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Cómo un puñado de rayitas cambió para siempre las investigaciones criminales

Han pasado 30 años desde que el ADN se usara por primera vez en un caso penal en España: fue en una agresión sexual. Los pioneros cuentan la historia de una prueba que reescribió las reglas en la escena forense

En foto, detención de Miguel Ricart, condenado por el asesinato de las niñas de Alcàsser en 1992.
Patricia Peiró

El forense Antonio Alonso escuchaba en la tele a Mercedes Milá aquella noche de 1995. La presentadora hablaba de una importante prueba genética definitiva para identificar los huesos de los jóvenes vascos, presuntos miembros de ETA, José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala. Alonso tenía delante parte de esos restos. Del trabajo de su equipo dependía zanjar un asunto que mantenía en vilo a la sociedad española. “Era fin de semana, recuerdo que había bastante presión mediática, y el domingo por la mañana teníamos el informe”, rememora el especialista, hoy director del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses.

Los medios empezaban a fijarse en el ADN, una prueba que se había usado en España por primera vez en un caso penal solo seis años antes y en el mundo, en 1987. El británico Colin Pitchfork se convirtió ese año en el primer condenado gracias a esa nueva técnica forense descubierta por Alec Jeffreys. La policía buscaba a un individuo que había violado y asesinado a dos adolescentes. Para ello, puso en marcha una recogida masiva de muestras en la zona en la que ocurrieron las muertes para compararlas con el perfil de las muestras obtenido en los cadáveres. “Como en las mejores películas, una mujer apareció en la comisaría para contar que había escuchado a un hombre en un pub presumir de que se había presentado a las pruebas con la identificación de otra persona”, explica Alonso. Aquel puñado de rayitas, que es como se visualiza un perfil, confirmó la culpabilidad. El 99,9% del ADN de un ser humano es idéntico al del resto, es el 0,1% restante el que sirve a los forenses.

En 1989 el equipo de Ángel Carracedo, uno de los mayores expertos en genética a nivel global, usó por primera vez esa técnica en un caso penal en España. Fue en una agresión sexual en Galicia. “En el mundo penal estábamos muy limitados porque normalmente obteníamos cantidades minúsculas (de sangre, semen, saliva...) y las muestras fallaban; en ese momento solo se podía analizar muestras muy grandes y relativamente frescas”, rememora el especialista. Las PCR, que hoy toda la sociedad conoce gracias a la pandemia de coronavirus, permitieron con el paso de los años amplificar el material genético que se podía estudiar a partir de cantidades mínimas. Del Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Santiago, que Carracedo dirigió hasta 2012, han salido marcadores y tecnologías que se emplean en todos los laboratorios forenses del mundo.

En 1991, el Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses lo empleó por primera vez para exculpar a un acusado de violación. “Esta tecnología hizo que pasáramos de la nada al todo. En aquella primera ocasión, lo repetimos varias veces, el miedo de haberte equivocado estaba ahí”, recuerda Alonso. Hoy existen en España 19 laboratorios que pueden hacer este tipo de procedimientos. 14 son públicos, pertenecientes a seis instituciones y el resto son privados, pero están acreditados para participar en determinadas investigaciones. Solo el Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses recibió en 2019 más de 8.000 peticiones de análisis de los órganos judiciales (que incluyen no solo casos penales, sino también, por ejemplo, pruebas de paternidad). Esto supuso más de 36.000 pruebas forenses, según los datos aportados por el organismo.

Antonio Alonso, y Cristina Albarrán, del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses.
Antonio Alonso, y Cristina Albarrán, del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses.santiago burgos

Cuatro profesionales del equipo de Alonso se desplazaron en 1990 hasta Cambridge para aprender esta nueva técnica y traerla a España. “Entonces era todo muy artesanal, se usaban geles que se teñían con nitrato de plata para ver las bandas de ADN. Después llegaron los perfiles digitalizados y con ellos otro gran salto: tener una base de datos”, señala. “En la actualidad existen 130 millones de perfiles en el mundo de uso forense para la investigación criminal e identificación de desaparecidos”, apunta el experto.

En esas bases de datos está el perfil de Antonio Anglés, uno de los acusados del crimen de las niñas de Alcàsser. “Ese caso marcó un antes y un después. Entonces [1992], la mayoría de los laboratorios ya trabajaban con ADN, pero no teníamos un desarrollo de la escena del delito. De alguna manera entramos en la era CSI [Crime Scene Investigation, serie de televisión]“, apunta Alonso. En ese triple asesinato, los forenses se enfrentaron también a la cara más dura de los medios, con el nacimiento de la telebasura. “En general, los casos mediáticos me producen mucha desazón”, se lamenta Carracedo.

La ficción, a veces, ha dado una idea equivocada de esta tarea. “Yo creo que las series han dado lugar a muchísimos tópicos. Sobre todo lo de que si lo dice el ADN es infalible, que es un test inmediato, que es la respuesta a todo, pero la realidad es que no siempre es así de fácil”, puntualiza Cristina Albarrán, facultativa del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses desde hace más de tres décadas. Un ejemplo de que el ADN no es la respuesta a todos los interrogantes es el crimen de Almonte, en el que fueron hallados asesinados un padre y su hija con 150 puñaladas. “Determinamos que había restos del compañero sentimental de la madre de la niña en unas toallas, pero, ¿se limpió las manos después de matarles o ya estaba ahí porque las había tocado en días anteriores? Nosotros no podemos saberlo, solo decir que está presente”, añade Alonso. El principal sospechoso acabó siendo declarado inocente.

Ahmed Chelh, detenido en 2015 por el asesinato de Eva Blanco en 1997.
Ahmed Chelh, detenido en 2015 por el asesinato de Eva Blanco en 1997.SAMUEL SÁNCHEZ

La que era jefa de servicio de Alonso le preguntó hace décadas que cuándo iban a dejar de investigarse nuevas técnicas. Él le respondió que creía que nunca. Ahora, se pueden conocer con un alto grado de fiabilidad determinados rasgos de la persona con una simple muestra biológica. Por ejemplo, el color de ojos o el origen ancestral. Así es como se identificó al asesino de Eva Blanco, al borde de que prescribiera el crimen. Alonso lo recuerda así: “Se determinó que era un individuo magrebí, se hizo el test a los que respondieran a este perfil en el pueblo y así es como apareció la coincidencia con un familiar del que acabó siendo detenido y que después se suicidó en la cárcel”.

El ADN familiar es probablemente la próxima gran revolución. El FBI detuvo el año pasado a un asesino en serie que llevaba escabulléndose 42 años. Joseph James DeAngelo mató al menos a una docena de mujeres y violó a 50. Sin pistas que seguir, el FBI comparó los restos biológicos del criminal con los de una base de datos privada de perfiles de ADN. ¡Bingo! Encontraron coincidencia con un primo que había introducido su material hacía años para saber más de su árbol genealógico. “Hay cuatro o cinco compañías en el mundo que tienen 15 millones de muestras. Esto parece una anécdota, pero hoy hay más de 100 casos que se están investigando con este método”, reconoce Alonso. En España todavía no, pero se usará, asegura el experto. “Es una herramienta muy potente”.

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Sobre la firma

Patricia Peiró
Redactora de la sección de Madrid, con el foco en los sucesos y los tribunales. Colabora en La Ventana de la Cadena Ser en una sección sobre crónica negra. Realizó el podcast ‘Igor el ruso: la huida de un asesino’ con Podium Podcast.

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