Portada GQ

Chris Evans, sobre la vida después de Marvel y el Capitán América: “Espero dedicar menos tiempo a la interpretación en mi vida. Tengo muchos otros intereses. Tampoco es que haya alcanzado ninguna cima en el mundo del cine”

Entre las cosas que a la reticente estrella se le han pasado por la cabeza últimamente figuran el insignificante lugar que la humanidad ocupa en nuestra vasta galaxia, los otoños en Nueva Inglaterra, si su perro es consciente de que es famoso y el hecho de que ser una estrella de cine no es el mejor trabajo para alguien con tendencia a pensar sobre absolutamente todo.
Chris Evans
Camiseta de tirantes, de Sebastien Ami. Camiseta, de Merz b. Schwanen. Cadena (en todas las imágenes), propia.

En 2019, poco después de que Chris Evans finalizara Vengadores: Endgame, la séptima de las siete películas de Capitán América a las que estaba obligado contractualmente, abandonó Los Ángeles. La idea era largarse de una ciudad que Chris asocia con la “ansiedad pavloviana” y regresar a Massachusetts, donde creció y donde, desde 2014, reside habitualmente. Esto es lo que pasa cuando baja del avión: “Me transporto a un lugar donde la vida no es que fuera sencilla —sería demasiado reduccionista expresarlo así—, sino más pura, por así decirlo; un lugar donde mi ego y mis inseguridades no suponen una presencia tan dominante a la que tener que enfrentarme”. “Allí realmente me tomo mi tiempo”, dice sobre su casa, a las afueras de Boston. Sólo de pensarlo, sonríe. Su voz se torna aniñada, dulce, suave: “No me puedo creer que tenga 42 años”.

Chris Evans en la portada del número de octubre de 2023 de GQ. Camiseta de tirantes, de Ferragamo. Cadena, propia.

Chris Evans ha estado trabajando en Hollywood de manera ininterrumpida y con gran éxito durante más de dos décadas. Pero no siempre ha sentido que tuviera las cosas bajo control. Cuando era más joven, hizo papeles en muchas “películas malas”, como él mismo describe. Sus primeros éxitos reales en la industria llegaron gracias a una serie de personajes a los que denomina “gilipollas graciosillos”, dice: cretinos guaperas y musculosos cuya única cualidad memorable era su engreimiento. Y después llegó Steve Rogers, también conocido como Capitán América, un personaje tan definido e icónico —al contrario que otros héroes de Marvel, no ha dejado de ser el mismo tipo virtuoso desde su nacimiento en 1940— que el principal trabajo de Chris Evans consistía en ser un custodio, pero también inventor o explorador.

Ninguno de estos papeles encajan de manera muy precisa en cómo es Chris Evans en su día a día, cuando no está trabajando, algo que le pega bastante. “Hay gente que, cuando la conoces, piensas: tío, éste sí que es una estrella de cine”, comenta. Y él está muy convencido de que no es uno de ellos. “Me encanta actuar. Pero tampoco es algo sin lo que no podría vivir”. Ha alcanzado éxito suficiente como para no tener que preocuparse de su cuenta bancaria el resto de su vida, y probablemente de unas cuantas más. Pero a pesar de la fama, o quizás debido a ella, le interesa de todo menos el gran relato de Chris Evans. “Cuando no me presto ninguna atención”, dice, “y me pregunto por ejemplo por qué existen los agujeros negros, me doy cuenta de que el hecho de que esté aquí es un milagro. Es como disparar a una bala con otra bala. Es decir, que cualquiera de nosotros esté aquí es de por sí algo increíble. Eso me provoca una sensación de profunda paz. Y entonces ya no pienso más ni me planteo más preguntas sobre mi carrera”.

Antes de nuestra cita, tenía la idea de que la vida y la obra de Chris Evans estarían repletas de ideas interesantes sobre lo que supone ser un actor protagonista en una industria cinematográfica moderna que ahora brega por encontrar una lógica sostenible. Sólo el año pasado rodó tres proyectos: la comedia de acción Ghosting, de Apple, con Ana de Armas; El negocio del dolor, de Netflix, una astuta e inteligente película sobre la crisis de los opioides; y la próxima película navideña de Amazon, Red One, junto a Dwayne “The Rock” Johnson. Tres proyectos que de algún modo cuentan la historia de Hollywood en 2023, asediado por las plataformas de streaming, con sus actores y guionistas en huelga, y con tipos como Chris Evans que buscan una versión de las carreras que forjaron sus predecesores, en la que convivan el arte y el mercado y en la que aún sea posible contar historias originales.

