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CRÓNICA

Pataleando en el hemiciclo como los ñus en la sabana

Patxi López, del PSOE, y Borja Sémper, del PP, charlan en el patio del Congreso el día de la investidura de Feijóo.

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Nunca se deja de aprender en el Congreso. Aprender sobre técnicas de lucha, artes marciales en general y patadas en la entrepierna. Y sobre los límites de la confrontación política. La presidenta del Congreso, Francina Armengol, comunicó a los parlamentarios que “no se puede patalear en el hemiciclo” cuando los del Partido Popular estaban mugiendo y corneando los escaños. Un pifostio de los que hacía bastante tiempo que no se veían. El debate de investidura de Alberto Núñez Feijóo lleva camino de ser uno de esos que no se puede asimilar sin el consumo de alucinógenos. Para estar a tono con el ambiente.

Por la mañana, el discurso de Feijóo se había seguido en silencio, sólo interrumpido por los aplausos del grupo del PP y algunas risas de los socialistas. Al reanudarse por la tarde, todo saltó por los aires desde el primer minuto. Armengol dio la palabra por el grupo socialista a Óscar Puente, alcalde de Valladolid hasta mayo. Pedro Sánchez se quedaba en su butaca sin intervenir en nombre del PSOE. La jugada consistía en desmarcarse del debate sobre Feijóo, no darle más titulares de los necesarios, y dejar que apareciera Puente, el candidato más votado en las elecciones municipales en su ciudad, pero que no fue reelegido porque el PP y Vox tenían mayoría en el consistorio. Es decir, como Feijóo en las generales.

Los diputados del PP entraron en combustión. Varios de ellos gritaron “cobarde” a Sánchez, antes de que hablara Puente, como si estuvieran en la grada del estadio insultando al árbitro mientras consumen grandes cantidades de alcohol. Volvieron a sulfurarse cuando Puente buscó provocarles y aventuró que a Feijóo no le queda mucho tiempo al frente de su partido: “Usted no tiene apoyos para ser presidente del Gobierno y dentro de poco tampoco los tendrá para presidir el partido”.

Puente tenía guardado el misil nuclear para más adelante. Había subido a la tribuna para eso. Para sacudir con todas las ganas. “El PP de Galicia, esa gran familia retratada en 'Fariña'” (el libro de Nacho Carretero sobre el narcotráfico gallego que, entre otras muchas cosas, cuenta las conexiones de esos mafiosos con el PP). Gritos de “sinvergüenza” desde el PP.

Puente, encantado de la vida, disparó el segundo proyectil mencionando “su estrecha amistad con un narcotraficante”.

Marcial Dorado, estrella de un debate de investidura. Quién se lo iba a decir en la época en que era uno de los grandes traficantes de tabaco de Galicia con una trayectoria delictiva que le terminó acercando al narcotráfico. Todo eso de lo que Feijóo dice que nunca se enteró. Había demasiada nieve, explicó hablando en serio, no en su nariz, sino en los montes que visitaba con su amigo Dorado.

Ahí se montó la de Dios es Cristo y la Virgen María no es mi madre. Fue cuando Armengol se quejó de que se ensañaran a coces con el piso. Los del PP aullaron como hienas y Puente ni se inmutaba. Se había estrenado en el Parlamento con munición de grueso calibre y confiando en salir a hombros de sus compañeros. Entre los socialistas, destacó el exministro Ábalos al levantarse del escaño para responder a gritos a los conservadores.

Armengol estaba tan superada por los acontecimientos que le dejó hablar diez minutos más de los treinta que tenía asignados. Más que flexibilidad en el control de los tiempos, era barra libre.

En la tribuna de prensa, un columnista de El Mundo empezó a hacer aspavientos y a unirse a las protestas contra Puente, que evidentemente está prohibido para los periodistas. Cualquier día se tira al hemiciclo. Con la altura considerable que hay, lo mismo sus lectores se lo agradecen.

