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La crisis de los 13 años: los alumnos pierden masivamente el entusiasmo por la escuela en la ESO

Los expertos creen que el vuelco en la forma de aprender que planea Educación reducirá el desencanto

Alumnos de la ESO en el centro integrado público El Espartidero, en Zaragoza, el jueves.
Alumnos de la ESO en el centro integrado público El Espartidero, en Zaragoza, el jueves.Carlos Gil-Roig
Ignacio Zafra

“Si tuviera que decir cuánto me gusta el cole, diría que 10″. Las hermanas mellizas Amaia y Martina han parado de jugar en el parque que hay al lado de su escuela, el Cervantes de Valencia, para responder a una pregunta que les parece obvia. Su opinión es compartida por casi la mitad de los alumnos al final de la primaria. Y es el primer acto de un fenómeno extraordinario a escala internacional. A los alumnos españoles les encanta ir al colegio hasta que tienen 11. Pero a los 13, ya en el instituto, su entusiasmo sufre un serio descalabro. Y para cuando han cumplido 15, solo al 12% le gusta “mucho” ir al centro educativo.

En primaria, el entusiasmo de los alumnos españoles por la escuela supera con mucho la media europea. Pero en secundaria se sitúa claramente por debajo, según recoge el Estudio sobre Conductas Saludables de Jóvenes Escolarizados, impulsado por la OMS y publicado en 2020. El Gobierno considera ese desencanto acelerado uno de los grandes problemas del sistema educativo, según se señala en el informe España 2050 presentado a finales de mayo. La mayoría de los expertos lo atribuyen a cómo se enseña en la ESO. Y esperan que la reforma que ha iniciado el Ministerio de Educación hacia una forma de aprender basada menos en repetir contenidos y más en saber aplicar los conocimientos ayudará a mejorarlo.

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“A los 15 años”, dice Ainara Zubillaga, directora de Educación de la Fundación Cotec, “los alumnos han acumulado el impacto de todos los problemas del sistema educativo y ahí estallan. Para mí lo más grave es que no ven la conexión entre lo que estudian y sus vidas”. Zubillaga advierte que esa desmotivación está muy relacionada con el fracaso y el abandono escolar temprano, que España lidera en la UE.

“Lo que se le ofrece al alumnado en secundaria”, opina Pedro Arias, presidente de los directores de instituto de Sevilla, “no es en general atractivo ni ha sido elegido para que les resulte interesante, sino por otros motivos”, como el deseo de las distintas disciplinas académicas por mantener o aumentar su presencia en la escuela. Clara, que estudia segundo de la ESO, la secundaria obligatoria, en el instituto público Lluís Vives de Valencia y está en una tarde de junio en casa de una amiga preparando un trabajo de Física y Química, lo explica a su manera: “Hay clases del instituto que me gustan mucho. Los profesores te transmiten la ilusión por lo que hacen y explican mejor que en el colegio, porque se han especializado. Nos cuentan cosas curiosas. Pero también hay otros a los que les importa muy poco que te enteres o si las clases se te hacen aburridas”.

Alumnos más presionados

Candela, que está haciendo el trabajo con Clara, apunta a otro cambio que notó al llegar al instituto y que confirman las estadísticas: los alumnos españoles se sienten crecientemente presionados por el trabajo escolar. Mucho más que sus compañeros europeos. “Yo ahora tengo amigos a los que les preocupa repetir”, comenta Candela. Y tienen motivos: el 28,7% de los alumnos españoles repite, casi el triple que la media de los países desarrollados. El sociólogo Mariano Fernández Enguita afirma: “Cuanto más avanzan en los estudios, con más angustia lo llevan. La repetición les da desde el principio la idea de que esto es una carrera de vallas, de que como tropieces en una, la fastidias”. Conseguir el título de la ESO, que en la mayoría de países del entorno español no existe, y alcanzar una nota suficiente en la selectividad también supone “un salto cualitativo o un batacazo”, añade.

