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CRÓNICA

Almeida, el alcalde menguante que no para de encoger

Almeida, en la inauguración del parque navideño Árticus, el 16 de diciembre.

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A cinco meses de las elecciones municipales, José Luis Martínez-Almeida solo tiene un pensamiento que le consuela. Las cosas le han ido tan mal en los últimos meses al alcalde de Madrid que solo pueden mejorar. Vox le ha dejado sin presupuestos para este año, es decir, sin poder cumplir algunas promesas sobre las que iba a asentar su campaña electoral. La oposición le acusa de que ni siquiera ha utilizado todo el presupuesto de 2022. Empequeñecido por la figura de Isabel Díaz Ayuso, no se le ha ocurrido otra idea que dar entrevistas para destacar lo mucho que se arrepiente de haber intentado obstaculizar su ascenso a la presidencia del partido en Madrid. Su imagen de gestor quedó pulverizada por el escándalo de las mascarillas.

Almeida se va haciendo más pequeño precisamente cuando debía estar creciendo con el fin de asegurar su reelección.

Las imágenes de la basura acumulada en torno a los contenedores empiezan a ser un rasgo distintivo de la capital. Hay días en que recorrer la ciudad es un paseo desde una montaña de basura y desperdicios hasta llegar a la siguiente. Se da la paradoja de que cuanto más se gasta el Ayuntamiento en limpieza, más sucia está la ciudad, con lo que hay deducir que ya no es un problema de fondos, sino de saber gestionar.

Roma continúa siendo la capital europea de la basura, pero Madrid se le acerca peligrosamente. La solución del PP es firmar más contratos de varios años con las corporaciones a las que subcontrata el servicio, lo que garantiza a estas últimas el negocio incluso si hay un cambio político en las elecciones. El negocio privado va como un tiro; el servicio público se deteriora.

Ser alcalde es una de las mejores cosas que le pueden pasar a un político, suelen decir muchos de los que ostentan ese cargo. La desventaja es que te haces responsable de prácticamente todo lo que ocurre en la ciudad. Eso es aún más cierto si te has presentado a inaugurar un acontecimiento con la esperanza de que beneficie tu imagen y todo acaba de forma desastrosa.

En estas Navidades, Almeida asistió al estreno de Árticus, un parque temático temporal instalado en la Casa de Campo. Su inauguración fue un caos del que era responsable el Ayuntamiento al tener que ver con el transporte y los accesos al lugar. El coche es el rey de la ciudad, según el modelo que siempre ha promovido el PP, y con algunos eventos eso es garantía de que se producirán atascos interminables. Cuando la afluencia se hizo más manejable, resultó que casi era mejor haberse perdido el supuesto gran espectáculo navideño.

Árticus es uno de esos ejemplos de colaboración público-privada en los que la Administración permite el uso del espacio y colabora con el marketing con la presencia del alcalde, y la empresa privada es quien se lleva la pasta. El espectáculo “es una mezcla de improvisación, ideas mal ejecutadas, cesiones comerciales y muchísimo cutrerío”, según ha contado Alfredo Pascual en El Confidencial, después de asumir el sacrificio de pasar unas cuantas horas en el lugar.

Básicamente, los organizadores sacan el dinero de los visitantes para que demuestren lo mucho que pueden llegar a padecer los padres para tener entretenidos a sus hijos.

Siete euros por entrar en el recinto y luego otros tantos para ver o participar en cada una de las atracciones. Seguro que la gente no aspiraba a ver El Circo del Sol, pero no esperaban tal nivel de actuaciones mediocres con vestuario de saldo que poco tienen que ver con la Navidad. El colmo de la cutrez era un espectáculo con un tipo vestido de oso con un disfraz que no pasaría el corte en la función de fin de curso del colegio más pobre de la ciudad.

Lo que no faltaba son espacios patrocinados por empresas como Samsung, Orange o Beefeater (la ginebra siempre ha sido un elemento esencial de la dieta infantil en estas fiestas), lo que confirma que hay departamentos de marketing que creen que su función es poner el nombre de la empresa en cualquier sitio donde pase mucha gente, aunque ese trayecto sea tan agradable como pasar un fin de semana en el infierno de Dante.

