El Oro del Tiempo: Magnético misterio en la Belle Époque

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“Je cherche l’or du temps”
André Breton

Del epitafio surrealista de André Breton nace el título del tebeo que hoy nos ocupa: “El Oro del Tiempo” (“L’Or du Temps”) de Rodolphe y Oriol, recién estrenado por Norma en castellano. Una obra que nos va a llevar al París de comienzos del siglo XX, en plena Belle Époque, cuando la ciudad de la luz era la capital mundial cuyo poder de seducción cautivaba a cualquiera con querencia por las bellas artes.

Es ese París el que se nos presenta aquí, plagado de atractivos y misterios. Entre ellos, uno en particular va a llevar a Théo Lemoine a vivir una aventura deudora de los folletines de aquel periodo entre siglos. Tanto en lo formal como en lo temático, pues todos aquellos elementos de los que se nutría aquella ficción popular son los vertidos por Rodolphe (“Commissaire Raffini”, “Les Ecluses du Ciel”, o, entre otros, “Kenya”) en su guion. Tanto en forma como en fondo, pues el relato mostrado es un camino lleno de guiños y homenajes a aquella seminal ciencia ficción moderna, donde Jules Verne vertió todo su torrente creativo: donde también Gaston Leroux maridó urbanas leyendas parisinas junto a elementos románticos. Todo aquello como un rio subterráneo eterno, del que no se conoce con exactitud su recorrido pero se sabe con certeza su existencia, aflora en “El Oro del Tiempo”.

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Misterio y seducción se entrelazan pues en estas páginas, donde alta y baja cultura quedan maridadas como excelente telón de fondo de este caso de misterio. Con elementos tan clásicos como esenciales de este tipo de relatos, que siguen funcionando, si se sirven bien, como resolutivas piezas del engranaje que conforman. Para ello, se antoja imprescindible el arte vertido por Oriol en esta obra. Oriol (“La piel del oso”, “Madriguera”, “Naturalezas muertas” o “Los tres frutos”) se revela como el socio gráfico ideal para llevar a termino “El oro del tiempo”. Para construirlo en el justo equilibrio para mantener el suspense, ritmo y tempo; y a su vez establecer una conexión estética con la época en la que discurre la acción. Tanto formal como de fondo, las viñetas de Oriol evocan al sentido plástico del Paris de comienzos del siglo XX, llevándonos a los pies la colina de Montmartre con una impronta expresionista, envuelto en turbias y magnéticas texturas cromáticas, que elevan cada pagina cuando se recorren con los ojos.

Todo ello se muestra sin perder el pulso narrativo en ningún momento: Oriol demuestra que, en un cómic, lo importante es contar. Que el dibujo está al servicio de lo narrado y esa es su principal función. Pero que se puede dotar a su vez a las viñetas de funciones secundarias que engrandecen el relato gráfico, alimentando el contexto donde se desarrolla la trama de forma plástica, con códigos estéticos, colores y apariciones que hacen que cada capítulo que se muestra se torna más sólido el camino recorrido, por lo rico de cada uno de los elementos que se engrandecen el resultado final a cada paso mostrado.

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Así un misterio de corte clásico se torna un festín gráfico, con abundantes guiños ese París tan mágico como bohemio que se evoca en sus páginas, pero también con homenajes gratos a clásicos de la Bande Dessinée. En un resultado que se aprecia cohesionado, orgánico, natural. Que fluye mientras se recorre la trama con agrado, tomando nota de algunas páginas donde volver tras la lectura, para disfrutar de la propuesta pictórica de Oriol, tan poderosa como evocadora. Una voz plástica que conviene disfrutar con tiempo, sin prisa en su contemplación. Para ello, el dossier gráfico de Oriol que acompaña al volumen editado por Norma Editorial, se antoja una gozosa golosina final tras la lectura de los dos volúmenes de esta propuesta, que con buen acierto se presentan en castellano de forma unitaria en este integral, que cuenta con traducción de René Parra Lambíes.

La invitación que nos hace esta obra desde su portada, con el protagonista saliendo del legendario “Cabaret de l’Enfer”, desaparecido en 1950, es justo lo que espera en sus adentros: una visita a aquella ciudad donde lo sobrenatural y el ocultismo era una de las materias que suscitaban mayor fascinación popular, donde las nuevas corrientes pictóricas fluían de forma tan bohemia como rotunda. Como un folletín de época hecho arte, en viñetas de auténtica alquimia. Más que surrealista por el título, “El Oro del Tiempo” es  una encrucijada hecha cómic,  donde  códigos artísticos, pictóricos y literarios confluyen de forma rotundamente magnética.

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