Las manifestaciones derechistas de estos días en Madrid, Sevilla, Córdoba, Pamplona o Valencia tienen mucho más de desafío que de protesta. Sus protagonistas son gente de orden clamando contra… el orden. El único problema que tiene ese orden es que lo ordena un Gobierno de 'desorden', integrado por socialistas y comunistas que "le han robado al país su libertad" con la excusa de una simple epidemia.

La última de esas concentraciones cuya mecha fue prendida por los acomodados vecinos del barrio de Salamanca de Madrid tuvo lugar ayer en la sevillana Avenida de la Palmera, milla de oro del urbanismo hispalense donde proliferan palacetes y casoplones cuyos moradores dicen sentirse agredidos por unas restricciones de movilidad que en realidad son muy parecidas en la mayoría de países del mundo contagiados por el virus Covid-19.

Los diarios de la derecha están haciendo crónicas entre faltonas y festivas de unas concentraciones que, además de ilegales, ponen en riesgo la salud de la población porque los asistentes no suelen guardar las distancias de seguridad. Un medio conservador de Sevilla recogía así el espíritu de la manifestación: “En el Palacio de la Moncloa o en el de Galapagar les debió pitar los oídos a más de uno [sic] ”.

No son manifestaciones de sesgo conservador, sino de sesgo antisistema. Su singularidad es que las promueven quienes inventaron el sistema. Suponen un punto de inflexión en la estrategia y el comportamiento de las derechas españolas, que acostumbran a ser desleales cuando pierden el poder, pero no a imitar a los antisistema para recuperarlo.

La presencia en la manifestación de Córdoba del domingo del diputado del PP Andrés Lorite es esclarecedora. E inquietante. El partido del orden ha dejado de serlo. Cueste lo que cueste y le cueste lo que le cueste, Pablo Casado ha decidido recuperar la clientela que Vox le había venido arrebatando en las últimas citas electorales. Hace uno o dos años, en manifestaciones como las de estos días solo habrían estado los ultras; ahora están también los del PP. El mérito es de Casado.

La presencia simultánea de populares y ultras en estas concentraciones no autorizadas autoriza a recuperar el término coloquial pero despectivo de ‘facha’, en auge en los 70 y 80, estabilizado en los 90, en declive desde 2000 y resucitado en 2018 por Vox: la normalización democrática y la presencia continuada en cientos de ayuntamientos de razonables y perfectamente ‘normales’ alcaldes del PP había expulsado el término ‘facha’ de la vida pública: la mayoría de alcaldes o presidentes autonómicos del PP eran simplemente conservadores, no fachas.

Ahora, Casado está convirtiendo al PP en un partido facha, identificado con las técnicas de agitación, con el desafío a la ley, con la cínica instrumentalización de la bandera, un partido partidario de atosigar –y si es posible derribar– al Gobierno de España en un momento delicadísimo para el país, víctima de una pandemia mundial que el propio PP no habría gestionado sanitariamente de modo muy distinto a como lo está haciendo el Gobierno ‘socialcomunista’ cuya dimisión reclama ruidosamente con gritos y cacerolas.