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Ocio clandestino para dos por 15 euros: el antro de Madrid que desafía a la pandemia

Los vecinos denuncian que ni la policía ni el Ayuntamiento hacen nada ante las madrugadas sin mascarillas, sin distancia, sin horarios y con tabaco en un local en Lavapiés, en el centro de la capital

Dos parejas bailan en la discoteca de Lavapiés en la madrugada del viernes. En vídeo, el bar clandestino de Lavapiés. FOTO Y VÍDEO: LUIS DE VEGA

En pleno Lavapiés hay un sótano que todo el mundo conoce donde se incumplen casi todas las normas. Abre sus puertas a una hora en que todo debe estar cerrado. Y se deja entrar sin control a quien quiera disfrutar de un antro donde la pandemia no se encuentra entre sus preocupaciones. Música, baile y drogas hasta altas horas de la madrugada. Los vecinos, atónitos, no salen de su asombro. La policía lo sabe y no hace nada. El Ayuntamiento, también. Al menos no ha conseguido cerrarlo. Y el mensaje que desde la Comunidad de Madrid se lanza mantiene su mantra: la cosa no pinta tan mal.

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Es una puerta negra sin ninguna indicación situada junto al restaurante portugués de pollo al carbón Piri Piri. Permanece cerrada pero cada poco se entreabre. Un hombre se asoma como quien husmea qué se cuece fuera. Han pasado cinco minutos de la una de la madrugada del viernes 2 de octubre. Cuatro o cinco personas esperan en la calle y en apenas unos segundos el radar del portero los detecta. La ciudad duerme y basta sentir un cuchicheo fuera para que sepa que hay clientela. Es el número 15 de la calle Mesón de Paredes. Puro centro de Madrid.

—Venga, no se puede estar ahí parados. O entran o se van.

Hay que pasar por caja nada más acceder al rellano. Son 15 euros la pareja con derecho a consumición. El datáfono no falla. Una escalera anodina hacia el sótano prepara al visitante para lo que se va a encontrar detrás de otra puerta más. Un garito, sin más. El día que repartieron el glamur no llegó a este sótano de unos 70 metros cuadrados con una barra sencilla y unos baños roñosos donde la limpieza no se ha contemplado en tiempo. Uno se puede consolar pensando que está en una especie de Pachá Ibiza si se tiene en cuenta que en este Madrid pandémico todo debía cerrar ese día como máximo a la una de la madrugada. Las discotecas, de hecho, bajaron la persiana a mediados de agosto hasta nueva orden. Los restaurantes, hasta el jueves, no podían recibir a nuevos clientes más allá de las doce de la noche. También se prohibió fumar en el exterior a menos de dos metros de otra persona. Pero las normas se hicieron para otros. La ley se quedó arriba, en la calle.

Antes de poder disfrutar del despegue de la madrugada hay que pasar otra especie de control. Para este ya no es necesario sacar la visa. Una joven con bolígrafo, cuaderno y mascarilla identifica y toma nota de cada cliente que accede al local.

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—Buenas noches. Por favor, nombre, DNI y teléfono.

— Ah, esto es para tener una constancia de todos los que venimos por si hay un contagio del virus.

—No. Esto es porque somos un club privado.

Cara de emoticono pensante. El mensaje ha quedado claro. El virus entre esas paredes no existe o no importa. No habrá futuros rastreos. De hecho, nadie comprueba si los datos aportados son verdaderos o falsos. No es necesario enseñar el carné de identidad. Dentro, no se verá ningún gel por ningún rincón. Ni mascarillas. Ni medidas de seguridad. Bienvenidos al Madrid de los noventa. Si quiere fumar, adelante, está en su casa. Todo lo que fuera está prohibido, aquí se puede. La noche acaba de empezar.

Las entradas para entrar al local.
Las entradas para entrar al local.Luis De Vega Hernández

Ya en la barra se produce el canje. Dos manoseadas tarjetitas de cartón por dos copas. En el club privado todo se sirve en tubos de plástico. No hay otra. Esto sí es debido a la covid-19, explica el camarero. Esa será la única referencia al virus. Al fondo, en una esquina, la cabina del DJ. Una docena de personas charla o baila al ritmo de la banda sonora que oscila entre el Dame más gasolina y el Valió la pena. El mobiliario lo conforman varias mesas y sillas de plástico de Estrella de Galicia. Varias tiras de lucecitas Led adheridas al techo negro dan ambiente y color. Rosa y azul. Tres ventiladores y una máquina de aire acondicionado sobre la puerta que lleva a los baños ayudan a que el ambiente fluya.

La docena de clientes pronto pasa a ser veintena. Y treintena. En el pico de la noche, en torno a las tres de la madrugada, ronda el medio centenar. Todos, eso sí, muy bien avenidos. Se hacen fotos, selfis, vídeos… Una joven hasta realiza una videollamada para dar cuenta en directo de la juerga. El sótano sin nombre tiene buena cobertura.

Los grupos se hacen, deshacen e intercambian con una fluidez pasmosa. Todo el local es una pista de baile. Algunos se erigen en reyes y reinas del magreo. Lo del máximo seis personas por reunión, ni por asomo. Nada de distancia social, lavado de manos con gel o mascarilla. Algún empleado la lleva a ratos. Los fumadores fuman. Detrás de la barra, también.

La mayoría de los presentes debe andar entre los 20 y los 30. Ajenos a la hecatombe que vive la urbe con los peores datos de coronavirus de Europa, parecen haber sido teletransportados a la época prepandémica. A aquel pleistoceno en el que abrazarse, besarse, tocarse o bailar pegados a lo Sergio Dalma era la normalidad. En este antro sin nombre, aparentemente, no hay pandemia. O sí. Porque es imposible no pensar que el bicho juega en casa con toda la afición a favor.

