Si tuviéramos que enumerar una reducida lista de los científicos más extraordinarios del siglo XX, Richard Feynman estaría sin ninguna duda. Por eso, y porque estamos a punto de cerrar un año y entrar en uno nuevo, rescatamos los acontecimientos y ese desenlace en forma de carta de uno de los pocos momentos en que Feynman decidió volverse más irracional que nunca y hacer caso únicamente a lo físico, y no tanto a la física. El día que decidió lanzarle un mensaje a su mujer donde quiera que estuviera.

A la edad de 27 años, el físico Richard Feynman perdió a su esposa, Arline Feynman. Ocurrió en el mes de junio de 1945 a causa de una larga enfermedad de la tuberculosis. Airline tenía tan solo 25 años y fue la novia del premio Nobel desde la secundaria, pero como aseguraron durante muchos años sus amigos y gente más cercana, fue mucho más que eso.

Contaba Lawrence Krauss en una biografía de 2012 sobre el físico que “eran almas gemelas, pero no clones, sino opuestos simbióticos que se complementaban”. Ambos se conocieron desde muy pequeños, pasando los veranos en las playas de Far Rockaway, donde Feynman creció. En el tercer año de secundaria, el físico dijo que supo que quería casarse con ella, una sorprendente contraparte a la que más tarde llamaría “su mujer ideal”.

Mientras él era estudiante de posgrado en Princeton, curiosamente,  una institución que veía el matrimonio como una distracción fatal para actividades académicas serias, Feynman y Greenbaum se comprometieron oficialmente. Por aquella época, Arline comenzó a sufrir síntomas recurrentes de una misteriosa enfermedad; fiebres, dolores y grandes bultos que aparecían y luego desaparecían. 

Foto: Picryl

Tras el temor inicial de un pronóstico de cáncer, a Arline le diagnosticaron tuberculosis linfática en 1941, posiblemente contraída por leche no pasteurizada. Los médicos no esperaban que durara más de dos años. Feynman terminó su doctorado en 1942 y, a pesar de la protesta de sus padres, la pareja se casó en una ceremonia civil en Staten Island. 

Fue un festejo sin amigos ni familiares presentes, donde la joven pareja se embarcó en un matrimonio que se sabía con final corto. De hecho, ni siquiera pudo comenzar con un beso por temor a que Feynman cayera enfermo, e inmediatamente después de la boda, la llevó al Hospital Deborah en Nueva Jersey y la visitó allí todos los fines de semana.

En 1943, Oppenheimer invitó al físico a unirse al equipo del Laboratorio de Los Álamos en Nuevo México como parte del Proyecto Manhattan que vería el desarrollo y detonación de la primera bomba atómica. Oppenheimer había sido director científico de un proyecto de enriquecimiento de uranio en Princeton, en el que Feynman participó tras el ataque a Pearl Harbor. 

Fue un momento difícil para el científico, ya que, si bien Arline era el gran amor y alma gemela de Feynman, la física fue la vocación de su vida y la oportunidad en Los Álamos no era una que pudiera dejar pasar. 

Muchos años más tarde, comenzaron a publicarse las numerosas cartas que ambos se intercambiaron durante los meses que estuvieron juntos y separados (muchas de ellas recopiladas en el volumen Perfectly Reasonable Deviations from the Beaten Track).

Sea como fuere, ninguna tan conmovedora ni desgarradora como la escrita por Feynman dieciséis meses después de la muerte de Arline. 

Lo cierto es que no es frecuente que una de las cartas de amor más famosas jamás escritas se escribiera más de un año después del fallecimiento del sujeto de la misiva. En el caso del físico, ese fue precisamente el tiempo que le llevó comprender la profunda pérdida de Arline a causa de esa tuberculosis incurable. 

El hombre que parecía tener una respuesta para todo lo terrenal, seguía desesperado, perdido, y decidió redactar una carta catártica sellada y nunca abierta hasta el momento de su muerte en el año 1988, cuando la encontraron entre un tesoro de papeles por un biógrafo. 

Les dejamos con el escrito:

17 de octubre de 1946

D’Arline,

Te adoro, cariño.

Sé cuánto te gusta escucharlo, pero no solo lo escribo porque te gusta, lo escribo porque me embriaga por dentro escribírtelo.

Ha pasado muchísimo tiempo desde la última vez que te escribí; casi dos años, pero sé que me disculparás porque entiendes cómo soy, testarudo y realista; y pensé que no tenía sentido escribir.

Pero ahora sé, mi querida esposa, que es correcto hacer lo que he retrasado y he hecho tantas veces en el pasado. Quiero decirte que te amo. Quiero amarte. Siempre te amaré.

Me resulta difícil entender lo que significa amarte después de haber muerto, pero todavía quiero consolarte y cuidarte, y quiero que me ames y me cuides. Quiero tener problemas que discutir contigo; quiero hacer pequeños proyectos contigo. Nunca pensé hasta ahora que podríamos hacer eso. Qué deberíamos hacerlo. Empezamos a aprender a hacer ropa juntos, o a aprender chino, o a comprar un proyector de películas. ¿No puedo hacer algo ahora? No. Estoy solo sin ti y tú fuiste la “mujer-ideal” y la instigadora general de todas nuestras aventuras salvajes.

Cuando estabas enferma te preocupabas porque no podías darme algo que querías y creías que necesitaba. No deberías haberte preocupado. Tal y como te dije entonces, no había ninguna necesidad real porque te amaba muchísimo de muchas maneras. Y ahora es claramente aún más cierto: ahora no puedes darme nada, pero te amo de un modo que te interpones en mi camino para amar a cualquier otra persona, y quiero que te quedes ahí. Tú, muerta, eres mucho mejor que cualquier otra persona viva.

Sé que me asegurarás que soy un tonto y que quieres que tenga plena felicidad y no quieres estorbarme en mi camino. Apuesto a que te sorprende que ni siquiera tenga novia (excepto tú, cariño) después de dos años. Pero no puedes evitarlo, cariño, ni yo tampoco —no lo entiendo, porque he conocido a chicas muy simpáticas y no quiero quedarme solo—, pero tras dos o tres encuentros todas parecen cenizas. Tú eres la única para mí. Tu eres real.

Mi querida esposa, te adoro.

Amo a mi esposa. Mi esposa está muerta.

Richard.

PD: Disculpa no enviar esto por correo, pero no conozco tu nueva dirección.

Una respuesta a «Carta de amor de Richard Feynman a su esposa fallecida: “Disculpa no enviar esto por correo, pero no sé tu nueva dirección”»

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