Cultura

15 años de 'El viaje de Chihiro', la obra maestra animada de los 00s

El 25 de octubre de 2002 llegaba a la cartelera española este inmortal rito de madurez. Aún lo seguimos admirando.

El callejón de las sombras.

Foto: 'El viaje de Chihiro' (Hayao Miyazaki, 2001)

"Una sauna es un lugar misterioso dentro de la ciudad. La primera vez que vi un cuadro en óleo fue dentro de una, y había una pequeña puerta cerca de la bañera. Siempre me pregunté qué habría tras esa puerta".

Hayao Miyazaki tardó casi cinco décadas en descubrirlo. 'El viaje de Chihiro' (2001), su gran tratado sobre esos pasadizos secretos que conectan el vapor con el misterio, sitúa el centro gravitacional de su pueblo-dentro-del-pueblo en una sauna, donde el volátil espíritu conocido como Sin-Cara da rienda suelta a sus peores y más destructivos impulsos, sólo para ser tranquilizado más tarde por la protagonista. Sin-Cara es un simple reflejo de lo que quiera que se encuentre en su entorno, del mismo modo que la sauna puede ser un santuario de paz o una tormenta de caos con él dentro. Y, también, del mismo modo que su propia estructura, inspirada en el onsen de Dōgo, fusiona arquitectura tradicional japonesa con el estilo pseudo-occidental propio del Periodo Meiji, una de las debilidades de Miyazaki. Nada en esta película tiene una naturaleza unívoca, sino que todo en su fascinante, casi inagotable universo imaginativo nace de una tensión entre dos mundos.

Miyazaki intentó explorar su antigua obsesión por las saunas en un proyecto que no logró sacar adelante, mientras que el proceso de post-producción de 'La princesa Mononoke' (1997) le hizo caer en la cuenta de que sus películas solían ir dirigidas a un muy público infantil, a muchachos en edad del pavo o a chicas adolescentes, pero nunca a esa suerte de tierra de nadie femenina que es la edad de diez años. "Tengo cinco jóvenes amigas", explicó el director en una entrevista, refiriéndose a unas niñas con las que su familia pasaba todos los veranos en una cabaña en las montañas. "Quería hacer una película que ellas pudieran disfrutar".

Su principal fuente de inspiración fueron unos mangas shōjo (literalmente, tebeos para niñas jóvenes) que estas amigas de la familia leían durante el verano. Sin embargo, lo que encontró allí le decepcionó: "Sentí que lo único que este país ofrece a las chicas de diez años son flechazos y romances. Observando a mis jóvenes amigas, me pareció que estas cosas no son las que ellas sienten cercanas a sus corazones, no son lo que quieren. De modo que me pregunté si podía hacer una película en la que ellas fueran las heroínas...".

'El viaje de Chihiro' es, así, una delicada exploración de la liminalidad. Descrita por el etnógrafo francoalemán Arnold van Gennep como una fase de transición necesaria en todos los pasajes a la madurez, esta noción antropológica media entre los ritos de separación y los ritos de incorporación, luego se caracteriza por los cambios que la identidad del iniciado o la iniciada experimenta durante un limbo que, sin embargo, está sujeto a férreas reglas y secuencias de acontecimientos predeterminadas. Para Van Gennep, el universo liminal "implica un paso concreto por el umbral que marca la separación entre dos fases". Miyazaki decidió situarlo en una suerte de parque de atracciones abandonado, donde la protagonista deberá recomponerse a sí misma con la ayuda, o todo lo contrario, de un grupo de espíritus inequívocamente carrollianos —aunque es posible que 'Chihiro' beba directamente de la tradición japonesa y, por tanto, toda similitud con 'Alicia en el país de las maravillas' sea accidental—. De este modo, la Chihiro preliminar es una niña, pero la post-liminar (la que escapa de allí para reencontrarse con los cerdos de sus padres) es ya una mujer adulta. El ritual de paso a la madurez se ha completado, aunque lo que estuvo en juego desde el principio fue algo más que un autodescubrimiento.