Luego nos conocimos y Evans me dijo que todo esto, aunque pueda resultar potencialmente interesante para alguien, es algo en lo que preferiría no pensar nunca. Por eso se marchó de Los Ángeles. En Massachusetts, cuenta, presta mucha atención al paso de las estaciones. Se maravilla literalmente ante una flor. “El hecho de que los árboles estén verdes me deja alucinado”, dice Evans. Hay quienes se maravillan ante el universo porque están naturalmente dispuestos a contemplarse a sí mismos como una pequeña mota en una galaxia gigantesca y en constante expansión. Chris Evans es probablemente una de esas personas. Pero últimamente ese maravillarse ante el universo es más bien un mecanismo de defensa. “Aprendí muy pronto que cuando me siento pequeño, sufro”, dice. “Cuando observo mi propia vida como a través de un microscopio, o cuando considero mi propia experiencia, caigo en una infelicidad cíclica”.


Tampoco es que le haga mucha gracia el tipo de conversaciones como la que estamos manteniendo. “Venía pensando lo poco que me gustan estas cosas”, dice. “Y me he dicho: pues si eso es lo que sientes, dilo”. Pero Evans tiende a leer lo que se se escribe sobre él, y en el pasado no le ha hecho gracia leerse a sí mismo diciendo a los periodistas que le disgustan estas cosas. “Me he hartado de oírme decirlo. A veces lo leo y pienso: ‘Cállate, Chris. ¿A quién coño le importa? ¡Cállate! Eres un quejica. No mola parecer este tipo de persona ante los demás. Pero como he dicho, a veces acudo a las entrevistas con la intención de decir exactamente lo que pienso, lo que me pasa por la cabeza”.

¿Y cuál es tu mentalidad hoy exactamente? “Umh”, dice Evans. “Diría que no sé cuál es mi mentalidad”.

He aquí otro atisbo de lo que significa vivir en la cabeza de Chris Evans, de la que, dice, se escaparía si pudiera. Es algo que intenta más o menos todos los días.

“Chris es increíblemente introspectivo”, me dice riendo su madre, Lisa Evans. “Cuando era pequeño, justo antes de acostarse, me hacía preguntas muy profundas, del tipo: ‘Mamá, ¿quién soy yo?’. Y yo le miraba y decía: ‘Dios mío”.

Chris cuenta que a veces mira a su perro Dodger —al que solía enseñar a sus millones de seguidores en Instagram, hasta que un día del verano pasado se despertó y decidió desactivar su cuenta (por razones que probablemente el lector ya esté empezando a entender)—, y siente cierta envidia. “No piensa en el ayer”, dice Evans. “No le preocupa el mañana. Participa activamente del momento de una forma muy muy limpia. Puede sonar un poco simple, pero es como un pequeño maestro, ¿no? Es un pequeño ejemplo de lo que deberíamos estar haciendo. Es tan honesto, tan puro, tan bueno. No tiene idea de que soy famoso. Ni idea. Y no puede saberlo, es algo hermético. Quiero decir que él es famoso y nunca lo sabrá. No puede, es un rasgo de carácter impenetrable. No le puede corromper”.

Abrigo y corbata, Bottega Veneta. Camisa, Loro Piana. Vaqueros, Levi's x ERL. Zapatillas, Reebok. Reloj, Rolex.


n Nueva York hace un calor sofocante, pero en un pequeño bar junto al vestíbulo del Hotel Greenwich hace fresco, es agradable y no parece que estemos en ningún sitio en particular. Chris Evans va vestido como uno se puede imaginar: gorra de los Red Sox y camiseta negra; también lleva barba y gafas. Se comporta con la reserva ensoñadora del chico de teatro que fue. “Le costó florecer, y era un poco torpe socialmente”, dice acerca de ese niño. “No quería salir de casa. Ya sabes, era uno de esos chicos que tenía uno o dos amigos como mucho”.