Feijóo subió a la tribuna para dar la réplica. “No voy a participar en el club de la comedia”, dijo. Incorrecto, porque más parecía un programa de 'Jackass', pero, para el nivel habitual en él, es un chiste espectacular. Tenía una frase mejor: “Señor Sánchez, usted me pedía seis debates en la campaña ¿y ahora no quiere tener uno?”. La respuesta no era mala y fue la señal para que sus diputados volvieran a levantarse a aplaudir y a gritar “cobarde” a Sánchez.

Armengol dijo esta vez que “esto no es un patio de colegio”. Ya basta de menospreciar a los niños. Con tanto diputado escarbando en el suelo, se parecía más a un zoo o a la migración de ñus y cebras en el Serengeti.

“No toleraré ni un insulto”, prosiguió. Los diputados del PP se rieron de ella. Cómo no iban a reírse si llevaban toda la tarde soltándolos.

Por la mañana, Feijóo ofreció el programa que no podrá poner en práctica porque no será elegido. En realidad, en los primeros veinte minutos se dedicó a hacer oposición del Gobierno en funciones o de la futura investidura de Sánchez. Cuando pasó a hablar del futuro, lo que hizo fue elogiar el pasado. Su receta para España es subirse al DeLorean y regresar a los años setenta y ochenta.

“Hay quien reniega de la Transición –explicó–. Yo vengo a reivindicarla y a reclamar su vigencia”. Lo primero es legítimo. Lo segundo es difícil de creer, porque los problemas actuales del país no se solucionan con la nostalgia, recordando los años de la EGB ni pensando que España continúa siendo como entonces.

Pactos de Estado para todo. Esa era su oferta para la que no tiene más aliados que la extrema derecha. No es una solución que haya que desdeñar por principio, pero sí habría que examinar fríamente sus posibilidades de éxito. No sería mala idea con una ley de educación para no tener que cambiarla cuando se produce la alternancia en el Gobierno.

Sin embargo, ya se vio que no hay muchas opciones si Feijóo dice luego que no admitirá “adoctrinamientos” en la escuela. Uno se puede imaginar que no permitirá que se limite o elimine una de las formas de adoctrinamiento más antiguas del mundo occidental, la asignatura de religión con su catecismo cuya función siempre ha sido la de crear buenos católicos.

Feijóo ofreció pactos de Estado mientras también afirmaba que los socialistas son un peligro para la democracia. Por tanto, la oferta no vale mucho. Ni se la van a aceptar ni él la dice en serio. Por el contrario, Santiago Abascal se mostró muy satisfecho con los mensajes de Feijóo. No se presentó como alguien que cree que votar 'sí' a la investidura es como apostar por el mal menor, sino como el que aspira a ser un socio fiable y seguro del PP.

Fuentes de Moncloa informaron durante el pleno de que Sánchez no tiene previsto hablar en ningún momento de este debate. Que se lo deja todo a Feijóo, porque él ya tendrá la oportunidad de intervenir en su debate de investidura.

Feijóo había quedado algo descolocado. Pretendía un cuerpo a cuerpo con el presidente en funciones y se tuvo que conformar con que Puente le castigara con unos cuantos guantazos. En un momento, el líder del PP se lio tanto que acusó a Sánchez de “no tener el cuajo de venir aquí a presentar su programa” al negarse a hablar en el pleno. ¿En la investidura de Feijóo quien debe subir a la tribuna para contar su programa es Sánchez? Eso sí que no sale en la Constitución.

Más tarde, insistió: “El señor Sánchez no quiere hablar porque no quiere responder”. ¿No es él quien se presenta como candidato?

Todo es tan surrealista en este debate de investidura que hay que arder en deseos por ver cómo se insultarán en la segunda jornada. Desde luego, quienes han quedado como unos idiotas son los que están pidiendo grandes acuerdos entre el PSOE y el PP desde los medios de comunicación. Lo único que pueden pactar esos partidos es el tipo de armamento que emplearán en sus duelos.

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