Y echarme un novio feminista

La vez que llegué a casa y le dije a mi ex que un hombre me había seguido por la calle con su bicicleta diciéndome cosas y que estaba harta de que se repitieran ese tipo de situaciones a diario, me dijo que tenía que relativizar.

Que a él también le habían llamado «guapo» y no se había puesto así. Fue la gota que colmó el vaso.

pareja feminista feliz

PEXELS

(¿Cómo que aún no me sigues en Instagram? Pues venga…)

No conseguía hacerle entender que el enfado no venía de aquella ocasión, de aquel caso concreto, sino de estar aguantando esos comentarios desde que entré en la adolescencia.

Tampoco me parecía comparable su situación a la mía. Por dos razones, la primera porque lo suyo había pasado en ocasiones que podía contar con los dedos de una mano.

La segunda, porque él no sentía miedo. Cuando eres un hombre de dos metros y pesas 100 kilos, que una mujer te lance un piropo no te hace sentir inseguro.

A mí sí.

Él no conseguía empatizar conmigo ni ver la diferencia entre nuestras emociones recibiendo piropos de gente que no conocíamos.

Era solo una de las muchas faltas de entendimiento que teníamos. Como la de que había suciedad que solo veía yo. La que se acumula en el suelo donde guardábamos los cubos de basura, como las manchas en los cristales o las rendijas de las baldosas de la ducha.

Y el baño, el baño, sin haberlo hablado, se daba por hecho que era mi responsabilidad, porque si no lo limpiaba, podía estar semanas ajeno a los productos de limpieza. Para él, nunca estaba lo bastante sucio como para ir a limpiarlo por iniciativa propia.

Si a eso añades que me sentía poco valorada, porque era como si mi trabajo no existiera, porque ambos trabajábamos en que sacara adelante sus proyectos (en mi caso haciendo horas extra), o que en el momento que empezaba a formarme en algo me decía que no me creyera una experta por haberme leído dos libros, es fácil ver que no estábamos en igualdad de condiciones o al menos, el trato que me dispensaba, era distinto al que podía darle yo.

Diría que hasta ese momento, la relación con mi cuerpo era estupenda, pero comentarios como que no debía comer ciertas comidas a partir de una hora concreta del día o sentirme culpable si no iba a entrenar por si le ‘decepcionaba’ de alguna manera, me llevó a sustituir a escondidas si por un casual, en un arrebato de ansiedad, me tomaba un paquete de galletas que tuviéramos en casa.

Todo para que no se diera cuenta.

No es que me hubiera dicho que su expectativa era que yo estuviera en forma, pero creo que tampoco hacía falta cuando me decía que ya no me tocaban más calorías, que podía comer hojas de lechuga si seguía con hambre, o si tomando algo con sus amigos, me quitaba de la mano el plato de frutos secos.

Viéndolo con perspectiva, no creo que él fuera consciente de hasta qué punto sus comentarios me afectaban, pero entre eso y ver constantemente mujeres con físicos que se califican como perfectos en anuncios, redes sociales, series o películas, es difícil no caer en enfrentarte contigo misma. Con tu peso.

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Casi un año después de esa ruptura, cuando estaba más convencida que nunca de que no volvería a sentirme así por nadie, empecé a salir con mi pareja actual.

Y todo cambió hasta el punto de que, por primera vez, estaba con alguien que no ocultaba sus emociones en lo más hondo de su ser (porque le habían enseñado que eso era sinónimo de ser fuerte).

O a lo mejor se lo habían enseñado igual, pero él lo había deconstruido.

Alguien que me veía como a una compañera de equipo y se esforzaba a diario en que las responsabilidades y las decisiones fueran compartidas por ambos.

Y, en caso de dudas, de inseguridades, de miedos, se creaba un espacio para hablar de ello sin ningún tipo de prejuicio, teniendo conversaciones tan profundas que hacían que la conexión saliera fortalecida de cada discusión, de cada desencuentro.

Abandonamos los roles de género, me dejó de preocupar que yo tenía que ser la que no tuviera pelo y él el que estuviera más fuerte que yo, por poner unos ejemplos.