Cuando le pregunto a su madre si ella también lo recuerda así, se ríe. “Confirmado”, dice. “No le iban mucho las pandillas grandes de chicos”.

Aun así, Evans tuvo una infancia idílica. Su madre Lisa se convertiría más tarde en la directora de una compañía de teatro en la que Evans y sus hermanos participaban; su padre era dentista y su tío, Mike Capuano, fue alcalde de Somerville y congresista durante dos décadas. Los principios de Chris Evans en Hollywood también fueron afortunados: gracias a unas prácticas en una agencia de cásting de Nueva York en el instituto, consiguió un agente y, poco después de graduarse, un papel en un programa piloto, Opposite Sex, en Los Ángeles. Cuando se mudó, lo hizo a los apartamentos Oakwood, cerca de Toluca Lake, un hervidero de jóvenes aspirantes a actores. “Cuando llegas por primera vez, estás emocionado, lleno de esperanzas y sueños”, dice. “Pero también  es un poco engañoso”.

Camiseta de tirantes, Gucci.

Ésta fue la época de los graciosillos gilipollas de Evans. Johnny Storm, la Antorcha Humana en Los Cuatro Fantásticos de 2005 —su primera película para Marvel— era así. También lo era el personaje que interpretó en Scott Pilgrim contra el mundo, de 2010, y en Dime con cuántos, de 2011, y así sucesivamente. “Me presenté como un gilipollas”, dice. “Y me dieron muchos papeles de gilipollas”.

Por eso a veces, cuando habla con una persona a la que acaba de conocer, tiene la sensación de que esa persona piensa: Chris Evans me encerró una vez en una taquilla. Pero, en todo caso, en la época en la que estaba rodeado de taquillas, le pasaba justo al revés. Es un tipo naturalmente simpático y considerado, hasta el punto de que terminas preocupándote por él. Sus defensas contra el mundo son algo elaboradas y, al final, no demasiado útiles. “Lo ha hecho público, tiene ansiedad”, dice su madre. “Pero he visto cómo aprendía a controlarlo: es muy bueno retirando el foco de su persona”.

Pero también se le da muy bien hacer de imbécil. “Creo que a veces los opuestos son interesantes”, cuenta David Yates, quien dirigió a Evans en El negocio del dolor. “Es lo divertido que implica ser algo que él no es”. Y Evans se ha divertido. Recientemente y de manera memorable en Puñales por la espalda, en la que interpreta a un cretino arrogante vestido con un jersey estupendo. En El hombre gris, estrenada el año pasado y protagonizada por Ryan Gosling, en la que interpreta a un asesino a sueldo felizmente sádico. Y en El negocio del dolor, en la que encarna a un comercial de opiáceos con un sentido dúctil de la ética y gran fan de los clubes de striptease. “Creo que, en todo caso, interpretar al Capitán América —honesto, reflexivo e infinitamente escrupuloso— fue un poco contraproducente”, dice Evans.

Pero están los tipos y luego está la realidad, y uno se pregunta, le digo a Evans, dónde cree que se sitúa él en la vida real: ¿entre los tipos verborreicos y encantadoramente desagradables que han moldeado su reputación o con el superhéroe serio y firme que ha forjado su carrera? Yo diría que la respuesta de Evans a esta pregunta no está muy clara que digamos, pero sí es muy auténtica para él: digresiva, confesional, alérgica a la concreción en un sentido u otro.

“Es curioso”, dice, “me han dicho que soy extrovertido. Pero creo que todos nos sentimos introvertidos hasta cierto punto. Soy una persona bastante abierta. Me gusta la comunicación. No sé hasta qué punto creo en la astrología, pero soy géminis y muchas de mis ex novias me han dicho: “¡Eres tan géminis!”. Una de las cualidades de este signo es la comunicación. Nos gusta compartir, conversar y ser sinceros. Yo suelo descargar todo lo que tengo en la cabeza sin complejos, un poco demasiado, tanto si me lo piden como si no. Pero ese tipo de intercambio emocional suele ir acompañado de una fisicalidad con la que me siento cómodo, ya sabes, el lenguaje corporal, la cadencia. Hay algo que tengo en común con ese tipo de personaje”
—deduzco que se refiere al tipo desagradable—, “con lo que creo que me siento cómodo”.

