Medio Ambiente

«Las plantas toman decisiones, evalúan riesgos»

Paco Calvo, catedrático de Filosofía de la Ciencia y director del MINT Lab, sostiene en su ensayo ‘Planta sapiens’ (Seix Barral) que si nos hiciéramos las preguntas desde otro ángulo sobre si las plantas pueden comunicarse y aprender podríamos comenzar a pensar en el mundo natural de una manera radicalmente distinta.

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14
febrero
2024

Aunque nos pueda parecer sorprendente –o incluso un disparate–, la ciencia de vanguardia está descubriendo que las plantas son capaces de aprender, recordar, comunicarse, evaluar riesgos y otros actos que creíamos que solo realizaban los humanos y los animales. Según Paco Calvo, catedrático de Filosofía de la Ciencia y director del MINT Lab, si empezáramos a hacernos las preguntas desde otro ángulo, podríamos también comenzar a pensar en el mundo natural de una manera radicalmente distinta. Como hace él en su ensayo ‘Planta sapiens‘ (Seix Barral).


¿Piensan las plantas?

Si digo que las plantas piensan, quizá me encierran a mí. Por ello, para entender que no es ningún disparate, tenemos que dar un par de vueltas a qué significa pensar. Si lo definimos como lo hacemos los humanos, entonces mal asunto. Por eso el mensaje del libro es que tenemos que recalibrar qué es el pensamiento antes de digerir la respuesta. Que es sí.

Para llevar a cabo esta digestión, ¿necesitamos alejarnos del antropocentrismo desde el que se investiga y analizamos las cosas?

Totalmente. Estamos metidos ahí hasta el cuello. El progreso científico consiste en un jarro de agua fría cada poco tiempo. Me explico: llegaron Copérnico, Galileo y Kepler y entendimos que la Tierra no estaba en el centro; luego Darwin, que reveló que los homo sapiens solo somos una especie más; Einstein rompió con el espacio-tiempo…  Todo ello nos ha llevado a pensar que no somos tan especiales. A mí más que de antropocentrismo me gusta hablar de ombligocentrismo. Voy más allá porque tenemos una mirada zoocéntrica, neurocéntrica, etcétera. Hay que deshacerse de todos esos centrismos y entonces sí, podremos darnos cuenta de lo heterogénea que es la naturaleza.

En el libro rompes con esta idea con muchos ejemplos. Uno de ellos muy ilustrativo es que las plantas no están para los humanos o los animales, si no que su adaptación las ha llevado a vivir mejor. Como las de interior.

Muchas veces doy charlas a alumnos de secundaria. Y les pongo un ejemplo para que entiendan bien cómo disociar nuestra vida de la de las plantas. Les pido que viajen en el tiempo, que se vayan a antes de que pudiéramos aplicar esta mirada antropocéntrica, es decir, cuando no existían mamíferos con corteza cerebral. Si fueras un científico y tuvieras que valorar si son inteligentes o no, no podrías jugar a compararlas con nosotros. Nuestro problema es que siempre nos usamos como patrón. Pero si ya no estamos, no podemos ejercer esa comparativa y entonces es cuando te das cuenta de que no era tan importante tener neuronas, ser un animal… te das cuenta de que lo que hacen es por ellas y para ellas.

«Más que de antropocentrismo me gusta hablar de ombligocentrismo»

¿Las plantas aprenden, se comunican entre ellas, toman decisiones, se defienden, evalúan riesgos y un largo etcétera?

Todas estas competencias las estamos empezando a desentrañar. Lo que sí que hemos conseguido es cambiar el tipo de preguntas. Y las respuestas parecen que van en esa dirección. Las plantas toman decisiones, evalúan riesgos, son capaces de prever el futuro… todo esto, si no estuviéramos tan obsesionados con nosotros mismos, nos daríamos cuenta de que es una obviedad. ¿Cómo va una planta o cualquier otra forma de vida a desdeñar patrones del entorno que le permiten adaptarse a futuro? Y si hay regularidades planetarias, como los ciclos de día-noche, ¿cómo no va a ser eso relevante para ellas? En todo este tiempo evolutivo es imposible que no hayan explotado esa información. Es más, no pudiendo desplazarse, si me apuras todavía les va más la vida en ello.

