El pequeño Corso

El emperador no era tan bajo: el mito de la estatura de Napoleón

El emperador Napoleón en su estudio de Las Tullerías, por Jacques-Louis David

El emperador Napoleón en su estudio de Las Tullerías, por Jacques-Louis David

El emperador Napoleón en su estudio de Las Tullerías, por Jacques-Louis David.

Foto: National Gallery of Art, Washington D.C.

El “pequeño corso”, o en su versión más despectiva, el “enano corso”, es seguramente el mote más famoso y despectivo que acompaña a Napoleón Bonaparte. Tan famoso como falso: Napoleón no era en absoluto bajito para los estándares de su época, puesto que medía 168 centímetros de altura en una época en la que la media francesa rondaba el metro sesenta.

El origen del mote se debe a un conjunto de equívocos, unido a una cierta mala intención por parte de sus enemigos que querían desprestigiarlo, y también a ciertas decisiones del propio Napoleón. Indaguemos en el origen del mito del “pequeño corso”.

El pequeño cabo

Antes de convertirse en el “pequeño corso”, Napoleón fue en primer lugar el “pequeño cabo”. Este apodo le fue dado por sus soldados durante las campañas en Italia, antes de convertirse en emperador. Bonaparte era un oficial bastante joven y ascendió muy rápido (fue nombrado general de brigada a los 24 años y mandaba a hombres que le superaban en edad), por lo que aquel apodo se refería a su juventud y no a su estatura física.

Cuando se convirtió en emperador, Napoleón tomó una decisión que empezaría a alimentar el mito sobre su corta estatura: la creación de la Guardia Imperial, una unidad formada por soldados veteranos que ejercía a la vez como cuerpo de guardaespaldas y como guardia de honor en actos oficiales.

Entre otros requisitos, para formar parte de este selecto grupo había que tener una estatura considerable: como mínimo 1,73 para el cuerpo de cazadores y 1,78 para el de granaderos. Además, en la cabeza llevaban el bearskin, un sombrero alto forrado con piel de oso que añadía casi medio metro a su estatura. La intención de Napoleón era rodearse de una guardia que transmitiera una imagen poderosa, pero el resultado colateral era que él, en comparación, se veía más bajo.

Granadero de la Guardia Imperial de Napoleón, por Jean-Baptiste-Édouard Detaille

Granadero de la Guardia Imperial de Napoleón, por Jean-Baptiste-Édouard Detaille

Granadero de la Guardia Imperial de Napoleón, por Jean-Baptiste-Édouard Detaille.

Foto: CC

Un error de cálculo

Pero el error que dejaría grabado el mito sobre su baja estatura tiene relación con un error de cálculo, o más bien de interpretación. Cuando Napoleón murió en la isla de Santa Elena, el 5 de mayo de 1821, se le realizó una autopsia en la cual, entre otras cosas, se determinó su altura. Esta fue de “cinco pies, dos pulgadas y cuatro líneas”, lo que equivaldría a 1,68 o 1,69 metros. Sin ser ciertamente un gigante, era más alto que el promedio de sus compatriotas por aquella época, cuya altura media rondaba el metro sesenta.

 

 

La desgracia para él era que dicha medición se realizó en un sistema métrico nuevo que él mismo había establecido, según la cual un pie equivalía a una tercera parte de metro, es decir, 33,33 centímetros. Pero uno de los médicos que examinó su cuerpo era británico e interpretó el dato de acuerdo a las medidas vigentes en Gran Bretaña, según las cuales un pie tenía una longitud de 30 centímetros y medio. En el cómputo total, esto restaba unos 12 centímetros a Napoleón, dejándolo en 1,57 metros de altura. Los británicos, acérrimos enemigos del emperador, se apresuraron a usar este dato para ridiculizar a su enemigo como el “enano corso”, a pesar de que su altura media tampoco era mucho mayor.

La muerte de Napoleón, por Charles von Steuben

La muerte de Napoleón, por Charles von Steuben

La muerte de Napoleón, por Charles von Steuben.

Foto: CC

La mala fama de Napoleón

Incluso antes de su muerte, los enemigos de Napoleón le representaban como un enano en el sentido figurado. En las caricaturas de la prensa aparecía a menudo representado con un tamaño diminuto, aludiendo a su origen provinciano: la isla de Córcega había sido comprada a la República de Génova y los franceses del continente miraban con cierto desprecio a sus nuevos compatriotas; el propio Napoleón no podía disimular su acento extranjero al hablar francés, algo que lo acomplejaba ya que se trataba de la lengua franca de la época.

Más allá de estas razones, el mito del “pequeño corso” tiene una buena dosis de mala intención, debida al deseo de ridiculizar a un hombre que durante años había sido la pesadilla de las grandes potencias europeas: no es casualidad que los lugares en los que conserva este apodo peyorativo sean principalmente los países que invadió y, a menudo, despojó de sus obras de arte; llevando incluso a la desaparición de estados que habían existido durante siglos.

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