ágora

Lloramos por ti, Argentina

José Luis Villacañas

José Luis Villacañas

Pedí a mi amigo Jorge Alemán que me mandara información sobre Milei, el victorioso candidato a las primarias presidenciales argentinas y, tirando de carrete, llegué a dos vídeos reveladores. En uno de ellos, Milei se halla frente a una pizarra con pegatinas rotuladas con el nombre de los ministerios del Gobierno argentino. Él las recorre y hace comentarios. Llega al Ministerio de Educación y dice: «Ministerio de adoctrinamiento. ¡Fuera!». Entonces arranca la pegatina y la tira displicente al suelo. Así cada vez. Igualdad, Investigación, Medio Ambiente, Trabajo, Hacienda, Economía…, todos al suelo, hasta que sólo quedan los Ministerios de Justicia y Orden Público. En realidad, uno no sabe para qué mantiene esos ministerios, pues tampoco reconoce que el Estado tenga el monopolio de la violencia, razón por la cual defiende la libre circulación de armas.

Por supuesto, tampoco está en contra del mercado de órganos, uno más, regido por la oferta y la demanda. ¡Así se entiende que no exista un Ministerio de Sanidad! Pese a todo, este vídeo no es el más representativo de Milei. Hay otro mejor. En él comenta una frase que procuro reproducir en su literalidad: «Si me dan a elegir entre el Estado y la mafia, prefiero la mafia. Porque la mafia tiene un código de honor, tiene compromisos, tiene palabra y, sobre todo, promueve la competencia». Y es así. Que se lo digan a los mexicanos, a los ecuatorianos, a los colombianos. Esa competencia, genera un código de honor entre los miembros internos del clan, pero produce la más criminal violencia con los que no son miembros. En suma, la competencia de la mafia, en un entorno de libertad del mercado de las armas, es la guerra entre bandas. Milei lo prefiere al Estado.

Me pregunto qué pensarán los jefes de las organizaciones mafiosas de todo el mundo al escuchar estas palabras. ¿No se unirán entusiasmados al libertarianismo de Milei? ¿No será el sueño de estas organizaciones que alguien desmonte el Estado en favor de una competencia desregulada, entregada a la violencia criminal? ¿Para qué mantener entonces los Ministerio de Justicia y Orden Público? ¿Acaso no tiene toda organización mafiosa, o la competencia entre ellas, una idea muy precisa de la justicia y un poder punitivo correspondiente?

En medio de mi pesquisa descubro una columna de Juan Ramón Rallo, el adalid del liberalismo español, en el blog del Instituto Mariana, celebrando a Milei. El gran Mariana se removería en su tumba y se preguntaría si Rallo incluye en su alabanza de Milei esta preferencia por las mafias, y si hará de ella la consecuencia de defender la competencia de mercado. No acepto el contraargumento de que fue una butade. Para que la declaración sobre las mafias sea una broma, también tendría que serlo la eliminación de los ministerios. Pero si los mantiene, tendrá que decir cuál será su política. Milei y Rallo aspiran a vivir en un mundo en que la política no exista. Sólo el mercado. Todo menos reconocer algo, a saber, que en ningún sitio, jamás, nunca existió un mercado que no estuviera regulado por un poder, esencialmente porque nunca existió una moneda que no fuera instituida por un poder público.

Milei habla en serio, pero Rallo mira a otro lado. Esta utopía anarcocapitalista, capaz de desregular todos los mercados, incluido el de los órganos o la droga, está diseñada a la medida de corporaciones criminales. Es así de sencillo. Da igual que estas bandas negocien con cocaína o con bonus de Lehman Brothers. Da igual que utilicen las pistolas o los algoritmos para destruir a los ahorradores, como lo mostró la película La gran apuesta. Da igual que sean jefes sanguinarios o descerebrados, insensibles y arrogantes brokers. Todos están pensando en dañar la economía de sus conciudadanos y en obtener beneficio de ello. Al destruir el poder regulador del Estado, están confesando de forma descarada que el capitalismo ya no es una forma económica racional, sino un sistema de poder que exige la destrucción de todo otro poder sobre la Tierra.

La pregunta que debemos hacernos es qué quedará una vez que del Estado reste el solar. Porque estos cantores de las excelencias anarcocapitalistas, como el Sr. Rallo entre nosotros, sueñan con que todo seguirá igual, con ciudadanos disciplinados, trabajadores pacíficos, consumidores empeñados en sus proyectos de vida personal, como gusta decir Milei. Su deseo es que todo siga igual que cuando había Estado, pero sin Estado. No son capaces de imaginar que cuando el Estado no esté, tendremos que vivir como supervivientes en medio de criminales al acecho, dominados por un único poder sobre la Tierra, los tenebrosos designios de los vencedores de una infinita y despiada acumulación de capital.

Porque si el Estado no existe, alguien peor ocupará su lugar. Y entonces mandarán esos que, en la cima de su infinita serie de ceros bancarios, ya solo están pensando en cómo, cuando llegue el gran caos, podrán mantener la fidelidad de sus guardias privados de seguridad. Que esto tenga que ser sancionado bajo el nombre de Mariana es un insulto a la inteligencia y a la decencia que avergüenza. Si hay algo de sensatez en nuestras sociedades, no podemos olvidar algo. Ni Argentina, ni España, ni Ecuador, si no queremos llorar todos juntos. Cada paso que erosiona el rigor democrático y la virtud del republicanismo cívico es un trocito de carne que añadimos al cuerpo que pondrá en pie al próximo y monstruoso Milei.