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Opinión - Noticias que no interesan. Por Esther Palomera

Un mundo más complejo e inseguro

Imagen cedida por el Gobierno de Ucrania del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y su homólogo ucraniano, Volodimir Zelenski. EFE/EPA

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Nadie lo esperaba. Ni muy expertos analistas, aunque sabían del hartazgo de Putin ante las promesas largamente incumplidas. No más expansión de la OTAN; no Ucrania en concreto, que dejaba la organización atlantista a las puertas de su frontera. Hoy sabemos que Estados Unidos preveía la invasión y se había preparado desde meses atrás, no creía quizás que Putin se atreviera y no hizo nada por impedirlo. Nos fuimos a dormir ese 23 de febrero con tropas rusas avanzando ya desde Crimea y con Ucrania cerrando su espacio aéreo. Al despertar, la ofensiva se confirmaba. Iba a durar cuatro, seis semanas, se dijo. Y ha pasado un año. Y no hay final a la vista

La primera guerra con tintes globales en décadas, con toda Europa involucrada, se había iniciado. Sorprendía a la ciudadanía con las defensas bajas en racionalidad, dijimos. Con peligrosas confusiones sobre etiologías ideológicas de los participantes, múltiples errores en los puntos de partida, dijimos. Ya saben que son tiempos de impactos rápidos que no distraigan mucho al personal. Es así más manejable. Sí entendieron muchos europeos, muchos españoles, que las guerras podían alcanzarles. Pero también se cansó pronto la actualidad de surtir cada día la tragedia de una contienda a golpes de muerte y destrucción.

Esta fue, es, una guerra, quizás la primera, en la que no se admitía la mínima duda sobre quiénes eran los malos y los buenos. Absolutos. Sin fisuras. La realidad se iba viendo en las expresiones de estupor de quienes en menos de una semana cambiaron la tranquilidad de sus casas en Ucrania por sótanos, carreteras, fronteras, equipajes, familia a la intemperie y todas las incógnitas. Sí, los españoles también pensaron que podía ocurrirles a ellos. Durante unos días. Y se desató un espíritu bélico sin precedentes. De esos de épica de salón.

Imágenes como las de Emilio Morenatti contaban mucho más que las palabras alborotadas.

El “no a la guerra” se redujo esta vez a utópicos ingenuos trasnochados o algo peor en la consideración popular publicada. Los gigantes de la Defensa ganaron 24.000 millones de euros en bolsa en los cuatro primeros días desde el estallido de la guerra. Y así siguió. Alemania cambia su política militar en un giro drástico de su trayectoria y aumenta su presupuesto en 100.000 millones de euros. Todos lo hacen. EEUU aprueba un gasto militar récord en su historia, solo superado por el que gastó en la Segunda Guerra Mundial, según revela una investigación del New York Times. Las utopías no se mantienen en pie mientras tantos intereses busquen y se beneficien de la guerra. Y mientras unos ganan, la mayoría pierde. Las sanciones a Rusia han tenido un cumplimiento muy desigual y la catástrofe anunciada no se ha producido, Putin no se ha visto obligado a ceder como pensaron, aunque cada vez sea más costoso financiar la guerra. Para todos: se lleva grandes bocados del Estado del Bienestar. Tanto la guerra como las sanciones las paga la sociedad en general.

En junio la OTAN se reúne en Madrid para marcar pautas de futuro. Estaba “en coma” certificada antes de la guerra y ahora dispone y ordena. Joe Biden, el presidente norteamericano, es recibido con especial veneración, como jefe de los jefes. Hasta el Rey acude a recibirle en Barajas. Las crónicas dicen que habla la diplomacia, pero es con el lenguaje del armamento. Los objetivos están claros: más gasto militar. Considerar la migración como amenaza a combatir por la fuerza militar para frenarla. Biden y Sánchez aseguran que se hará de una forma que garantice el trato humanitario. Y sobre todo China: es el gran rival ahora de Estados Unidos. Comercial, de hegemonía.

La periodista Olga Rodríguez lo adelantaba ya en mayo: “En este trazado de patios traseros y reparto de zonas de influencia la guerra de Ucrania es presentada como un mensaje para China; como ensayo, ejemplo y advertencia de lo que podría ocurrir en el Indo-Pacífico”.

En septiembre, Rusia se anexiona cuatro regiones clave que suman casi el 15% del territorio de Ucrania: Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia. Tras ganar referendos puestos en duda por occidente.

Biden se planta en Kiev por sorpresa en el aniversario de la guerra. La foto, que encabeza esta columna, es estremecedora en mi opinión. Ese abrazo de Zelensky y Biden tiene todos los matices de una historia completa. Las palabras de lo sufrido y por sufrir expresadas con silencio. En escala de jerarquías también.

