificadas. Además, las Recetas de cocina de Conservas Albo S.A sirvieron de pantalla de un discurso de Dolores Ibárruri, Pasionaria.

Esta manera de camuflar material prohibido por el franquismo, que hacían desencuadernando ambos y colocando las páginas a su antojo, fue algo frecuente en la clandestinidad tanto fuera como dentro de las cárceles, como recoge el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid Jesús A. Martínez en Vietnamitas contra Franco. Letras perseguidas y espacios secretos (Cátedra), una ambiciosa recopilación de las expresiones creativas que surgieron como oposición a la dictadura en todas sus formas y que se mantuvieron hasta 1977.

“Las cubiertas falsas fueron uno de los recursos más practicados desde los años 40. Era una tapadera a salvo de ojos inquisidores y nada hacía pensar en su contenido subversivo”, explica Martínez, que tras seis años de investigación y 5.000 documentos analizados de 35 centros públicos y privados de investigación ha recopilado un ambicioso repertorio de “la cultura escrita clandestina” de la dictadura, que abarca desde libros a periódicos, boletines, octavillas, cartas, poesías o pegatinas con denuncias, proclamas, manifiestos, convocatorias, comunicaciones internas... que circulaban por un mundo subterráneo y oculto a ojos del régimen y cuyo objetivo era precisamente tumbarlo.

“Si algo unió a toda esta producción es la intención de derribar la dictadura y fue muy firme en esa creencia”, sostiene el historiador, que lo equipara en Vietnamitas contra Franco a un auténtico “combate de tinta”. La investigación se remonta a hace casi ocho años, cuando Martínez fue comisario de una exposición en Madrid sobre el mismo asunto en la que llegaron a exhibirse más de 400 materiales de un inventario que no ha dejado de crecer desde entonces. “Aún así hay que tener en cuenta que esto es lo que se ha conservado, pero es una pequeña parte de todo lo que se produjo, que tuvo que ser de una enorme envergadura”, apunta Martínez.

Vietnamitas para imprimir

Las formas de producción fueron variadas, pero el uso de las conocidas coloquialmente como vietnamitas, que han dado nombre al título del libro, fue generalizado. Se trataba de máquinas de fabricación casera y sencilla, bastante rudimentarias, que permitían a modo de multicopista imprimir panfletos, hojas volantes, periódicos u octavillas. Se llamaban así por la importancia que los guerrilleros comunistas del Vietcong dieron en los años 60 a la tirada de panfletos contra las tropas estadounidenses durante la guerra de Vietnam. Las vietnamitas se extendieron en la clandestinidad, pero además se convirtieron en un símbolo de la resistencia al franquismo.

El de las letras clandestinas no fue un fenómeno que se mantuvo invariable, sino que evolucionó con el paso del tiempo. Al principio, en los años 40, se originaron fundamentalmente en las organizaciones políticas y sindicales republicanas como forma de comunicación interna, medio de propaganda y método de lucha, pero la actividad creativa fue incrementándose en cantidad y en heterogeneidad, según ha documentado el historiador. A finales de los años 50 hubo “un desbordamiento” y la respuesta política al franquismo fue también una reacción de “rebeldía, inconformismo y disidencia” que se extendió a otros ámbitos como el estudiantil, los movimientos obreros, vecinales y feministas.

Con el objetivo de mantener las apariencias, fueron comunes también las que el historiador llama “letras falsificadas”. Los carnés, pasaportes o salvoconductos minuciosamente elaborados para proporcionar otra identidad, una labor en la que destacó el pintor e ilustrador Domingo Malagón, que “llegó a crear un sofisticado aparato de falsificación que permitió los movimientos en el interior del país durante muchos años de los líderes del PCE” en base a “procedimientos artesanales, escasos recursos, paciencia, destreza e imaginación”, detalla Martínez

Ya en abril de 1946 la Liga Patriótica de Muchachas llamaba a la constitución de círculos de la organización en fábricas, talleres, centros educativos o barrios a través de octavillas mientras que en 1956 se difundió un folleto firmado por la Unión de Mujeres Antifascistas Españolas y la Unió de Dones de Catalunya en el que se llamaba a la lucha antifranquista en el contexto del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. La lluvia de octavillas, a las que Martínez dedica un amplio capítulo del libro, fue muy común en los centros urbanos populares, barriadas, aledaños de las fábricas y facultades universitarias y constituyó “un reto permanente al régimen”.

