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Se buscan diputados para faltar al curro: preguntar por Alberto

El rey y Feijóo enla ronda de contactos para decidir el candidato a la investidura.

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Me gusta pensar que el rey Felipe, como mi padre, come y cena viendo la tertulia de Jugones o un partido repetido del Real Madrid TV de la temporada 95-96. Que cuando alguien en casa intenta poner las noticias te suelta un “pero, ¿para qué? Si está todo hecho un desastre, quita, quita”. Me gusta pensarlo porque, puesto que al final ha propuesto a Feijóo para intentar formar gobierno, sin apoyos suficientes y con todas las fuerzas políticas en contra –a excepción de sus franquicias en Canarias y Navarra y Vox– solo quedan dos opciones: o le hizo muchísima gracia lo de Tamames y quiere otra esperpéntica sesión de investidura, o su periodista de referencia es Pedrerol y no tiene ni la más remota idea de lo que se cuece en su reino.

Seguramente nadie se acuerde –porque nadie se acuerda de estas cosas– pero, en 2016, el Jefe del Estado encargó a Mariano Rajoy formar gobierno y este declinó. Dijo que no tenía apoyos y que no pensaba hacer tal cosa. Mariano tenía un sentido del ridículo muy selectivo. En esos años, la situación del PP era boyante en comparación con la actual. No es que tuvieran más diputados, pero Vox seguía siendo un Cthulhu durmiente y todavía no había llegado Casado para decidir que la mejor opción era disputarles el voto más radical. Los de Abascal tenían apenas 46 mil votos y la responsabilidad de la coalición derechista recaía en Ciudadanos. Con Pablo Iglesias en modo diablo, al PSOE no le quedaba otra que tratar de cambiar de liderazgo. Pero el parlamentarismo es un deporte que inventaron los ingleses, se juega por equipos y siempre gana Pedro Sánchez. Así que, cuando el rey lo propuso, Mariano dijo 'no'. A aquel PP, previo al misil de la moción de censura, le bastó con entender que Albert Rivera no era el bolígrafo con más tinta del estuche y confiar en que una repetición electoral le funcionaría para revalidar el gobierno. Y funcionó, a costa de la cabeza de Sánchez, así que el PP pudo gobernar hasta 2018. Desde entonces, la deriva del Partido Popular ha sido, como a mí me gusta llamarla, txapoteósica.

Ahora, con la aritmética democrática causando a Feijóo más problemas que aquella foto con Marcial Dorado, el rey ha decidido darle una oportunidad basándose en que debía proponer un candidato y en la “costumbre”. La monarquía y sus costumbres. Qué cosas. Esto me plantea tres preguntas. La primera de todas es dónde está la diferencia entre este contexto y el que había cuando Rajoy declinó intentar una investidura. Para mí, solo puede haber una: que Rajoy no hablaba de “algunos socialistas buenos”. En realidad, no alentó al transfuguismo ni a la compra de votos por una razón sencilla: en el PSOE estaban convencidos de que a Sánchez le quedaban dos siestas y apoyar al PP en aquel momento podría ayudar a recomponer el bipartidismo. Pero no. 

Y ahora estamos en plan disputado voto del señor Cayo. Si Feijóo pretende gobernar necesita 176 síes. Hay 170 asegurados después de que Abascal entregase las armas sin condiciones –en realidad, Abascal ha sido consciente de que España se gobierna desde las autonomías y por eso cede en este punto–. Coalición Canaria y UPN pueden sumar, pero siguen faltando cuatro. Cuatro diputados que nadie ha garantizado y que, en teoría, son imposibles de conseguir. ¿ERC, Junts o PNV? ¿Quién va a ceder los síes? Así que aquí llega la segunda pregunta: ¿Está planteando Alberto Núñez Feijoo un tamayazo? ¿Ha comprado una MisteryBox a cuatro diputados de Junts para pasar el 26 y 27 de septiembre en un spa en Torremolinos? Yo lo dudo, porque es una jugada demasiado escandalosa como para repetirla cada 20 años.

Pero la historia es un argumento inapelable y es el espejo que nos permite ver llegar a los monstruos desde el pasado. Así que la posibilidad de un tamayazo está ahí, latente, y el miedo se está apoderando de la izquierda. En una de sus geniales columnas de opinión durante el Mundial de fútbol, Mariano Rajoy escribió: “No le den la razón a Van Gaal, que decía aquello de: 'la prensa siempre negativa, nunca positiva'”. Aquí, Mariano tiene la clave: calma, que aún queda mucha música. Ya hemos visto que los deseos de Jorge Bustos no se materializan más allá de las visiones oraculares de Michavila.

Ha dicho Gerardo Pisarello que la manera de proceder [de Felipe VI] le otorga un poder no reconocido por la Constitución. Con los datos que hay sobre los posibles acuerdos, esto que dice el diputado de Sumar es cierto, así que, si la posibilidad de investirse presidente lleva a Feijóo a intentar –y conseguir– un tamayazo, llega mi tercera pregunta: ¿Qué hacemos con el rey? No quisiera yo, un plebeyo, llamar al republicanismo antes de tiempo, pero estas temeridades innecesarias venidas de una institución que, en realidad, ni pincha ni corta, están de más. 

Alberto Núñez Feijóo es consciente de que hay barones del PP tomando medidas de su despacho de Génova, viendo dónde ponen el minibar; que la mirada slytherina de Ayuso se ha clavado en él y que, además, tiene un adversario político –Sánchez– con el que no puede competir. Si me preguntasen a mí –ya ves tú– diría que Feijóo ha obtenido la clemencia del rey Felipe, que le ha permitido en su regia benevolencia elegir dónde quiere ser sepultado: en el Parlamento o en un comité ejecutivo de su partido. Diría que Feijóo se ha decantado por la primera opción, sin dejar de pensar en ese deus ex machina que le llevaría a Moncloa si esos cuantos socialistas buenos se quedan en su casa a finales de septiembre.

Queda saber si esta era de la política del espectáculo morirá con él o nos espera una última temporada, en la que se resuelvan el resto de tramas de esta serie: ¿Dónde guardaba todo el tiempo Albert Rivera aquel ladrillo en el debate de 2019? ¿Habrá una secuela con Pablo Casado como agricultor en Ávila? ¿Se acordará Tamames de lo que pasó en marzo? Lo que sí debemos tener claro es que la política –al menos la española y, como mínimo, la británica también– supera con creces a la ficción; que una votación para la reforma laboral puede estar a punto de ser rechazada por el repentino cambio de opinión de algunos diputados, y aparezca un señor de Trujillo para apoyar la reforma de toda una legislatura. Nos van a faltar uñas de aquí a finales de septiembre.

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