Alumnos de primaria en el CPI (Colegio Público Integrado) El Espartidero, en Zaragoza, que acoge alumnos desde infantil a secundaria.
Alumnos de primaria en el CPI (Colegio Público Integrado) El Espartidero, en Zaragoza, que acoge alumnos desde infantil a secundaria.Carlos Gil-Roig

La desmotivación que emerge en la ESO tiene su origen mucho antes, cuando todo parece ir bien, opina Gregorio Luri, que ha sido docente y es autor de varios libros (el último, Mermelada sentimental, Ediciones Encuentro). “En tercero y cuarto de primaria los niños viven una revolución intelectual al pasar de aprender a leer a aprender leyendo. En ese momento la carga cultural de la familia contribuye de manera decisiva a su progreso. Los que disponen de un vocabulario complejo, que traen de casa, toman una línea claramente ascendente. Para los que disponen de un vocabulario pobre, en cambio, la lectura representa un problema y acaban rechazándola porque tropiezan continuamente en ella. Es justo en ese momento, cuando las estadísticas dicen que van tan felices a la escuela, cuando está apareciendo el problema que se manifiesta a los 13 y los 15 años”.

Docentes, familias y alumnos señalan otros motivos para ese desenganche: la rebeldía inherente a la adolescencia, la pérdida del vínculo personal con los docentes y la exclusión de los padres de la vida de los institutos. Ricardo Civera, presidente de los directores de colegios públicos de Aragón y responsable del centro El Espartidero, en Zaragoza, dice que “los niños ven el colegio como una continuación de su hogar, donde están sus amigos y su espacio de juegos. Y notan que el profesorado está muy encima”. Saltar a los 12 años del colegio, donde tienen un maestro que pasa con ellos gran parte del día, al instituto, donde tienen una docena de profesores especialistas centrados en su asignatura, les pasa factura, coinciden varias de las fuentes consultadas.

Familias desenganchadas

Mari Carmen Morillas, presidenta de la federación de Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos (Ampas) de Madrid, ha vivido la pérdida del entusiasmo al llegar al instituto con sus cuatro hijas. “Es un tema que preocupa. A la federación llegan muchas quejas de familias que ven que sus hijos dejan de estar motivados y se pierden”. En el colegio buena parte de las familias desarrollan una relación cercana con los maestros, dice Morillas. “Sin embargo en secundaria no conoces a nadie. Yo hay muchos docentes de mis hijas a los que no les pongo nombre, que no sé qué cara tienen”. Los padres pasan de compartir las fiestas de final de curso con docentes y alumnos y de poder entrar a las aulas a dar talleres a quedarse fuera, prosigue. “En secundaria, la primera regla ya es: los alumnos tienen que venir solos. Y es muy difícil que un instituto se abra a la participación. Es como si todo fuera secreto. Cuando vienen los consejos escolares es muy raro que intenten consensuar una fecha con las familias. Te dan la convocatoria cerrada y es normal que sea a una hora que les conviene a los docentes y a las familias que trabajamos nos resulte casi imposible asistir”.

Estudiantes de la ESO del CPI El Espartidero, Zaragoza, el jueves.
Estudiantes de la ESO del CPI El Espartidero, Zaragoza, el jueves.Carlos Gil-Roig

La consecuencia es que los padres se desconectan del centro educativo, añade Morillas. “Y la secundaria es una de las etapas donde los hijos más nos necesitan. Es la época en que terminan una fase madurativa y es la puerta de acceso a las drogas, al alcohol, a su vida sexual... Es un momento muy importante en el que no deberíamos desengancharnos. Y es responsabilidad de todos, pero el contexto no ayuda”.

“Debemos dejar que la vida entre en los institutos”, añade Pilar Gargallo, presidenta de la Federación de Movimientos de Renovación Pedagógica de Cataluña, “como ya está pasando en la primaria”. “El instituto tiene que entender que no solo tenemos que transmitir conocimientos. También cumplimos una función social de acompañar los procesos vitales de los adolescentes”.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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