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El nuevo trastorno laboral se llama sisifemia: ambición obsesiva, estrés crónico y cansancio patológico

Un médico acuña el término para definir y advertir de las consecuencias físicas y psicológicas de una mala relación con el entorno laboral

Sisifemia
Dos jóvenes pasean frente a la zona de las cuatro torres empresariales de Madrid.JUAN BARBOSA
Andrea García Baroja

Existen decenas de palabras y anglicismos —freelance, engagement, networking— para reflejar las dinámicas laborales del siglo XXI. También los males asociados a ellas: alguien es workaholic cuando trabaja en exceso, alguien sufre burnout por el estrés y cansancio acumulado tras años de vida laboral. Pero no existía todavía un término que definiera la obsesión, derivada de la ambición, la autoexigencia y el perfeccionismo, de querer hacerlo todo bien en el entorno laboral. Una tendencia peligrosa que puede acarrear graves consecuencias para la salud mental, y también física. Se llama sisifemia, y acaba de ser identificada por José Manuel Vicente, director de la Cátedra de Medicina Evaluadora Pericial de la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM).

El término se inspira en el mito griego de Sísifo, condenado por los dioses a subir una roca a lo alto de una piedra y repetir la tarea una y otra vez, y lo acuñó Vicente por primera vez en 2022. “Es un trastorno de salud derivado del agotamiento psíquico y físico de un empleado que se ve obligado a responder a unos objetivos inalcanzables, bien porque se los ponen desde la dirección de su empresa, bien porque se los pone a sí mismo. Tiene una excesiva carga de trabajo que se empeña y esfuerza en cumplir, pero que nunca llega a completar a pesar de estar haciendo lo máximo posible”, explica.

El médico, que es también jefe de la Unidad Médica del equipo de Valoración de Incapacidades del INSS en Gipuzkoa, observaba a cada vez más pacientes, con características personales y laborales compartidas, sufrir una dolencia para la que no tenía nombre: “Veíamos a gente emocionalmente destrozada, que acababa fatal y terminaba desarrollando otros síntomas. En ocasiones se podía aludir a una situación de desánimo o de ansiedad constante, pero sin darle nombre específico”, cuenta el médico. Juntó evidencias y perfiles y se dio cuenta de que ese cansancio repentino que sus pacientes experimentaban tenía una causa común.

Quien padece sisifemia no puede distanciarse del trabajo en sus días de descanso. Tampoco cuando se mete en la cama, porque su cabeza, con el paso de los días, se ha configurado para rumiar de forma automática y constante sobre las tareas pendientes, sobre lo que podría haber hecho mejor o sobre si ha respondido o no bien al jefe. Alarga las horas de trabajo y se somete a jornadas extraordinarias. No duerme bien, reduce su ocio y su círculo social únicamente al entorno laboral. En consecuencia, no rinde como quiere. “Es un bucle. Para compensar, tomamos mucha cafeína, o recurrimos a los ansiolíticos. Nos decimos: ‘Tengo que hacer lo posible, aunque haya dormido mal, por hacerlo perfecto”, dice Vicente. Esa autoexigencia, ese alto nivel de responsabilidad y perfeccionismo, esa sensación de tener una sola oportunidad, es lo que diferencia a la sisifemia de otros trastornos identificados en el entorno laboral.

Si estos rasgos y comportamientos se mantienen en el tiempo pueden aparecer cuadros de ansiedad, de angustia, cuadros depresivos. También trastornos del sueño. Pero Vicente advierte de que también hay consecuencias físicas: “A la larga, hay cierta evidencia de que se pueden desarrollar cuadros cardíacos. Infartos, trastornos de ritmo cardíaco, subidas de tensión que pueden ser permanentes, con cuadros hipertensivos mantenidos. También hay una cierta constatación de que, quien mantiene un padecimiento como este, tiene mayor riesgo de tener infartos cerebrales”. Además, pueden aparecer dolores físicos derivados de la relación entre nuestro cuerpo y nuestro cerebro, que van de la mano aunque “nos parezcan cosas distantes”, dice Vicente. “Por ejemplo, lumbalgia, jaquecas u obesidad”.

La sisifemia evidencia la relación insana que muchas personas mantienen con su trabajo. En parte por la necesidad de valoración externa, pero también derivada de un mercado muy competitivo. “Especialmente después del desarrollo del teletrabajo en la pandemia, que facilita que nos llevemos trabajo a casa, y que emborrona los límites de los horarios. En esos casos, la empresa es de alguna forma cómplice, porque conoce que estamos dedicando más horas de nuestra jornada habitual, pero no constan como jornadas extraordinarias”, desarrolla Vicente. En noviembre, la Inspección de Trabajo inició una investigación en las principales consultoras de España, las conocidas como Big Four (Deloitte, PwC, EY y KPMG) por las jornadas maratonianas de sus trabajadores. Concluyó que estas empresas tendrían que pagar al menos 700.000 euros en liquidación voluntaria de horas extra. Las consultoras implantaron, desde ese momento, sistemas de registros de jornada.