Las luces empiezan a empujar a todos los presentes hacia el exterior pasadas las 4.45. Suena Muchachito Bombo Infierno, Ojalá no te hubiera conocido nunca. Nadie protesta. Mañana, quizá, el sótano donde a nadie le preocupa el virus volverá a abrir. En principio solo cierra los lunes, “y algunos domingos”, cuenta D. C. H., un vecino de 41 años que vive justo en la esquina con la calle Encomienda y que ha llamado “15 o 20 veces” a la policía para denunciar lo que pasa ahí dentro. Aunque algunos días han echado el cierre sin previo aviso, como la madrugada del sábado, justo cuando se pusieron en marcha las nuevas restricciones en la capital. No pasa nada. Forma parte del despiste, dicen. “La policía no hace nada. Sabe de sobra que esto existe, vienen, hacen un papeleo y todo sigue igual porque nunca cierran y el garito sigue y sigue sin ninguna consecuencia”, se queja. Padre de un niño de siete años, lleva viviendo allí ocho y ha visto de todo alrededor de este after que abrió hace dos. Trapicheos en la calle “de gente que controla el propio local”, botellones en el exterior y las consecuencias más nefastas de noches de juerga que acaban peor que mal. Hace un año justo, explica, la policía tuvo que acudir al local a primera hora de una mañana tras una reyerta entre varios clientes que acabó en tiroteo. También se han producido apuñalamientos y los vecinos se han topado por la mañana con varios regueros de sangre en el suelo. El ambiente asusta. Ya no es cuestión de luchar por un barrio sin ruidos. Quieren, además, uno seguro.

Varios clientes, dentro del club de fumadores de Lavapiés.
Varios clientes, dentro del club de fumadores de Lavapiés.Luis De Vega Hernández

El Ayuntamiento se contradice a sí mismo. Primero el área de Seguridad y Emergencias ha confirmado a este periódico que el local dispone de licencia de club de fumadores y que es un viejo conocido de la Policía Municipal y Nacional. Una vez ha salido publicado este artículo, el área de Urbanismo lo ha desmentido: no solo no tiene esa licencia, sino que “hasta en cuatro ocasiones desde 2018 han pedido declaración para ejercer como club de fumadores y siempre se ha declarado desfavorable o ineficaz”. Los vecinos aseguran que han puesto quejas también ante el gobierno municipal, pero nada, tampoco ha servido de mucho. El dueño del local, que según cuenta D. C. H. normalmente se encuentra sentado en otro bar de su propiedad, Dario’s Sport, situado en el número 8 de la misma calle, parece inmune. “Se lo ha montado muy bien, va abriendo locales en Lavapiés y hace lo que quiere”, resume el vecino. “Nos han contado también que lleva tiempo queriendo que el sótano se convierta en un club privado, así puede hacer dentro lo que quiera. Pero creo que todavía no lo ha conseguido”.

Según información aportada por el Ayuntamiento un día después de que este artículo saliera a la luz, se han girado visitas de inspección de los técnicos con la Policía municipal varías veces. “Ninguna de ellas se les ha permitido el paso, motivo por el cual tiene una multa de 30.000 euros. Además se ha pedido autorización judicial para poder entrar (se está esperando la resolución del fallo) y se ha ordenado el precinto y cese de la actividad”.

Lo cierto es que nada le pasa a quien quebranta las normas al entrar en un local que debería cerrar sus puertas hasta que la situación sanitaria lo permita, además de la ley, común para todas las comunidades.

La prueba más evidente de que lo que D. C. H. cuenta es verdad se vivió de nuevo en la madrugada del viernes, a la salida del garito. Cerca las cinco de la madrugada, los asistentes a la fiesta comenzaron a dispersarse, camino a casa. Justo en ese momento, en la esquina de enfrente, un coche de la Policía Nacional vigilaba la zona.

—¡La poli! Ahora vendrán a multarnos.

Pero nada más lejos de la realidad. Los agentes cacheaban en ese momento a varias personas que vendían latas de cerveza por la calle. Los clientes del after pasaron por delante con tranquilidad. El camino a la cama siguió su curso sin distracciones incómodas. La noche no podría acabar mejor. Copas en el cuerpo hasta las tantas, olor a humo en el pelo y algo que nadie contempla: un posible invitado de última hora en forma de virus invisible.

Las últimas restricciones que afectan al ocio nocturno

La hostelería y el ocio nocturno son, de nuevo, uno de los sectores que más directamente sufren las medidas restrictivas que entraron en vigor a las 22.00 del viernes. Esas órdenes afectan a más de cuatro millones y medio de madrileños de la capital y otros nueve municipios de más de 100.000 habitantes: Alcalá de Henares, Alcobendas, Alcorcón, Móstoles, Leganés, Getafe, Parla, Fuenlabrada y Torrejón de Ardoz. Los vecinos solo pueden entrar y salir de estas localidades por razones debidamente justificadas, como laborales, sanitarias, cuidado de personas, trámites burocráticos o financieros, entre otras. Los vecinos pueden circular dentro de su municipio. También se permiten desplazamientos que transcurran o atraviesen estas ciudades si origen y destino están fuera del mismo. Bares y restaurantes han de cerrar a las 23.00 como máximo y una hora antes han de dejar de aceptar nuevos clientes. Además, tienen limitado su aforo al 50% y está prohibido el consumo en la barra. Las mesas no podrán acoger a más de seis personas y las sillas deberán guardar una distancia mínima de 1,5 metros con respecto a las de otras mesas.

 

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