'Mononoke' ya supuso una reflexión cien por cien miyazakiana sobre el impacto que la doctrina capitalista tiene en el medioambiente, íntimamente ligado con la propia alma de Japón. Lo primero que Chihiro pierde al caer por la madriguera de conejo es su nombre, luego el discurso anticapitalista de esta obra va mucho más allá de lo ecológico. Al ligar el proceso de recuperación indetitaria de la protagonista con alegorías tan transparentes como Haku, un espíritu putrefacto que solía pertenecer a un río antes de que lo contaminaran, la película nos habla de un país que ha perdido la conexión con un pasado limpio y verde para así poder construir más fábricas y centros comerciales. No es casual que los padres de la protagonista muten nada más empezar este viaje alucinante al centro del alma japonesa: Miyazaki explica cómo "muchas personas se convirtieron en cerdos durante la burbuja económica de los años ochenta, y aún no se han dado cuenta de ello". No son los únicos personajes que cambian de forma a lo largo de 'El viaje de Chihiro', pues estas rupturas con la lógica y la estabilidad permiten a diferentes metonimias de la sociedad nipona mostrar su verdadera forma, la que habían estado ocultando todo este tiempo. En el universo liminal de Chihiro, todo lo subyacente necesita salir a la luz.

Pese a ser muy diferentes entre sí, 'Chihiro' y 'Battle Royale' ( Kinji Fukasaku, 2000), quizá las dos películas japonesas más populares del cambio de milenio, tratan sobre la brecha generacional tras un periodo de zozobra económica. La respuesta que ofrece Miyazaki a esas ansiedades sociales puede parecer reaccionaria, pero la búsqueda de su protagonista no consiste simplemente en volver a las raíces nacionales, sino que la única manera que tiene de recobrar su identidad al final del viaje es crear una nueva, o reformularse a sí misma precisamente porque ha logrado recobrar una conexión con el pasado. Sus padres son parte del problema, pero las cinco amigas de la familia Miyazaki, al igual que el resto de niñas de diez años a las que iba dirigida la película, representaban la solución. El arquetipo campbelliano de las máscaras del héroe se pone, así, al servicio de una historia de renacimiento y esperanza nacional, tan cercana a Mervyn Peake y al 'Pinocho' de Disney como al folklore del Japón premoderno.

El diálogo entre tradición y modernidad no está presente sólo en el fondo, sino también en la forma. Miyazaki supervisó cada uno de los dibujos tradicionales (es decir, a mano) que conforman esta opus magna, así como también el proceso de coloreado digital al que Studio Ghibli accedió a modo de audaz experimento. El resultado es tan exquisito como orgánico: el CGI no secuestra el trazo de los animadores, pero acaba formando parte fundamental de una experiencia tan arrolladora que Miyazaki se vio obligado a simplificar. Sus más de tres horas de duración se convirtieron en 125 minutos, su exuberancia visual acabó atenuándose para no distraer la atención de la historia. Una vez estuvo terminada, 'El viaje de Chihiro' conquistó la cartelera estival japonesa como un auténtico fenómeno, pulverizando todos los récords y convirtiéndose en una de las pocas películas que ya habían superado la barrera de los 200 millones de dólares antes de su estreno en Estados Unidos (con un doblaje supervisado por John Lasseter ).

En su ensayo 'Otaku: Japan's Database Animals' (University of Minnesota Press, 2009), Hiroki Azuma argumenta que la pátina de respetabilidad social que el anime adquirió durante la década pasada se debe, en gran parte, al reconocimiento internacional que Miyazaki obtuvo con 'Chihiro'. Su Oso de Oro en Berlín, compartido con la también magnífica 'Bloody Sunday' ( Paul Greengrass, 2002), cogió por sorpresa a gran parte de los cronistas destinados al festival, pero su Oscar a la Mejor Película de Animación se entendió como el justo reconocimiento a una película capaz de marcar época. Esta misma semana llega a nuestras pantallas 'Ancien y el mundo mágico' ( Kenji Kamiyama, 2017), el nuevo trabajo de un director que veló sus armas en Ghibli. El hecho de que lo haga casi exactamente quince años después del estreno de 'Chihiro' parece confirmar las palabras de Azuma: lo que Miyazaki hizo para sus cinco amigas no sólo dio en el clavo, sino que también demostró al mundo entero que las historias protagonizadas por jóvenes heroínas no podían reducirse simplemente a farsas románticas. Esa puerta secreta de la sauna que el director visitó cuando era niño acabó escondiendo algo muy importante. Algo que cambió para siempre la animación japonesa.