En este sentido, los expertos recomiendan prestar atención a la relación que mantiene nuestro trabajo con la salud mental. “Es imprescindible. En lo laboral, en concreto, la salud mental adquiere una importancia absoluta, porque afecta a todo nuestro proceso de desempeño como trabajadores y contribuye a evitar accidentes laborales”, explica Noelia García-Guirao, doctora en Ciencias Sociales y Jurídicas y perito judicial en Prevención de Riesgos Laborales. “Afortunadamente, sabemos cómo hacerlo gracias a la Ley 31/1995, de 8 de noviembre, de Prevención de Riesgos Laborales. Los trabajadores tenemos derecho a una protección eficaz en materia de seguridad y salud en el trabajo, y esta ley nos da las claves. También en lo psicosocial. Es decir: tenemos las herramientas legales necesarias para ello. Y tenemos a los profesionales con los conocimientos en la materia. Solo hay que poner en marcha los mecanismos de prevención en materia psicosocial, que están un poco olvidados”, continúa la también psicóloga del trabajo.

García-Guirao apunta que hay que ser prudentes a la hora de poner nombre a las cosas. “El peligro de sobretiquetar puede provocar que se atribuyan problemas psicológicos a rasgos normales de la personalidad y ello lleve a una patologización innecesaria. Además, el nombre que se le haya puesto no va a definir absolutamente la complejidad de la dolencia de una persona concreta”, avisa. Por otro lado, también explica que hay ventajas en especificar y llamar a las cosas de una determinada manera: “Ayuda al reconocimiento y comprensión de la dolencia y de sus síntomas, porque proporciona un marco necesario para entender lo que la persona está experimentando. También facilita los avances en investigación y tratamientos adecuados, porque los profesionales manejan una terminología común y ello redundará en el desarrollo de estrategias de tratamiento más eficaces”.

Vicente precisa que, en psiquiatría, las denominaciones se hacen basándose en el DSM-5, una publicación donde se establecen los códigos diagnósticos. “Pero hay otros muchos fenómenos relevantes que no aparecen como tal, como puede ser el burnout, pero que ha sido necesario nombrarlos e identificarlos”. El médico insiste en la importancia de hacerlo: “Lo que no nombramos no lo visibilizamos. No existe”. Organizaciones como la Asociación de Especialistas de Medicina del Trabajo o la Asociación Española de Psiquiatría Legal, y también el sindicato UGT, entre otros, ya se han hecho eco del término.

Profesiones vocacionales

La sisifemia no afecta a todas las profesiones por igual, ni todas las personas tienen el mismo riesgo de caer en ese bucle. Vicente expone que afecta especialmente a profesiones vocacionales, con un alto nivel de exigencia y presión: médicos, consultores financieros, auditores, abogados de grandes despachos, servicios sociales. “Y, a nivel personal, a gente con un alto sentido de la responsabilidad, muy autoexigentes. Con mucha tendencia a la perfección”, añade Vicente. Pero se puede expandir a cualquier persona que sienta que tiene una única oportunidad de demostrar algo, que acabe de empezar a trabajar en una nueva coyuntura, como un ascenso. “Le pasa mucho a, por ejemplo, los jóvenes y becarios, que son parte de un sector al que se le machaca o explota habitualmente, y que a menudo están mal pagados”, continúa el médico.

Por eso mismo no hay que confundir la sisifemia con el ampliamente extendido término del burnout. Vicente especifica que este último aparece al final de la carrera, con un periodo de latencia muy largo. “El burnout implica la desafección por el trabajo, no sentir ya a la empresa como algo propio, en gran parte por no sentirse bien valorado ni apreciado. En cambio, la sisifemia responde a la premura diaria del cumplimiento, a ponerse objetivos inalcanzables, a la entrega completa para cumplirlos. Hay mucha conexión entre la empresa y el trabajador, y las consecuencias aparecen en un periodo mucho más corto de tiempo”, explica el médico.

“Hay que tener claro”, expresa Vicente, “que el trabajo tiene su tiempo y que vivir es vivir para algo más que trabajar”. García-Guirao incide en que “las condiciones del puesto de trabajo no deben suponer riesgo alguno para el trabajador, en ninguna profesión”, y coincide con Vicente: “Es vital la cultura de seguridad y, concretamente, la cultura preventiva de cada empresa, y cómo se aborda el aspecto psicosocial. El cuidado y mantenimiento de una buena salud mental de los trabajadores está íntimamente ligado a una buena cultura preventiva por parte de la empresa en materia psicosocial. No se pueden desligar. La salud mental del trabajador debe ser, para la empresa, tan importante como la salud física. Y en esto todavía tenemos mucho trabajo por hacer”.

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