Y después, con total seriedad, añade: “¿Pero en términos de moralidad, de integridad personal, del tipo de hombre que quieres ser? Me gustaría creer que tengo más en común con el Capitán América. Él pone el listón muy alto”.

Chaqueta y pantalones, Prada. Camiseta, Aimé Leon Dore.


En el Universo Cinematográfico Marvel fue en Capitán América: El Primer Vengador, una divertida y ocurrente película sobre la Segunda Guerra Mundial que se estrenó unos años después del Iron Man de Robert Downey Jr. (2008). Iron Man alcanzó un éxito asombroso. En lo que se refiere a películas estadounidenses, la cinta abrió una senda cada vez más estrecha por la que seguimos avanzando a día de hoy. La primera película de Los Vengadores —con un reparto que incluía a Chris Evans, Robert Downey, Scarlett Johansson, Chris Hemsworth, Mark Ruffalo y Jeremy Renner— se estrenó en 2012 y recaudó 1.500 millones de dólares. Desde entonces, Evans se metió de lleno en el universo de Marvel.

Cuando le ofrecieron el papel, las películas de Marvel ya tenían el suficiente recorrido para saber dónde se metía. “Al principio me daba mucha aprensión aceptarlo”, concede. Por aquel entonces tenía casi 30 años. “Recuerdo que a los veintimuchos se produjo un verdadero cambio en mi forma de sentirme en un rodaje y en la promoción de las películas: sentía más ansiedad y más incertidumbre. Siempre  acabas cuestionándote si es lo que deberías estar haciendo”. Viendo su trayectoria hasta ese momento, no le parecía que fuera gran cosa. “No estaba seguro de si me estaba acercando o alejando de mí mismo. Y algo dentro de mí me decía que me estaba distanciando, que había algo en esta industria que no era sano”. El trabajo le estaba afectando a la cabeza, a su sentido de la alegría, incluso a la percepción de sí mismo.

Así que dijo que no varias veces antes de decir que sí. Negoció a la baja el compromiso con respecto al número de películas que tendría que hacer con Marvel. Sopesó lo positivo y lo negativo — “Los pros eran que podría cuidar [económicamente] de mi familia para siempre; los contras, que me sentiría muy, muy infeliz con la fama y la pérdida de control”—, pero finalmente se vistió el traje y se convirtió en Capitán América.

“A menudo pienso en el mundo paralelo en el que habría dicho que no”, dice Kevin Feige, jefe de Marvel Studios. “Robert Downey Jr. recibe mucha atención, y muy merecida, por ser el fundamento de este estudio. Pero en muchos otros sentidos, Chris Evans se convirtió en un pilar más sin el que hoy no seguiríamos en pie”.

En retrospectiva, Chris dice que lo que más siente es gratitud. Al final no perdió el control ni se sintió profundamente infeliz. “Me encanta interpretar ese papel”, dice. “Me siento conectado a él, en el sentido de que, cuando vuelves  a meterte en la piel de ese personaje tantas veces, no puedes evitar absorber algunos de sus rasgos y compararte con ellos”.

Pero más allá de la gratitud, alberga un montón de sentimientos en los que prefiere no indagar. “A veces siento que casi nada de lo que ocurre en mi carrera o en mi vida me está pasando de verdad. Da la sensación de que lo está haciendo otra persona, o de que te sientes como un espectador. Por eso, cuando te hacen preguntas como ésta” —la pregunta, por si sirve de algo: ¿Sentiste que eras capaz de alejarte del personaje manteniendo tu sentido de independencia intacto?— “pienso, joder, no lo sé, pregúntaselo a él. Ah no, pero si soy yo. Vale, es verdad. Me siento como si hubiera estado sentado viendo lo que le pasaba a ese tipo. Así que a veces te sientes bastante fuera de todo. Como ya he dicho, estar ahí me ha demostrado que cuanto más tiempo pasas pensando en esas cosas, más infeliz eres”.

“Creo que el mundo sabe que hizo un trabajo espectacular”, dice Feige. “Y en gran parte se debió a que salió de su cabeza”.

