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"Todos conocemos a inútiles acreditados que alcanzan la cumbre"

Avatar del Jose María Romera Jose María Romera07/11/2021
Hay que admitir que la idea de la meritocracia resulta tentadora: una sociedad en la que cada cual llegase hasta donde lo permitieran su talento y su esfuerzo. Pero ocurre que en la práctica está lejos de materializarse, y no porque el ascensor social permanezca siempre averiado -hay días que funciona bastante bien- ni porque escaseen las oportunidades de promoción y mejora. Aunque por suerte nos ha tocado vivir tiempos menos injustos que los de nuestros mayores, todos conocemos personas de talento a quienes las cosas les van fatal, e inútiles acreditados que alcanzan la cumbre y ahí se apalancan con plaza en propiedad. En cuanto al esfuerzo, en fin: admitamos que cada uno llama esfuerzo a lo suyo. La tan cacareada cultura del esfuerzo corre el riesgo de acabar siendo una versión respetable de la no menos idealizada cultura de los sueños. Ambas crean falsas expectativas. Ambas prometen un feliz resultado y lo hacen sin respaldo científico. El esfuerzo deja de ser una virtud necesaria cuando se convierte en mantra de las élites para culpabilizar al débil. Avanzaríamos mucho si excluyéramos del debate sobre la meritocracia a los triunfadores que sostienen habérselo ganado a pulso y no deber nada a nadie (y, de paso, a los perdedores que atribuyen su fracaso a los elementos). La mayoría de los éxitos suelen deberse a una combinación de factores de todo tipo, desde las aptitudes personales hasta la buena suerte, sin olvidar la ayuda de otras personas. Explica Michael Sandel en ‘La trampa del mérito’ cómo la fe en la meritocracia ha engendrado una soberbia del ganador que no solo le impide reconocer los motivos reales de su victoria, sino que le bloquea la capacidad de mostrar gratitud hacia los demás. No ocurre solo con los privilegiados que llevan ventaja desde el nacimiento. También está el triunfador de origen humilde que, por haber hecho más sacrificios, parece verse en la necesidad de elaborar un autorretrato de ‘self-made man’ sin fisuras donde no tiene cabida nada ni nadie que pueda oscurecer su mérito. Olvidan que no hay mejor meritocracia que la de ser agradecido.
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