Primer plano

Europa se retira del Sahel y lo deja en manos de Rusia

Moscú aprovecha la salida francesa del desierto africano para aliarse con las juntas militares que ya controlan territorios por los que circula la inmigración, el tráfico de drogas y el yihadismo

Manifestante con la bandera de Níger y Rusia pintadas en el torso.

Los ciudadanos de Europa del Este se toman las amenazas de Rusia muy en serio. El pasado soviético está demasiado reciente para olvidar la relación imperial y represiva que los rusos han tenido en toda la órbita del mundo socialista. Por eso, los máximos apoyos a Ucrania vienen desde los países Bálticos hasta Polonia, República Checa o Rumanía.

En el Oeste de Europa, sin embargo, la amenaza rusa se vive mucho más lejana. Sin embargo, el neocolonia

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Los ciudadanos de Europa del Este se toman las amenazas de Rusia muy en serio. El pasado soviético está demasiado reciente para olvidar la relación imperial y represiva que los rusos han tenido en toda la órbita del mundo socialista. Por eso, los máximos apoyos a Ucrania vienen desde los países Bálticos hasta Polonia, República Checa o Rumanía.

En el Oeste de Europa, sin embargo, la amenaza rusa se vive mucho más lejana. Sin embargo, el neocolonialismo ruso está cada vez más cerca. Moscú, con sus acuerdos con varias juntas golpistas del Sahel y algunos señores de la guerra en el Magreb, ha puesto botas en el terreno en la frontera sur de la Unión Europea, un territorio de Estados precarios y límites porosos por los que avanza el yihadismo, la inmigración sin papeles y las autopistas de la droga. Ahora, el Kremlin tiene acuerdos con los gobiernos que mantienen los grifos de estos problemas.

Rusia, a través del infame grupo Wagner, aterrizó en el corazón de África en 2016. Su primer destino fue República Centroafricana. Siguiendo su manual de acudir a países en descomposición para prestar ayuda a alguno de los dos bandos, acudió a Libia en ayuda de Jalifa Hafter, uno de los señores de la guerra que se disputan los despojos del gadafismo desde su feudo de Tobruk.

Un desierto fuera de control

Después llegó el Sahel. Los golpes de Estado de generales renegados, apoyados de forma más o menos evidente por Moscú, comenzaron a sucederse en Mali, Burkina Faso y Níger. Estas juntas militares han echado a las misiones francesas y estadounidenses y han abierto los brazos a los mercenarios rusos, que también combaten en Sudán a favor de las Fuerzas de Apoyo Rápido, uno de los bandos que lucha en la guerra civil. El acuerdo es siempre el mismo: Rusia, a través de instrumentos como Wagner, controla las minas del país, ya sean diamantes (República Centroafricana), o explotaciones de oro (Mali y Sudán).

A esa expansión debemos unir una retirada humillante. Europa abandona militarmente el Sahel. Los 27 no han conseguido un acuerdo para prorrogar la misión en Mali más allá de mayo, cuando concluye su actual mandato. Francia ha dejado claro su rechazo a seguir prolongando una operación que se inició en 2013 ante el rechazo de la propia junta militar. El espacio que deja la Unión Europea (sobre todo París) es ocupado por Rusia.

Hace justo un año, a principios de marzo, el presidente francés, Emmanuel Macron, fue recibido en Kinshasa (República Democrática del Congo) al grito de «Macron, asesino; Putin, salvador». Era el inicio de su gira por algunas de las ex colonias francesas en África: esas donde París siempre ha tenido influencia y hoy, no sólo la ha perdido, sino que crece el sentimiento antifrancés.

La escena ilustra el cambio de era en el continente africano, con Francia como la gran perdedora. En la última década París ha cedido espacios de influencia, que han ganado países como Rusia o China. Tenía presencia militar, una lengua común y una moneda: hoy las tropas han sido expulsadas y algunos países han pedido salir del franco CFA, la divisa de la época colonial que comparten Benín, Burkina, Costa de Marfil, Senegal o Mali, entre otros.

En apenas unos meses, las tropas que París tenía en República Centroafricana, Mali, Burkina Faso o Níger han sido expulsadas por los nuevos gobiernos de estos países, los que han salido tras los recientes golpes de Estado. Sólo quedan algunas en Senegal, Costa de Marfil y Chad. Estos levantamientos militares han ahondado en el resentimiento contra Francia: El pasado octubre el Gobierno galo empezó a desmantelar su presencia militar en el Sahel, donde ha estado 10 años con el pretexto de garantizar la seguridad en la zona y luchar contra el yihadismo.

París tenía bases y desplegados 1.500 soldados, dentro de la Operación Barkhane, pero ya han despegado. De ahí quedó otra imagen que ilustra la humillación francesa en el Sahel: la del embajador galo en Niamey, atrincherado en la sede diplomática varias semanas hasta que pudo ser evacuado. París no reconocía el Gobierno de la Junta militar, pero finalmente tuvo que retirarse.

Emmanuel Macron, el primer presidente francés nacido en la era postcolonial, ha realizado casi una veintena de viajes a África desde que es presidente. Ha tratado de frenar el sentimiento antifrancés (en los lugares donde el vínculo aún no se ha destruido) devolviendo, por ejemplo, parte de los tesoros expoliados durante la colonización. Lo hizo con Benín en 2021. «La era de la Francafrique ya pasó», dijo hace unos meses, en referencia a cómo se denomina a esos territorios colonizados.

Rusia, un país que acostumbra a usar los conflictos de zona gris como arma arrojadiza contra la UE, está presente ahora en lugares en los que puede controlar (y utilizar a su favor) la inmigración, el yihadismo o el tráfico de drogas. El problema es que la situación es difícilmente reversible a corto plazo. Costará volver a coser las viejas relaciones.

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