Sudadera, Bode. Pantalones, Loro Piana.

De lo que sí se da cuenta Evans, en lo que sí se permite pensar, es en la libertad que le proporcionan las decenas de millones de dólares que, según se dice, ha ganado por interpretar al Capitán América. “Si quisiera parar del todo ahora, podría hacerlo”, dice. “Lo cual es increíble. Y es una bendición que no se puede explicar con palabras. Especialmente porque la vida es impredecible y puede pasar cualquier cosa”. Chris Evans sigue siendo un tipo ansioso, pero al menos ahora sabe que, aun en medio de ese remolino de ansiedad, tiene los recursos y el poder para enfrentarse a lo que venga. “Planifico demasiado. Trato de preparar las cosas de manera que incluyan cualquier imprevisto que pueda surgir en el futuro. Y eso es en gran medida lo que Marvel me ha proporcionado”. Ahora puede relajarse. “Y parte de esa relajación consiste simplemente en acallar mi cerebro, en aplacar mi ansiedad. Y también en dejar de analizarlo todo y de planificar el mañana. Ya no tengo que hacerlo tanto y puedo simplemente estar presente”.

Evans es consciente de lo que se dice ahora de las películas de cómics que ha protagonizado: que han sido un maremoto que ha cambiado Hollywood para siempre, marcando el comienzo de una nueva era de franquicias de entretenimiento interconectadas que rápidamente se han transformado en el modelo dominante de la industria. En términos de taquilla, las películas de Los Vengadores y sus spin-offs están entre las más exitosas y lucrativas de Hollywood. Evans sólo se lleva una pequeña parte del mérito. “Te sientes como si hubieras tenido la suerte de participar en algo así”, dice. “Es como ganar la Super Bowl, pero sin ser Tom Brady; sólo parte del equipo. Puede que te marcaras un par de buenas jugadas, pero la victoria no es tuya. Eres parte de ella, y eso es maravilloso. Formas parte de un fenómeno cultural”.

Un fenómeno cultural que, la mayoría de los días, se le antoja algo a lo que sólo asiste, como el resto de nosotros; puede que como un espectador especialmente cercano, pero espectador al fin y al cabo. “Realmente sientes que puedes hablar con la gente como si tú también fueras un espectador”, dice. “Es extraño darse cuenta de que has formado parte de todo esto y que, en algunos aspectos, ha durado décadas y, en otros, un minuto. Se acabó antes de empezar. Cuando pienso en 2016, 2017 o 2018, cuando me encontraba en el punto álgido, me resulta difícil recordar las cosas”. Evans iba de película en película y de cameo en cameo por todo el universo Marvel, todas rodadas consecutivamente. Once películas en nueve años. “Todo pasa muy rápido. Es la norma. Se estrena una y vuelves a otra, se estrena otra y todo sigue igual. Así que todavía no sé si he puesto la distancia suficiente para reflexionar adecuadamente. Quiero decir, siento gratitud todos los días, pero en términos de impacto o significado, no sé si me he parado a pensar en serio. Quizá lo hago a posta”. Se ríe. “Ni siquiera tengo el impulso de pensar en ello”, dice Evans, “porque entonces tendría que reconocer que estuve allí de verdad todo ese tiempo”.


Hoy en día, cuando se le presenta un nuevo proyecto, Chris Evans mira por la ventana de su casa antes de tomar la decisión. “Ahora lo que me planteo es: ¿en qué época del año vamos a rodar?”. Su voz vuelve a ser dulce y aniñada. “¿Me voy a perder el otoño? No quiero perderme el otoño. Sólo me quedan unos cuantos”.

Tiene otros intereses. “Podría hacer muebles para nadie y ser feliz”, dice. Y aunque le siguen gustando las películas y los actores y contar historias, Evans dice: “No quiero… A ver cómo explico esto. Iba a decir que no quiero perder demasiado tiempo en esta industria, pero eso tampoco suena bien. No quiero ocupar demasiado espacio en una industria en la que ya he invertido 20 años”. Se ríe. “A veces me pregunto si me falta algún tipo de… Creo que soy una persona muy motivada. Tengo mucha energía. Me levanto temprano, hago muchas cosas, pero no siempre se centran en la interpretación. A veces leer un guion es lo último que me apetece”.