Lo hicimos al revés, los moldeamos a nuestra manera, nos cuestionamos por qué nos preocupaba cualquier expectativa que no fuera la nuestra y apostamos por diseñar el romanticismo a nuestra manera.

Y toneladas de apoyo, apoyo en todo, en el crecimiento de los dos y en el respeto absoluto por la otra persona y sus aspiraciones y deseos, siempre acompañado de la escucha activa y grandes dosis de empatía.

Fue una revolución tan grande en mi vida que hasta escribí un libro que se ha puesto a la venta esta semana (Todo lo que mi novio debe saber sobre feminismo, Grijalbo).

Porque pensaba que si él había conseguido hacer ese ejercicio de cuestionarse, revisarse y vivir la relación como un espacio de aceptación absoluto -donde los dos nos sintiéramos queridos y seguros-, habría más hombres que pudieran hacerlo para que no se repitieran las vivencias como las que yo había tenido en el pasado, para que nos entendieran.

Al final, descubrí que podía tenerlo todo: sentirme realizada en mi carrera, poder dedicarle mi atención a mis familiares y amigas, tener tiempo para mis aficiones y estar enamorada hasta las trancas.

El secreto estaba en echarme un novio feminista.

Mara Mariño

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3 comentarios

  1. Dice ser Lolaios

    Yo más que feminista, diría que has topado lo que viene siendo una persona normal en una relación sana y adulta.

    A mi me pasó algo parecido con una pareja anterior: estaba sacándome la carrera, y había una asignatura que se me cruzaba.
    Este chico me decía: «Vaya inutila, sigues así, no te vas a sacar la carrera nunca..».
    Al poco, conocí a mi actual mozo, que ante la misma situación me decía:»Sé que es difícil, pero también sé que tú puedes y si te esfuerzas lo conseguirás.».

    Así, con uno apenas estuve un año y medio.
    Con el otro, llevamos juntos desde entonces 17 años después 🥰

    16 septiembre 2023 | 11:21

  2. Dice ser El mundo cambia cuando le duele...

    Hay gente a la que le sale eso que llaman feminismo desde muy pequeños. La educación familiar precoz ayuda bastante para crecer respetando y reconociendo el valor de los demás sin tener como eje central el género más allá de las cualidades naturales que crean alguna diferencia en determinados casos. Lo de limpiar al casa es otra cuestión que me vino de educación. No puedo entender a la gente que se queja cuando hay que limpiar algo. Si es algo básico. Del mismo modo que el preparar la comida, o fregar la loza. Y me siento mucho más realizado como personita y más a gusto conmigo mismo siendo como soy, y más aún al ver lo que se destila por estos mundos de troncomóviles que no son capaces de hacer lo básico por sí solos y luego encima maltratan a la infeliz pareja que le toque hacerlo, porque la obligan a hacerlo. Así andan por el mundo imponiendo todo a la fuerza con sus bramidos ridículos, zoquetes dictadores de la imposición. Veo las noticias y me parecen de otro tiempo, de otro Universo, cerrado, oscuro. Se censura el sexo, el cuerpo, se amplifica así el tabú, la idea de que hay que asaltar lo secreto, lo prohibido, y no se educa en comprender, entender la sexualidad humana de manera más sana y abiertamente. Muchas veces me siento fuer de este mundo, como si no encajara. Pero prefiero tener este sentimiento a caer en ese mundo censurado y oscuro que aún se vende y que tanto prejuicio y brutismo genera.

    16 septiembre 2023 | 12:23

  3. Dice ser ana

    Enhorabuena, eso es mejor que dar con uno que se declara feminista durante el noviazgo, hasta que empiezas a vivir con él y te dice que la casa es cosa tuya, que todo el mundo sabe que a las mujeres nos gusta hacer las cosas de casa.
    Demasiado me quedé con él.
    Tu tuviste huevos, yo estaba enamorada y Disney siempre ha hecho mucho daño.
    Hoy en día daría un primer aviso, al segundo me iría.
    Ya he aprendido que las segundas oportunidades sólo sirven para que algún jeta te siga tomando el pelo con el rollo de «el amor todo lo puede»
    Si, claro, cuando es de tu parte….

    16 septiembre 2023 | 19:19

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