El rescate rentista

Santander avanza medidas para facilitar la conversión de locales en apartamentos turísticos
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El verano pasado fue fascinante en Santander, una especie de nueva era para el conocimiento tal vez desconocida desde hitos como la coexistencia sobre el mismo espacio y tiempo de Marcelino Menéndez Pelayo y Augusto González de Linares o la apertura de eso que hoy conocéis como UIMP y emanó como Universidad Internacional de Verano del legado de la Institución Libre de Enseñanza.

En un sótano lleno de probetas, anaqueles y libros polvorientos, el Ayuntamiento de Santander llegó a una revelación: la proliferación de pisos turísticos estaba encareciendo el resto de vivienda en la ciudad, ya fuera en propiedad o en alquiler. Era como si los freetours que nos hemos acostumbrado a ver por las calles (hace 15 años, casi tan insólitos como un Starbucks o la expresión PEC) no sólo fueran recorriendo monumentos y plazas, sino que se detuvieran en los pisos a rotularles un nuevo precio.

Tembló la tierra y emergió un arquetipo. El médico de Valdecilla, ese tipo joven, soltero, que era de fuera y le había tocado otra plaza aquí, que recorría las calles con la insignia del inquilino ideal: serio, respetable, con buen sueldo, buen pagador y vocación de estabilidad. De repente, algo le pasó a, llamémosle, Andrés, a quien hemos visto ya varias veces deambulando por la ruta de las inmobiliarias para entregar el certificado de penales, a ver si esta vez había suerte.

Su arquetipo chocó contra otro: la pareja entrañable con un piso en Cuatro Caminos, tal vez en la calle Honduras, que alquilaba a andreses varios, o todos estos estudiantes de Burgos o Amberes que vienen atraídos a la luz de la mejor Escuela de Caminos del mundo. Por lo visto también enseñan Geografía. En los ratos en que la vivienda no era presa de los okupas, el simpático matrimonio. Ciano y Puri, volvía a mirar el Excel que les revelaba la verdad del Nuevo Testamento: ¿no ves que nos sale más a cuenta poner esto en Bnb? De modo que vencieron el lógico miedo de cualquier propietario a que un desconocido se meta en tu casa y apostaron por meter desconocidos en sus casas.

LA POLÍTICA DE ESPERAR

En la Casona, mientras tanto, el grave descubrimiento de todo lo que estaba pasando llevó a medidas contundentes: con la fuerza que confiere el bastón de mando municipal, se tomaron decisiones drásticas, en las que depositas todo tu conocimiento, experiencia y diplomacia. Con toda la solemnidad que requería la situación, se anunció que se esperaría a que el Gobierno de Cantabria elaborara un decreto que regulará los pisos turísticos. Ojo ahí, que se esperaría no sólo con un verbo, sino añadiendo algún adverbio: pacientemente, prudentemente. No se podía hacer otra cosa: en la vecina Bilbao podían tomar medidas porque, ya sabéis, son de Bilbao, pero aquí solo quedaba esperar a la decisión de la segunda alcaldesa de Santander, Porque la capital cántabra. tiene dos caras hipsters en el escudo, y dos alcaldesas: una en la Casona y otra en Peñaherbosa, que es a quien se acaba recorriendo al final para resolver los problemas.

Digerir la revelación llevó su tiempo: fue todo un shock, ver cómo los entrañables caseros de Fernando de los Ríos tapiaban el piso cuando llegaban todos los andreses del mundo a preguntar, como si fueran zombies, y llamaban a Desaloja en junio para echar a los estudiantes.

Pasó el tiempo, el verano se convirtió en verano, el otoño se convirtió en verano, e incluso el invierno se convirtió en verano, de modo que ante la ausencia de estaciones predecibles, la única liturgia estable era FITUR, la Feria Internacional del Turismo, a la que el equipo de Gobierno acudió con el firme impulso de echar una mano al sector que iba bien y prácticamente solo porque “Santander está de moda”.

Luchando contra los elementos, contra todas esas administraciones que se empeñaban en castigar a la ciudad llenándola de infraestructuras culturales (el MUPAC del Gobierno autonómico opresor, el Reina Sofía del Estado opresor, que se atrevió a ceder un edificio gratis a la ciudad y a comprar un archivo artístico a un empresario privado), el Consistorio sólo lamentaba no tener tiempo para atender las últimas licitaciones. Y, en un FITUR en el que incluso los grandes operadores participaban en debates sobre los límites de turismo, planteaban que no era el momento de tomar medidas para evitar su impacto en vivienda porque todavía no se estaba en la fase de la masificación. En su consulta, Andrés, el médico, arqueó una ceja.

EL RESCATE RENTISTA

El tiempo siguió su curso y el viento sur, siguiendo las indicaciones que había leído en el periódico y comenzó a llevarse a las personas sin techo del descansillo, que no del interior, los locales comerciales vacíos. Llegaron las restricciones porque, definitivamente, no había sitio para todo el mundo en la ciudad, y aparecieron las vallas en los locales.

Para entonces, en la Casona el período de reflexión ya había fraguado en una decisión armada, un Plan de Vivienda en cuya presentación se esbozaba un cambio de criterio. Ya no había que esperar a que la otra alcaldesa de Santander, la presidenta de Cantabria, fijara su criterio para la regulación de pisos turísticos.

El Ayuntamiento de Santander optó por la independentzia para avanzar lo que sería su fórmula: facilitar el convertir los bajos comerciales en viviendas para que puedan ser alojamientos extrahoteleros, recogiendo algo que ya empezaba a sugerir Idealista en sus anuncios, cuando indica que el local sí se puede reconvertir para ser habitable (y alquilable).

Porque igual que cuando se habla de empresa se miraba al pobre autónomo en lugar de a un fondo internacional, al señalar los problemas de vivienda el discurso viraba a la viuda que alquila el piso para completar la pensión, lo que estaba dejando de apuntar a otro arquetipo importante en la ciudad: el propietario de pisos y de locales que, si bien va logrando colocar los pisos, le cuesta más volver a dar vida a los locales, como sabe cualquiera. Los precios no terminan de adaptarse a las necesidades del mercado y muchos prefieren esperar a la franquicia que sí pueda pagar la renta que espera el propietario. Y que, a la vista está, no han llegado a todas partes. Dicho de otro modo, no hay tantas vacas como para montar 20 burger kings en Santander.

Y al final todos los arquetipos, el médico de Valdecilla, los estudiantes de Caminos, el matrimonio latino, el chico de mechas que vino por el surf y se quedó por las rabas, la diseñadora que aprovechó el teletrabajo, los antiguos habitantes de los locales vallados y los retornados de la ansiedad capitalina, todos, de nuevo expulsados, se sumaron al freetour que, para esas alturas, ya enfilaba Peñacastillo rumbo a Astillero.

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