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Apenas da leche o lana, no se deja pastorear, así es esta raza de oveja en peligro de extinción

Macho de un año de churra lebrijana, con el característico flequillo de lana.
Macho de un año de churra lebrijana, con el característico flequillo de lana.Pepe Barahona / Fernando Ruso

Su lana es lisa y barata, da la cantidad de leche justa para criar a los ­corderos y apenas engorda. Es una raza única en el mundo pero solo quedan 444 ejemplares

Los 444 únicos ejemplares de la raza churra lebrijana hace mucho que dejaron de importar. Su lana es lisa y barata, da la cantidad de leche justa para criar a los ­corderos y apenas engorda como para suscitar el interés de los mataderos. No sirve. Y está en peligro de extinción. En la Sierra Norte de Sevilla, lejos de la marisma del Guadalquivir donde se forjó esta especie, sobrevive la única cabaña de la raza churra lebrijana del mundo. Entre alcornoques y encinas, estas 422 hembras y 22 machos de carácter especialmente bronco campan sin obedecer las órdenes de su pastor. José Manuel suma años de experiencia, aunque solo cuatro con esta raza que da muchos quebraderos de cabeza. “Hay que tratarlas con modales distintos”, asegura, “por las buenas se consigue con ellas más que por las malas”.

La churra lebrijana es una oveja de carácter difícil, rehúye el contacto con los humanos. Ni siquiera criándose a biberón es sociable. Al abrirles el redil, saltan y corren dispersándose por la dehesa en busca del verde. Hace tiempo que desistieron de que un perro las guardase, las volvía más irascibles. A diferencia de las churras castellanas, que sí resultan rentables —son, sobre todo, grandes productoras de leche—, las marismeñas tienen la cabeza cubierta de lana, rasgo que las distingue del resto de ganado ovino y que da carácter y personalidad a la raza. Algunas tienen el flequillo teñido de azul, otras de rosa, subrayando más cierto rollo punki. Mantienen fija la mirada, sospechando de cualquier humano.

Pese a su notable capacidad de adaptación, solo han conseguido sobrevivir en las 394 hectáreas de la finca Monte San Antonio de la Dipu­tación de Sevilla, en Cazalla de la Sierra. Dos décadas después, pese a enfermedades catastróficas y a su baja fertilidad, el rebaño oscila tímidamente en torno a 350 ejemplares. “El siguiente paso es crear otros núcleos con ganaderos interesados en su conservación para evitar que un incendio o un virus incontrolable pueda acabar con la raza”, explica Antonio Siles, veterinario de la Dipu­tación.

A lo largo de estos 25 años ha habido infructuosos intentos de devolver la especie a su hábitat natural, la marisma de Lebrija (Sevilla), donde en la actualidad no hay censado ningún ejemplar. Nadie sabe cuándo desaparecieron de allí. Ahora su futuro pasa por la creación de una asociación de ganaderos que elabore el libro genealógico de la raza, mediante el cual se pueda acceder a ayudas de conservación de la Unión Europea. “Sería una pena que se extinguiera”, defiende el veterinario, “no sabemos si pudiera ser útil a generaciones venideras. Si hemos salvado al lince, por qué no a la churra lebrijana”.

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