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El final de la escapada

La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, el vicepresidente madrileño, Ignacio Aguado (izda), y el consejero de Sanidad de Madrid, Enrique Ruiz, ofrecen ayer una rueda de prensa para anunciar las restricciones de movilidad para hacer frente al coronavirus. EFE/JuanJo Martín

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La comparecencia de Isabel Díaz Ayuso para reconocer en directo que, desgraciadamente para los madrileños, la realidad se había acabado imponiendo a la propaganda, se enseñará en las facultades de comunicación como el ejemplo más perfecto y patético de la comparecencia de un gobernante que no puede evitar dejar de transmitir, en cada gesto y en cada palabra, que se halla desbordado por los acontecimientos, superado por las circunstancias y atenazado por el pánico. La intervención del vicepresidente Aguado reconociendo compungido que él es muy liberal, pero, por desgracia, el virus no, ni siquiera servirá para tal fin pedagógico.

La lideresa que había arrancado la semana anunciado bajadas de impuestos, a la altura del miércoles había reclamado más medios para Madrid, pese a ser la principal receptora de Fondo COVID de 16.000 millones, y desde el jueves se escondía de los medios, mientras una parte de su gobierno anunciaba el confinamiento y otra exigía la intervención del Estado, comparecía en la tarde del viernes desfondada, con un discurso vacilante, inconexo y contradictorio, para anunciar que una parte de Madrid iba a sufrir restricciones similares a las que otros llevamos semanas soportando con cinco, seis y hasta siete veces menos casos por cien mil habitantes. Eso sí, con calma y sin volverse locos: a partir del lunes, que había que hacer caja el fin de semana. 

Las decisiones adoptadas por el gobierno de Madrid llegan tarde y parecen insuficientes según la mayoría de los expertos sanitarios. Habrían podido constituir decisiones validas hace dos semanas, no ahora. Madrid ha aplicado la estrategia Boris Johnson: el mercado curará el virus. Ha fracasado igual que el primer ministro inglés porque los mercados son una cosa y la salud pública otra: la mano invisible sabe repartir tomates, no parar pandemias. Los resultados pueden resultar aún desastrosos para las vidas y haciendas de los madrileños porque, a diferencia del premier británico, la presidenta madrileña ni siquiera reconoce aún el error.

Tras la aparente rectificación y alarma, la lógica que explica las ultimas decisiones de la CAM no sólo continúa siendo la misma que ha llevado a Madrid al desastre actual, sino que se ve agravada con una repugnante carga moral. La economía sigue yendo antes que la salud pública y, además, ellos se lo han buscado.

La misma lideresa que aplaudió a rabiar el comportamiento irresponsable de los cayetanos de Núñez de Balboa, defendiéndolos como adelantados del ansia de libertad que se alzaría imparable frente a la tiranía de un gobierno opresor, señala ahora los ciudadanos que viven en los barrios más modestos como principales responsables de la segunda oleada con sus hábitos y modos de vida. Aquello que en los barrios pudientes representaba la expresión admirable del deseo de libertad, en los barrios menos favorecidos se convierte en relajamiento. Isabel Díaz Ayuso y el gobierno de Madrid no solo confinan casi exclusivamente a los barrios más humildes, sino que además lo hacen porque esos barrios son culpables. 

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