Evans no ha pisado un plató en 2023. “No he trabajado en todo el año y no pienso hacerlo, estoy encantado”. El año pasado trabajó sin parar en tres películas, un accidente de agenda del que se arrepiente. “Cuando empecé a salir con mi novia hace ya tiempo —un par de meses después de nuestra conversación, Evans y la actriz portuguesa Alba Baptista, se casaron en Boston —, le decía: ‘Sí, hago una película al año. Pero ahora estoy intentando no trabajar’. Y luego, tras unos meses saliendo juntos, adivina. Nos vamos a Atlanta un año. Prepárate. Y cuando estaba en pleno año, sólo pensaba que nunca más”.

Camiseta de tirantes, Ferragamo.

A Evans le gustó hacer las tres películas, pero fue realmente agotador. Y más que agotador: era mucho Chris Evans incluso para Chris Evans. Especialmente para Chris Evans. “Creo que por mucho que intentes mantener la experiencia de hacer una película aislada de todo el tipo de narrativa egoísta que quiere abrirse paso”, dice, y sólo intentes “crear y ser emocionalmente accesible, vulnerable y asumir riesgos, no puedes evitar ser consciente de ti mismo. Y como resultado, hay una pequeña voz ególatra en tu cabeza que es consciente de tu pasado y que está midiendo tu futuro. Está considerando la historia de uno mismo, algo que creo que es muy malsano y que te quita alegría”.

Le pregunto si, a riesgo de pensar en su historia más de lo que le gustaría, podría reconstruir la lógica que le llevó a hacer cada una de las películas. “Claro”, dice con un suspiro. Empieza por Ghosted, que se estrenó en abril y que recibió críticas por lo general negativas. “Ghosted me pareció una película con la que crecí, un género que quizá ya no se ve mucho. Y la cuestión es si el público está por la labor de seguir viendo este tipo de película”.

¿Es una pregunta que te planteaste al principio o al final?

“Ambas cosas. No creía entonces que el público pasara, y sigo pensando que sigue sin pasar. Pero técnicamente, en términos de público, creo que nos fue bien. A los críticos no les gustó. Pero eso es más culpa de la película que de la apetencia del público. Creo que si se hace bien, hay ganas. Podríamos haberlo hecho mejor”.

El negocio del dolor, dice, era evidente. Emily Blunt, la protagonista, es amiga suya. El director, David Yates, es “un hombre realmente encantador”. Y lo más importante: era “un papel muy divertido que me entusiasmaba interpretar porque era un personaje real”.

Sonríe. “Y luego Red One: llevo toda mi carrera queriendo hacer una película navideña”. Así de sencillo.

Camisa, Front General Store. Vaqueros, Levi's x ERL. Zapatillas, Reebok.

Debo decir que tiene razón sobre su personaje en El negocio del dolor. Su papel es divertido. Evans interpreta al representante del medicamento que está parcialmente basado en una persona real, un neoyorquino de labia rápida con un pozo interior desbordante de ambición y cuyo yo moral se derrumba rápida y definitivamente ante la tentación. Su papel forma parte de la tradición del que probablemente sea el lugar más feliz de Hollywood para Evans ahora mismo; es decir: no es el centro de la película. “Si pudiera, evitaría siempre el papel protagonista”.

Lleva en esto el tiempo suficiente para saber la diferencia que existe entre él y algunos de sus compañeros. “Alguien como Robert Downey Jr. entra en la sala y se adueña del lugar”, dice Evans. “Tiene tanta presencia, tanta fuerza. Es magnético en todos los sentidos. Deja que sea él el protagonista. Que sostenga el micrófono, que diga las frases. Que diga lo que haga falta. No pasa nada. Porque en la profesión de actor hay dos lados, ¿no? Está lo que haces en el set y lo que haces después. Y lo que no me hace mucha gracia es precisamente lo que pasa después”.

“A algunos se les da fenomenalmente bien y otros han nacido para ello. Yo digo: que lo hagan ellos. No intento encajar ahí. Así que si me aparece un buen papel secundario, lo acepto. Como en Cuchillos por la espalda. Soy feliz de estar en un grupo. No necesito hacerme un hueco como protagonista”.

