Opinión | Sala de máquinas
Carbón
En el marco de esta nueva orgía del paneuropeísmo provocado por la agresión de Rusia a Ucrania, España se ha venido arriba asumiendo como propios cuantos mandatos le vienen proponiendo o imponiendo –nunca están claros los límites–, Bruselas y la OTAN. Nuestro país no corría el riesgo de quedarse sin el gas ruso, pero, para no ser menos que los demás, acaba de cegar con torpe mano diplomática el suministro argelino, quedándose, al igual que el resto de sus socios europeos, a verlas venir en materia de disponibilidad energética. En cambio, Alemania, una de las grandes economías europeas, y de las más afectadas por la cancelación de sus contratos gasísticos con Rusia, anuncia que volverá a recurrir al carbón.
Ciertamente, como antigua potencia carbonífera, ya Alemania venía reduciendo la productividad de sus cuencas mineras debido a la presión de los Verdes, pero el canciller Scholz está dispuesto a reactivar el sector. Alemania, además de crear un nuevo y poderoso ejército, seguirá explotando y consumiendo carbón, con la consiguiente degradación de sus condiciones ambientales y contaminación de la atmósfera.
Del mismo modo, aunque por diferentes motivos, el presidente norteamericano, Joe Biden, tan teóricamente comprometido con las causas medioambientalistas y con la lucha contra el cambio climático, no ha desautorizado las extracciones en las minas de carbón operativas en distintos puntos de Estados Unidos. ¿Contradicción? ¿Hipocresía? Asimismo en Polonia, en China, en La India y en un largo etcétera de países se sigue utilizando como combustible la energía fósil de la primera revolución industrial, el carbón, y lanzando a los cielos, a través de las gigantescas chimeneas de sus centrales térmicas, gases contaminantes.
España, por tradición más papista que el papa, ha renunciado a su energía autóctona para embarcarse en una transición que, lógicamente, beneficiará a los ecosistemas, aunque no, al menos de momento, a su economía. Los descarbonizados españoles, habiendo cerrado minas y cuencas enteras como la andorrana en Teruel por mor de la modernidad y el recambio a energías limpias, y habiendo pasado de productores a clientes, nos vemos ahora obligados a importar más al precio del mercado.
¿Nos habremos equivocado, y los alemanes no?
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