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Franco ¿Justo entre las Naciones? (I): El antisemitismo vocinglero (1936-1942)

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Como quizás sepan ustedes, la expresión “Justo entre las Naciones” designa en el judaísmo a aquellos gentiles o no judíos que, por vivir de acuerdo a los “Siete Preceptos de las Naciones1, son objetos de respeto y gozarán de recompensa divina.

Pero también hace referencia a una distinción creada e impulsada por el Parlamento israelí (Knesset) en 1953, para reconocer a aquellos gentiles (no judíos) que se significaron por prestar, de manera altruista,2 asistencia a los judíos víctimas de la persecución nazi durante el holocausto; entre ellos, varios españoles.3

En los últimos años, coincidiendo con un “revival” de las posturas que justifican la sublevación de Julio de 1936 contra el Gobierno de la II República; la feroz represión posterior, y la implantación de una larga dictadura, hemos visto también una propaganda que “dulcifica” el conocido antisemitismo del Régimen hasta hacer aparecer al Estado franquista, y al propio Francisco Franco, como filosemitas.4 Se llegó a proponer que se pidiera para él la distinción de "Justo entre las Naciones", como también hubo quien lo propuso para el Nobel de la Paz, o para Cardenal de la Iglesia Católica. En serio.

Vamos a explicar un poco el tema.

El régimen nacional-católico-conservador que salió de la Guerra Civil era antisemita; no podía ser de otra manera, dada la historia de España, las relaciones de la Cruzada con la Iglesia y la implantación del catolicismo como religión de Estado. Franco, en un discurso ante la Sección Femenina de Falange, el 29/05/1942, justificaba la expulsión de España de los judíos en 1492 y aplaudía la política seguida por los Reyes Católicos por ser “totalitaria, racista y católica”.

Sin embargo, se trataba de un antisemitismo moderado; en parte porque la presencia de judíos en la Península era testimonial,5 y en parte porque los judíos convertidos al catolicismo (conversos) llevaban siglos en España, y más o menos - excepto comunidades aisladas, como los chuetas mallorquines - se habían ido integrando.

El propio Franco no era especialmente antisemita. En realidad, durante su época en el norte de Marruecos mantuvo amistad con algunos judíos sefardíes, a quienes los militares africanistas consideraban más fiables que los “moros” (Franco despreciaba de éstos últimos su “salvajismo”) y, de hecho, algunos sefardíes pudientes apoyaron económicamente el Alzamiento. Unos voluntariamente, otros "voluntariamente".

Pero -no nos engañemos- como siempre Franco fue a lo suyo, y no permitió que nada alterase su "hoja de ruta": si bien dejó que los más antisemitas de su régimen hablaran (vociferaran) y escribieran sobre el peligro judío,6 no señaló como objeto de persecución sistemática a los judíos, como sí hizo con masones y elementos izquierdistas. No creamos que era por simpatía hacia la raza judía o gratitud a la ayuda que algunos de ellos le prestaron; simplemente, ya hemos visto que numéricamente los judíos eran una cantidad despreciable, y desde luego estaban ausentes de toda conspiración internacional: Franco no creía en la existencia de una “Internacional judía”, como sí creía (o decía creer) en los poderes conspirativos de una “Gran Logia”.7

Por supuesto, eso no quiere decir que los judíos no se llevaran alguna que otra "caricia": algunos judíos sufrieron palizas y vejaciones (como el alcalde de Ceuta, sin embargo amigo de Franco; o algunos jóvenes judíos que fueron llamados a filas); varias sinagogas fueron cerradas (Melilla, Ceuta, Madrid, Barcelona, Sevilla, entre otras); en ocasiones se impusieron multas colectivas, a veces por cantidades astronómicas para los pocos miembros de la comunidad, como en Sevilla; en las ciudades más grandes, a la clausura de la sinagoga se añadió la prohibición de celebrar ritos religiosos judíos (luego se extendería dicha prohibición a toda la Península) .

Dichos abusos no fueron alentados por el Régimen, y respondieron más a antisemitismo puntual de los militares; de los dirigentes carlistas (en ocasiones, ferozmente ultracatólicos) o de los falangistas (a veces, simpatizantes de los nazis) que a una persecución sistemática, como les ocurrió a masones e izquierdistas. Sin embargo, las autoridades del bando sublevado tampoco los desautorizaron o castigaron; y no se puede negar la complicidad de un Régimen que por un lado lanza consignas antisemitas y por otro tolera las "expansiones" de sus "cachorros".