Entre los múltiples análisis, uno, publicado en The Guardian, refleja una verdad que la mayoría oculta en la renacida exaltación del espíritu bélico, con motivo del aniversario. Occidente está más unido, pero tiene menos influencia en el mundo que nunca. Fracasó por completo en persuadir a las principales potencias del resto, como China, India y Turquía. Son las conclusiones de un estudio realizado por el grupo de expertos del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR) en nueve estados miembros de la UE, incluidos Francia, Alemania y Polonia, y en Gran Bretaña y EE. UU. también, así como en China, Rusia, India y Turquía. Reveló marcadas diferencias geográficas en las actitudes hacia la guerra, la democracia y el equilibrio global de poder, y los autores ven un punto de inflexión histórico: un orden mundial “posoccidental”.

En él, añadimos, junto a Rusia, se encuentra Irán también. Sin olvidar África. La diplomacia cargada de pragmatismo y el dinero abren puertas del continente más expoliado a China. Precisamente China se ha pronunciado en el día del aniversario de la invasión. A través de un documento del Ministerio de Exteriores, propone un plan de paz con alto el fuego previo, el fin de las sanciones a Rusia y el respeto a la integridad territorial de Ucrania. Seguramente hay que interpretarlo en el contexto de todas las fuerzas en juego que le involucran también.

El mundo no es monolítico, la visión de la guerra tampoco: cuéntenlo. Díganles a los ciudadanos que todos nos resentimos de la guerra en todos sus extremos, incluidas las sanciones a Rusia. Que suben los precios y hay carencias. Que ha contribuido a la crisis energética vinculada al precio del gas. Y, sí, se está instalando un Nuevo Orden. La libertad de expresión se ha mermado en extremo. Con cierre de medios y canales tanto en Ucrania como en Rusia sin que nadie proteste. Rusia ha expulsado periodistas. Ambos países han ilegalizado partidos. Ucrania ha rematado el paquete de los pocos de izquierda que dejó la Revolución del Maidán, de donde parte el conflicto actual. Se producen reclutamientos obligatorios de hombres para la guerra en ambos bandos. Hasta se han aligerado los controles de seguridad alimentaria en Europa ante la falta de algunos suministros. Venezuela se ha vuelto buena dado que facilita petróleo a Biden, quien se apresuró a pedírselo, previo pago naturalmente. Hasta la cultura se ha visto afectada. La rusa ancestral por la irracional suspensión de conciertos de Tchaikovsky o del Ballet Bolshoi como hizo el Teatro Real de Madrid en solemne cacicada. Condenar la cultura, la sociedad y la historia, qué hazaña.

En determinado momento se dijo en Estados Unidos -lo contó un editorial especial de The New York Times-: 'Es una ilusión pensar que Ucrania ganará la guerra y la inflación tiene un coste electoral'. La inflación, la deuda, subida de tipos y de prima de riesgo. También se supo desde el primer momento que “la cesión de territorio ucraniano será un elemento fundamental”. Lo reseñaba Andrés Gil en elDiario.es en palabras de un experto altamente cualificado, tanto por su pasado inmediato de oficial de inteligencia como actual director de un influyente think tank. Christopher Chivvis afirma que “la vía diplomática exigirá conversaciones duras para persuadir a Ucrania de que adopte un enfoque más realista respecto a sus objetivos bélicos”.  El exJEMAD español general Julio Rodríguez -que participa en una iniciativa de la izquierda europea por la paz- piensa que “la guerra se está alargando por intereses bastardos” y que “si no se habla de paz y solo se habla de guerra, como ha sucedido este año, la solución del conflicto queda lejos”.

Ucrania ha resistido con gran valor. La moral de combate “hace milagros”, pero limitados. No hay final previsto a corto plazo. La cesión de territorio ucraniano es más verosímil que su triunfo. Rusia no está sola. Hay dos bloques potentes y más complejos. En el occidental, Europa pierde poder. Toda la sociedad paga la guerra. Los muertos los pone Ucrania. Y aún así, cualquier variable puede cambiar el signo. En el punto de mira ahora Transnistria, la región moldava prorrusa sobre la que Putin anuncia un plan de Ucrania para hacerse con un gran arsenal de armas de la antigua URSS, la sospecha de un cambio de postura en la propia Moldavia.

Putin celebra el primer aniversario con amenazas y prepotencia. En un clima hipernacionalista, de culto al líder, en Rusia. Y suspende el tratado de desarme nuclear. Los misiles de la destrucción vuelven a surcar los temores sin que se negocie seriamente ninguna paz. Y hay que saberlo sin edulcorantes ni intensificadores del sabor. Y sobre todo hay que sentarse de una vez a negociar la paz si aún es posible llegar a tiempo.

Es evidente que la guerra no ha resuelto nada en el conflicto sino que ha agravado las tensiones y multiplicado los daños. Solo están los que siempre ganan y, desde luego, los que siempre pierden.

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