Evans dice que, en muchos sentidos, a pesar de las múltiples películas que ha protagonizado, el Capitán América también le parecía un papel secundario: “Eso era lo bonito de trabajar en las películas de Marvel. No tenías que ser el protagonista ni en tus propias películas”. “Quentin Tarantino lo dijo hace poco” —en un podcast, Tarantino dijo: “Parte de la marvelización de Hollywood consiste en todos esos actores que se han hecho famosos interpretando a esos personajes, pero no son estrellas de cine. El Capitán América es la estrella”—, y yo pensé: “Tiene razón. El personaje es la estrella. Tú estás ahí, pero no sientes su peso”. (Feige discrepa un poco: “Creo que es algo que se decía a sí mismo, y creo que es algo que muchos de los Vengadores, incluido Robert, se dirían a sí mismos, lo que en realidad resultó muy útil para el proceso. Pero en ciertos casos, incluido el de Chris, no es del todo cierto”).

En 2012, al inicio de su carrera como Capitán América, Evans fue elegido para interpretar a un líder rebelde en la película Snowpiercer, de Bong Joon-ho, un papel memorable en una película memorable que estuvo a punto de no conseguir. Antes de conocer a Evans, Bong sólo tenía una vaga impresión de él como actor, y en una entrevista francesa lo definió como “la caricatura del americano musculoso. Me lo imaginaba como el típico capitán del equipo de fútbol de instituto”. Entonces Evans y él se conocieron. “Me di cuenta de que era un joven inteligente —casi un empollón— y muy sensible”, dice Bong.

Le pregunto a Evans si esto le pasaba a menudo, si los directores le confundían con el musculoso personaje que interpretó durante tantos años. Le menciono la cita de Bong Joon-ho.

“No lo sé”, dice. Luego hace una larga pausa y, cuando vuelve a hablar, lo hace consigo mismo, no conmigo. “Creo que no estoy siendo del todo sincero conmigo mismo. Tal vez… Por un lado, no me gustan este tipo de entrevistas porque no sé si encajo fácilmente en un molde. A veces he leído entrevistas que no me representan fielmente, pero me digo: bueno, eso lo dijiste tú, Chris. Pero entonces puedo ver cómo que me empiezo a hacer un lío y digo, vale entonces di esto. No digas lo otro. Deja de mencionar esto o lo de más allá. Y entonces, me pregunto: ¿qué estamos haciendo aquí, Chris? De repente te preocupas por elaborar una narrativa y te ves de nuevo cuestionándotelo todo. ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Para ti? ¿Para ellos? Esto no importa. ¡No importa! Sólo está reforzando una especie de narrativa ególatra de quién crees que deberías ser y cómo te gustaría ser percibido. Sólo te conducirá a la infelicidad. Porque incluso si esto sale exactamente de la forma en que quiero ser percibido, será agradable por un momento. Pero luego es una cuestión de ¿cómo hago para que siga así? Debería romper la cadena ahora mismo y dejar de preocuparme por esto”.

Finalmente, termina su monólogo y se gira para establecer contacto visual. “Aunque lo que dice Bong es bonito, aunque tu pregunta sobre cómo me perciben es buena, aunque podría opinar sobre ello durante una hora, es un paso en la dirección equivocada. Me parece una manera de preocuparme por algo que en realidad estoy intentando que no me importe. Así que, si digo que no me gustan estas entrevistas, estaré contradiciendo lo que acabo de decir, porque significa que, de un modo u otro, me importa cómo me perciben. Mi objetivo es conseguir que no me importe, responder y ser sincero”.

Has mencionado que los periodistas intentan encasillarte. ¿Tienes la sensación de que yo también estoy intentando hacerlo?

“No, en absoluto. Para nada. De hecho, es muy gracioso. A mi novia le gusta mucho la energía de la gente y las primeras impresiones. A mí no tanto, porque creo que no siempre transmito lo mismo desde el principio. Así que intento guardarme mis juicios. Pero tenías una energía muy muy agradable cuando llegaste”.

No sé si el lector necesitaba oír esa última parte. Pero me gustó el cumplido. Y si Evans va a a ser honesto, yo también lo seré. Así que, ahí va.