Cartas cifradas y maletas de doble fondo

Los textos efímeros que recorrían los circuitos de la disidencia tuvieron enfrente al Estado, que buscó aniquilar cualquier síntoma de oposición política a través de prohibiciones, persecución, secuestro y destrucción de los materiales. El precio que en muchos casos tuvieron que pagar sus autores fue “muy alto”, describe Martínez, que apunta a que muchas de las actividades se calificaban como “propaganda ilegal” y llegaban a formar parte de los consejos de guerra. La casuística fue “muy amplia”, pero la represión alcanzó desde las multas y las sanciones hasta las detenciones arbitrarias, torturas, penas de cárcel o incluso la muerte.

Le ocurrió a Antonio Donoso, uno de los responsables de propaganda de la primera Comisión Ejecutiva del PSOE en la clandestinidad, que fue acribillado a tiros en la madrugada del 11 de marzo de 1945 delante de su mujer y sus hijas en su casa de la calle Palencia nº45 de Madrid. Mientras estaba recogiendo los utensilios de haber estado imprimiendo el periódico El Socialista, como hacía todas las noches, la Policía entró en la vivienda. Donoso intentó huir, pero no lo logró.

La casa del militante había sido la elegida para instalar la recién adquirida en 1944 máquina de imprimir Minerva, de la marca Roneo, y allí se imprimieron los números 5 y 6 del periódico clandestino, además de otro tipo de publicaciones como el Boletín de UGT. Donoso lo hacía con otros compañeros, de noche y con sigilo, en una habitación subterránea a la que se accedía por una trampilla de hierro situada debajo de una alfombra sobre la que había una mesa y dos sillas.

No levantar sospechas era clave. “En la clandestinidad había que ser muy precavido y cuidadoso, fabricar sin ruido, disimular, seguir las directrices de las organizaciones, tener en cuenta los horarios, los comportamientos, los atuendos...”, esgrime Martínez, que ha recopilado algunos ejemplos como la utilización de las maletas de doble fondo para el transporte del material prohibido, como hizo en varias ocasiones Carmen Sánchez Biedma, de la Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE) para trasladar Mundo Obrero desde París a Madrid. “A los 19 años también tiemblan las piernas cuando la Guardia Civil ordena, al pasar la frontera, que se abra la maleta de doble fondo llena de octavillas contra el régimen de Franco”, escribió el militante del PCE Eduardo Punset.

Como el correo podía ser abierto entre el origen y el destino, otra de las estrategias utilizadas fueron, además del lenguaje en clave o los mensajes cifrados, las cartas troceadas. Se trataba de dividir el papel escrito de forma vertical en varias columnas que se numeraban, cada una de las cuales era enviada en correos separados que luego debía unir el receptor, como ocurre con esta carta troceada en 16 partes, enviada a la Comisión Ejecutiva de la UGT en el exilio el 29 de septiembre de 1951:

El contrabando de libros prohibidos y censurados en España, muchos de ellos editados por editoriales mexicanas o argentinas, también supuso una importante actividad, con las trastiendas de algunas librerías como Ínsula, situada en calle Carmen nº 9 de Madrid, como cómplices de la cultura disidente.

Doblemente clandestinas fueron las letras contra Franco en las cárceles, donde se elaboraron periódicos y boletines manuscritos, poesías, guiones radiofónicos, cartas, diarios... Los “clandestinos de los clandestinos”, como llama Martínez a los presos y presas de la España franquista, no solo lo hicieron para denunciar y protestar contra el régimen, articular la lucha política o hacer propaganda, sino que fue también una estrategia vital de supervivencia que llevó al extremo el anhelo compartido por las letras clandestinas: crear para resistir.

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