¿Cómo hacen esto?

Eso es lo que estamos intentando averiguar. Aquí hay dos preguntas. La primera es si lo hacen, que tenemos evidencias de que es así, y la segunda es cómo lo hacen. En el tema de predecir el futuro, estamos intentando descubrir qué tipo de información usan. Sabemos que se centran en la información lumínica, química, compuestos volátiles, información electromagnética y un largo etcétera. Que explotan todos esos datos de manera integral para dar una respuesta anticipatoria.

¿Y la comunicación? ¿Cómo la llevan a cabo?

Esta es otra pregunta que hay que volver a replantearse. ¿Son necesarias las palabras para comunicarse? El éxito comunicativo reside en que entre el emisor y receptor se establezca un canal que añada valor. Si una planta tiene una forma de comunicación química que avisa a otras partes de ella misma o incluso a otras especies de que un depredador se la está comiendo, eso es comunicación. A partir de ahí, podrá poner en marcha una maquinaria defensiva de manera anticipatoria.

¿Puedes poner un ejemplo?

Hay plantas que cuando las está atacando una oruga son capaces de atraer con químicos a un depredador del insecto. También hay otras que segregan unas toxinas repelentes que consiguen que la oruga deje de comerse a la planta y se coma a otro congénere. Ejemplos de esos hay muchos, pero no los sabemos interpretar porque los entendemos como meras adaptaciones.

«Debemos dejar de ver a las plantas como un recurso: son sujetos, vida»

Incluso tienen personalidad: no hay dos plantas que actuarían igual ante una misma situación.

Dos plantas no se van a comportar de la misma manera si han sido expuestas a situaciones distintas del entorno. Por eso hay que buscar cuál es la clave de la flexibilidad conductual que se debe a las experiencias que han tenido en su vida. Pasa igual con los animales. No es difícil pensar en ese perro que se echa a temblar si ha tenido un trauma. Eso no está en los genes. Lo relevante aquí no es tener neuronas, sino tener la capacidad de procesar la información proveniente del exterior y armar una respuesta que sea adaptativa. Esa réplica tiene una parte de contexto que solo puede residir en las competencias del individuo.

Que no las veamos así también tiene que ver con el lugar desde el que las miramos, detrás de los humanos y de los animales. ¿Deberíamos crear una ética sobre las plantas igual que ha ocurrido con los animales?

Totalmente. Y si me apuras, hacia cualquier forma de vida. La tesis central es que allá donde haya vida, sea del tipo que sea, algo tiene que estar haciéndose bien. Si no, se habría extinguido. Y ese algo tiene que ver con una mentalidad, con la capacidad de sentir. Bajo estos preceptos, ¿cómo no vamos a plantearnos los dilemas éticos a los que nos enfrentaríamos si fueran animales superiores? ¿O porque son muy diferentes no merecen nuestro respeto? ¿La vida de por sí no tiene una valor intrínseco? Esto nos lleva al fondo de la cuestión: que no debemos respetarlas porque nos hacen falta, sino que debemos hacerlo aunque no nos hagan falta. Debemos dejar de verlas como un recurso. Son sujeto, vida.

Esto plantea otro dilema: el de comérnoslas.

Siempre que doy charlas sobre inteligencia vegetal, me hacen esta pregunta. Parece la pregunta del millón, pero no hay más que reformularla. El problema es que estamos obsesionados con categorizar: el reino animal, el vegetal, los hongos, etcétera. Nos enfrentamos al árbol de la vida como si las categorías fueran reales, cuando no son más que una abstracción. No existe el reino animal, existen individuos. Por eso, la forma de repensar esa pregunta no iría por saber si a mi plato llega algo del reino animal o del reino vegetal, sino si a eso que conforma mi comida se le ha infligido alguna forma de estrés gratuita que nos podríamos haber ahorrado. De esta manera romperemos con las fronteras entre reinos y podremos intentar conseguir que a todos los individuos se los trate bien.

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