No me dilapiden. Solamente estoy sirviendo un poco de duda, una reclamación de más diversidad de voces, una petición de más pluralidad. He intentado que algunos entiendan que, por mucho que se quieran convertir ahora en héroes patrióticos, los nazis ucranianos no deben ser voz autorizada. Ni para hablar de la guerra ni para absolutamente nada. Tampoco el sátrapa de Putin, que ha demostrado un nivel de humanidad inexistente. Ante la crisis ucraniana y la aparejada que ha llegado al mundo de la información, es necesario más periodismo. Nunca menos. Y más periodismo es estar presente, contar con voz propia, invertir en recursos, acallar los discursos políticos interesados.

Me distancio un poco del tema y ahora vuelvo. El acecho y acoso insoportables del nuevo mundo digital han provocado la proliferación desmedida de la autocensura, ese silencio que nos imponemos sobre determinados temas para evitar charcos. Es hoy una práctica mayoritaria. El 38% de las adolescentes y jóvenes en España asegura haber cambiado su forma de expresarse, dejando de manifestar sus opiniones, reduciendo el uso o directamente abandonado las redes sociales como consecuencia del acoso online, según el informe “(In)seguras online” de Oxfam Intermón. Moldeamos nuestro comportamiento en el mundo etéreo de Internet para intentar formar parte de la “tribu”. Reflexión paralela con la que intento justificar el silencio que muchas y muchos hemos experimentado en las últimas semanas sobre la invasión de Ucrania. Pero la autocensura puede ser por la presión social o por la duda. Me gustaría pensar que la mayoría calla por la segunda, aunque desgraciadamente no me convenzo ni a mí mismo. Ni mucho menos soy especialista en geoestrategia pero algo he leído de medios de comunicación. Y de ello quiero reflexionar.

Pase corto y al pie: Nos han prohibido acceder a determinados medios de comunicación por su supuesto tufo proruso y a diario se están utilizando fuentes militares, gubernamentales e incluso de grupos nazis ucranianos para cimentar la información en los medios europeos y norteamericanos. ¿Está la supuesta pluralidad y la verdad (o su búsqueda) promovida y protegida con dichas conductas? Hay preguntas que son respuestas. Evidentemente no quiero con ello (lo dejo claro para que no se me fusile mediáticamente con frases sacadas de contexto) dudar de las afirmaciones que periodistas y medios de garantías han realizado sobre matanzas acaecidas en ciudades ucranianas. No seré yo quien ponga en entredicho periódicos con decenas de años de experiencia y trabajo bien hecho. El periodismo es más necesario que nunca, lo vuelvo a decir. Hay información deplorable corriendo por Internet pero sin el periodismo bien hecho estaríamos absolutamente vendidos ante los sátrapas de turno y su manipulación del pasado, el presente e incluso el futuro que está por llegar.

Pero es necesario ratificar que no existen grises, de nuevo, en el conflicto ruso-ucraniano. No hay posibilidad de opinar sin que te posicionen. O más bien, sin que te estigmaticen con un apellido despectivo. Aprendices de secuaces se han visto legitimados para descalificar a periodistas de prestigio que se han jugado la vida a pocos metros de las bombas. Quizá, sólo quizá, algunos se arrepentirán de haber dado voz a grupos nazis ucranianos, de haberles ofrecido el privilegiado altavoz de los medios españoles, de haber legitimado con ellos sus actos. Otros, quizá, se arrepentirán también de haber considerado a Putin como el nuevo adalid del progresismo internacional y del contrapoder a EE UU y su relato hollywoodiense. El oligarca ruso ha usado a nazis para supuestamente desnazificar Ucrania. Todo un ejemplo de coherencia ideológica de aquel que se muestra amigo incondicional de neofascistas como Trump, Orban, Le Pen, Salvini o Bolsonaro, los compañeros de viaje de Santiago Abascal. Dime con quién andas y te diré quién eres.

Y digo “quizá” porque poco está confirmado hoy, acechada la verdad desde aquel fatídico 24 de febrero. Algunas imágenes han trascendido ya de violaciones de la Convención de Ginebra. Mucho han mostrado de la actuación rusa y la población se ha posicionado sin margen, en defensa de un país ocupado ilegalmente y que ha visto marchar como refugiados a millones de personas. Pocas voces transgredieron la opinión publicada convertida en pública. Están por ver y confirmar otras muchas atrocidades pero para ello, insistiré hasta ser considerado un pesado de libro, hace falta más periodismo y más pluralidad de voces. Me interesa poco qué dice Putin pero bastante qué opina el pueblo ruso, silenciado e incluso estigmatizado desde que estalló la guerra.

El mal periodismo ha convertido en noticia numerosos bulos. La retahíla podría llenar el periódico de hoy. También se ha idealizado a militares cuyas prácticas han sido puesto ya en duda. Marta Flich entrevistó en televisión a un soldado ucraniano que mostraba orgulloso detrás una bandera del batallón neonazi Azov. Finalizó la conversación con un: “Tenéis todo nuestro apoyo y empatía”. Nos hemos venido tan arriba que alguna tertuliana que otra considera que: “Ni los que bombardearon Gernika eran malos, ni los bombardeados eran tan buenos”. Recuerdo el hecho constatado de que Gernika fue un ataque aéreo realizado sobre población civil por parte de la Legión Cóndor de la Alemania nazi y la Aviación Legionaria de la Italia fascista, que combatían a favor del bando golpista y que provocó más de ciento veinte personas asesinadas. Gente normal. Ancianos, niños, vecinos sin pretensiones. La televisión como cáncer informativo. Están alimentando a un monstruo.

Decía William Rogers que “Todo el mundo es ignorante, solo que en materias distintas” ¿Podemos por favor aceptar nuestra ignorancia y dudar? Dudar de todo hasta que nos demuestren con datos irrebatibles los hechos. No con opiniones, no con visiones sesgadas e interesadas. Con hechos. Con datos. A través de voces autorizadas.

Peor será si nos dejamos abatir por la frase de Amos Alcott: “La enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia”. El periodismo puede ser ignorante siempre y cuando lo sepa y trabaje para seguir creciendo intelectualmente. Se lo debe a la sociedad. Eso sí, el periodismo nunca puede ser ingenuo ¿Es fuente útil el Kremlin? No, repito. ¿Lo es el Pentágono? Tampoco. El periodismo que convierte en noticia el comunicado de prensa gubernamental matutino no sirve para absolutamente nada. Hace falta calle, corresponsales y riesgo. Hace falta inversión de largo recorrido, menos sueldos basura para los becarios y más canas orgullosas curtidas en mil batallas. Hace falta silenciar Twitter y apostar por el papel. Hace falta la voz del pueblo, del ucraniano y del ruso. Menos plató y más chalecos antibalas. Periodismo en mayúsculas y no noticias generadas en cadenas de montaje fordistas.