Terminada la guerra, asentado firmemente el franquismo, hubo que pagar “tributo ideológico” a sus aliados en el reciente conflicto. La embajada alemana en Madrid desplegó una enorme labor de propaganda antisemita, entusiásticamente apoyado por el sector falangista del Régimen, con el Ministro de Interior, el “CuñadísimoRamón Serrano Suñer, a la cabeza. Se financiaron editoriales, libros sueltos, revistas, se proyectaron películas alemanas dobladas al español, y por supuesto se incluyeron en los libros escolares contenidos que hablaban del “odio que los judíos sienten hacia los cristianos”, incluyendo historias sobre “libelos de sangre”.8

Como durante la guerra, hubo judíos que sufrieron malos tratos, incluso fueron encarcelados y asesinados; pero, en general, los casos más graves lo fueron por ser, además, comunistas o masones, y la persecución estuvo muy lejos de la que sufrieron los judíos de Alemania, Italia y los países ocupados por éstas. Pero, como consecuencia del carácter ultracatólico del Régimen, la presión religiosa fue más asfixiante, puesto que se cerraron las sinagogas de la Península y se prohibieron el culto y ritos judíos (aunque se permitió, bajo condiciones, en el Protectorado de Marruecos) y, al menos en teoría, los padres eran obligados a bautizar a sus hijos y educarles en la fe católica. La perspectiva de no poder optar en el futuro a trabajos y condiciones de vida decentes hizo que muchos de los escasos judíos de España se convirtieran, probablemente con un entusiasmo… "no inenarrable".

Con todo, lo más peligroso resultó ser la creación de lo que los historiadores llaman el "Archivo Judaico" (aunque en sus tiempos no recibió un nombre oficial). Con fecha de 5 de Mayo de 1941, una circular del entonces Director General de Seguridad, José Finat y Escrivá de Romaní, Conde de Mayalde, ordenaba a los Gobernadores Civiles que remitieran a la Central un informe individualizado por cada judío, nacional o extranjero, que residiera en su provincia; la ficha debía incluir su “filiación política y grado de peligrosidad”. Muy posiblemente, Finat tomó esa iniciativa (con el beneplácito de Franco, claro) a petición de Himmler, con quien le unía una buena amistad y que, unos días antes, se había entrevistado con él. Con toda probabilidad, la cifra de 6000 judíos españoles que se manejó en la Conferencia de Wannsee en Enero de 1942 (donde se decidió y organizó la "Solución Final") salía del “Archivo Judaico”. Además de fichas personales, se incluían en los expedientes (marcados con las siglas AJ) otros documentos de interés sobre esta cuestión.

La intención parece clara. En Mayo de 1941 Alemania es dueña y señora del continente europeo, "sin nadie que le tosa". Acaba de terminar con los valientes pero molestos griegos, echando ¡otra vez! a los británicos hacia sus islas; la URSS es una especie de pseudoaliado, y nada hace pensar en la guerra entre ambos. Sin embargo, Franco no tiene ninguna intención de entrar en la guerra; no, a menos que Hitler pelee por él (suministrándole suministros en cantidades ingentes y protegiendo Canarias y las costas españolas) y le entregue Gibraltar y el Marruecos francés… como mínimo.

La mayoría de los historiadores considera que, dado lo poco que tardó en comunicar a los nazis el resultado (tal vez el archivo entero) de la investigación, la colaboración con la Gestapo (a la que entregaron personas que huyeron tras la debacle de Francia, y de quien recibieron exiliados, como Lluis Companys) y, en realidad, la nula peligrosidad de la comunidad judía en España, que no justificaba el esfuerzo ni de contarlos, la idea de Franco era disponer de una moneda de cambio para seguir contando con el favor de Alemania sin entrar en el conflicto. Entregar a los judíos de España como muestra de buena voluntad y comunión con los objetivos del Führer.

Nunca sabremos si se llegaron a entregar a los alemanes copias de los documentos del “Archivo Judaico”; es posible que sí, pero no llegaron a ser utilizados ante el rápido empeoramiento de la situación bélica para Alemania, que obligó a Franco a cambiar de rumbo y buscarse una “coartada”, como veremos en el siguiente episodio.

Tras la Segunda Guerra Mundial, los documentos recopilados fueron expurgados a conciencia de los archivos de los Ministerios de Asuntos Exteriores y de la Gobernación. Por supuesto, eso ha servido para que los revisionistas (Pío Moa, a la cabeza) nieguen su existencia. Pero no es cierto. La circular existió [imagen]; las fichas se hicieron [una de ellas, imagen en Notas] y lo siniestro de su intención puede comprobarse en alguno de sus párrafos.9

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