Chaqueta y pantalones, Palace. Zapatillas, Reebok.


Pide una cerveza. Le pregunto si volvería a Marvel. “Sí, tal vez”, dice. “Nunca diría nunca porque fue una experiencia maravillosa y es algo que aprecio mucho y de lo que estoy muy orgulloso. Y como ya te he dicho, a veces no puedo creer que haya sucedido. Pero no me gustaría que pareciera que lo hago por dinero, o si veo que no está a la altura de las expectativas o si sintiera que no está conectado con lo original. Así que, de momento, no. Además, espero dedicar menos tiempo a la interpretación en mi vida. Tengo muchos otros intereses. Mira, tampoco es que haya alcanzado ninguna cima en el mundo del cine. No tengo ningún Oscar y mi nombre no se encuentra entre los que sí están ahí arriba. Pero, al mismo tiempo, también me siento muy satisfecho”.

En 2014, Chris Evans se puso por primera vez detrás de la cámara para dirigir Antes de que te vayas, una pequeña y sincera película sobre dos extraños que comparten un par de días complicados.

Pero, sobre todo, le gustaría trabajar menos. Sabe que parece una tontería, pero le gustaría hacer más cosas con las manos. “Me gustan las cosas autónomas. Me gustaría fumarme un porro, poner música y dedicarme a la cerámica. Lo que está haciendo Seth Rogen. Es bueno para ti, hombre. Sólo tienes que ir al taller y ponerte a hacer algo. Y qué placer, qué simple, qué cotidiano. Me encanta actuar, pero no puedes actuar solo. Elegí una profesión que requiere a un montón de otros actores y artistas, y también a un público”.

Sólo le queda un objetivo: cómo salir de un cuerpo y de un cerebro que no paran de recordarle las limitaciones autoconscientes a las que todos nos enfrentamos —especialmente él, parece ser— en los momentos en los que su cerebro se mueve en direcciones en las que preferiría que no se moviera. “Eso es lo que nos convierte en humanos, ¿no? Somos seres sensibles. Nacemos en el sufrimiento. Pero tenemos la oportunidad de mudar de piel. La razón por la que mi perro encaja es porque no sabe lo que es encajar. Ahí es donde nos diferenciamos. El león, el pájaro, la nube, la cascada… todos funcionan en armonía porque ninguna es consciente de que necesita funcionar. Es nuestra autoconciencia lo que nos separa. Pero también lo que nos causa sufrimiento. Creemos que es lo que nos eleva, pero yo diría que en realidad es lo que nos hace inferiores”.

Tiene que irse en un minuto. Pero tiene más ideas sobre cómo librarse del todo de los pensamientos. Es consciente de lo paradójico del asunto. “Todos estamos desesperados por dejar huella, o ser vistos de una determinada manera”, dice. “Y esta profesión”, refiriéndose a la interpretación, “lo exacerba y mucho”. La grabadora sobre la mesa entre nosotros: otra paradoja. Quiere decir la verdad, pero también quiere no querer nada en absoluto. Que es en lo que trabaja cada día. Entonces, la misión, como la describe Chris Evans: “¿Puedes existir simultáneamente en un cuerpo que es consciente de sí mismo sin los grilletes de ese ego? ¿E ir reconociéndolo poco a poco y abandonar esa parte de tu autoconciencia para simplemente ser como el perro sentado en el campo mirando a un árbol?”.

Y entonces sonríe, bebe su cerveza, se encoge de hombros y, una vez más, hace todo lo posible por no pensar en cómo quedará todo lo que ha dicho por escrito.

Camiseta de tirantes, Sebastien Ami. Camiseta, Merz b. Schwanen. Pantalones, Prada.

Zach Baron es editor de projectos especiales de GQ.

Las entrevistas y las fotografías para escribir este artículo se realizaron antes de la huelga convocada por el sindicato SAG-AFTRA.

Una versión de este reportaje apareció originalmente en el número de octubre de 2023 de GQ con el título Chris Evans se lo está pensando.


CRÉDITOS DE PRODUCCIÓN:
Fotografías: Stevie Dance
Estilismo: Amanda Pham
Peluquería: Orlando Pita para Home Agency
Grooming: Kumi Craig con Sisley