Este lunes ofreció al menos una buena noticia para el alcalde. Madrid ha superado por primera vez en su historia, bien que por los pelos, los requisitos de calidad del aire marcados por la UE. No con la media del año, sino con las cifras de los últimos meses. La clave para conseguir el aprobado ha sido imponer restricciones en la zona de mayor contaminación, la de Plaza Elíptica, que ha terminado justo por debajo del máximo anual de dióxido de nitrógeno.

La oposición le ha recordado que se espera que este año Bruselas reduzca esos límites, lo que hará que la ciudad vuelva a quedar muy por encima de las exigencias comunitarias, ya que Almeida se niega a aumentar las restricciones al vehículo privado.

Hasta los coches más contaminantes, los que no cuentan con distinción medioambiental de la DGT, tienen premio. Las restricciones ya conocidas que les impiden circular por la M30 y que han entrado en vigor el 1 de enero se quedan de momento en recomendaciones. No habrá multas hasta después de las elecciones gracias a un oportuno retraso en la compra de los dispositivos que detectarán las infracciones.

En el plano político, Almeida está a expensas de lo que decida su jefa. En el Partido Popular en Madrid, se da por hecho que Díaz Ayuso no ha olvidado el papel que jugó Almeida en los meses en que Pablo Casado vetó la candidatura de la presidenta madrileña para dirigir el partido. La herida no debe de estar del todo cerrada cuando el alcalde ha decidido golpearse en público en el pecho y reconocer sus errores.

El acto de expiación se produjo el 19 de diciembre en el programa de radio de Federico Jiménez Losantos, que le había acusado meses antes de traicionar a Ayuso y que por eso le había llamado “tonto, cobarde y lerdo”. “Es obvio que me equivoqué”, dijo Almeida, que había apostado por que ni él ni Ayuso presidieran el partido, una opción promovida por Casado. Admitió que debía haber abandonado antes esa idea.

“Eso no quiere decir que yo fuera Judas Iscariote. No lo fui”, dijo. Siempre hábil en el manejo de la navaja faltriquera, Jiménez Losantos desenvainó: “Simplemente Judas”. Cuánta humillación en un tema que debería haberse cerrado hace tiempo.

No fue suficiente. Diez días más tarde, en una entrevista concedida al youtuber de derechas Javier Negre, Almeida volvió a autolesionarse. “Está claro que fui parte del problema, pero no fui capaz de ser parte de la solución. Y yo creo que eso es algo que tengo que aprender para el futuro”.

Nunca se deja de aprender en la vida, pero los votantes creían que, con 47 años, Almeida controlaba algunas reglas obvias de la vida de un partido. Por ejemplo, no dejar que te utilicen de kamikaze contra Ayuso después de que ella ganara con claridad las elecciones de Madrid de mayo de 2021. No había que ser un genio para saberlo.

'Isabel, seré bueno' no es un mal mensaje si Almeida quiere sobrevivir en la Corte de la Reina de Corazones. Los avisos desde tu propio partido son siempre los más peligrosos. El día de la entrevista con Jiménez Losantos, El Mundo publicó un artículo (“La Navidad 'caótica y peligrosa' de Almeida”) que incluía una frase de “fuentes autorizadas del Partido Popular” que debió de helar la sangre del alcalde: “No tiene un proyecto de ciudad”. Es como decir que no da la talla.

¿Es Almeida el Fredo del Partido Popular en Madrid, el personaje atormentado que finalmente terminará pagando su traición? No es probable, porque cambiar de candidato a la alcaldía a solo cinco meses de las urnas sería un gesto temerario y que olería a desesperación.

Sin embargo, Almeida debe ponerse las pilas para empezar a sumar noticias positivas. Que no tengan que ver con botellones masivos cerca del Bernabéu ante los que la Policía Municipal no hace nada, con la basura que forma ya parte del paisaje típico de la ciudad, con 34.000 madrileños que no pueden pagar el IBI por problemas informáticos, con calles como Ponzano donde los vecinos no pueden dormir porque las terrazas han impuesto su ley, con su promesa fracasada de bajar el IBI al ser incapaz de que se aprueben unos nuevos presupuestos.

La que le montaron a Manuela Carmena por una cabalgata de Reyes en la que el vestuario era menos convencional y lujoso de lo habitual. Con tantas malas noticias, el oso famélico de Árticus puede terminar siendo el emblema del Madrid de Almeida.

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