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Cinco años más de Bukele (y los que quedan): el mesías de la mano dura arrasa en El Salvador
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Cinco años más de Bukele (y los que quedan): el mesías de la mano dura arrasa en El Salvador

El joven presidente se convierte en el primer jefe de Estado en repetir mandato en El Salvador en los últimos 80 años, culminando un ascenso durante el cual su política de encarcelamientos masivos se ha convertido en su estandarte

Foto: El actual presidente y ganador de la reelección, Nayib Bukele, celebra la victoria desde el Palacio Nacional junto a su esposa Gabriela Rodríguez de Bukele, hoy en San Salvador. (EFE/Bienvenido Velasco)
El actual presidente y ganador de la reelección, Nayib Bukele, celebra la victoria desde el Palacio Nacional junto a su esposa Gabriela Rodríguez de Bukele, hoy en San Salvador. (EFE/Bienvenido Velasco)

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, fue reelegido este domingo para un segundo mandato tras arrasar en las urnas a sus contrincantes. Es una frase que cualquier periodista pudo permitirse el lujo de escribir antes de conocer el resultado oficial, dado que nadie en su sano juicio dudaba que ocurriría. Las últimas encuestas no otorgaban a ninguno de los cinco candidatos a los que se enfrentaba más de un 5% de intención de voto. Entre todos, sumaban un 12%. Ni siquiera el propio Bukele esperó al recuento, publicando en X (antes Twitter), poco después del cierre de los centros de votación: "De acuerdo a nuestros números, hemos ganado la elección presidencial con más del 85% de los votos y un mínimo de 58 de 60 diputados de la Asamblea Legislativa". Las cifras reales, con un 31,49% del escrutinio, parecen darle la razón.

Las elecciones suponían un mero trámite después de que la Corte Suprema de Justicia salvadoreña, llena de magistrados nombrados por Bukele, le diera el visto bueno para volver a presentarse en un país donde la Constitución prohíbe la reelección inmediata del presidente. Gracias a ello, el joven político que se dio a conocer con su gorra siempre al revés, sus gafas de aviador y su chaqueta de cuero se acaba de convertir en el primer jefe de Estado en repetir mandato en El Salvador en los últimos 80 años.

La campaña electoral transcurrió con la tranquilidad y apatía propias de una competición en la que ya se sabe el resultado. Bukele, de hecho, no ofreció ni un solo mitin político. No fue necesario. Mientras el quinteto de adversarios del presidente desfilaba por las cadenas de televisión intentando el milagro, planteando medidas de todo tipo para el país y denunciando una "campaña del miedo" en su contra, el partido gobernante Nuevas Ideas se limitaba a mandar un único mensaje: si Bukele pierde, los pandilleros vuelven.

El régimen de excepción que el presidente decretó en 2022 supuso un antes y un después para El Salvador. Un punto de inflexión cuyas reverberaciones se han extendido por toda la región latinoamericana y más allá. El relato ya se ha vuelto leyenda: Bukele declaró la "guerra contra las pandillas", las temidas maras que llevaban tres décadas aterrorizando el país, y acabó con ellas en cuestión de meses, encarcelando a más de 75.000 personas y construyendo la prisión más grande del mundo para albergar a hasta 40.000 de ellas. Desde entonces, la tasa de asesinatos en El Salvador, antaño la más alta del mundo, no ha parado de bajar, cambiando radicalmente la vida de unos ciudadanos que han dejado de sufrir la violencia y las extorsiones a manos de los pandilleros.

El reverso oscuro de este relato también es, a estas alturas, de sobra conocido. Miles de presos —nadie sabe exactamente cuántos, con estimaciones que varían entre 6.000 y 20.000— fueron encarcelados injustamente en una campaña masiva de arrestos en la que una denuncia anónima bastaba para poner a alguien tras las rejas. Las violaciones de derechos humanos son la norma en las prisiones, con múltiples reportes de tortura y más de 210 reos fallecidos desde el inicio del régimen de excepción. El debido proceso es cosa del pasado. La policía y el ejército pueden detener a cualquiera bajo el cargo de "asociación con una agrupación ilícita". Los jueces dictaminan sentencias en juicios colectivos que duran minutos. Cientos de mujeres se agolpan día tras día en las puertas de centros penales intentando hallar a sus esposos e hijos desaparecidos. Muchas de ellas llevan más de un año y medio sin poder ver o escuchar a sus seres queridos.

Como han demostrado las urnas este domingo, ninguno de estos factores ha hecho mella en la imagen del presidente, ahora encumbrado como un mesías para las políticas de mano dura dentro y fuera de su país. Bukele es el gobernante más popular de América Latina, según el Latinobarómetro de 2023, que reveló que cuenta con un 90% de apoyo entre los salvadoreños y también que, en la mayoría de los países de la región, es mejor valorado que el Papa. El nuevo presidente de Ecuador, Daniel Noboa, cuyo país se ha visto sumido en una espiral de violencia, ha prometido replicar el modelo de cárceles de Bukele. Su lista de admiradores internacionales no para de crecer, también en España.

De alcalde de pueblo al control total del país

Descendiente de una familia adinerada de inmigrantes palestinos, Nayib Bukele se crio en un entorno de escuelas privadas de élite, aunque nunca se graduó en la universidad. En su lugar, decidió empezar a trabajar en el conglomerado de negocios de su padre, Armando Bukele, quien había abierto la primera franquicia de McDonald's del país, dirigido una empresa textil, ayudado a construir la primera mezquita del país y era dueño de una empresa de relaciones públicas, cuya dirección acabó cediendo a su hijo.

El primer salto a la política de Bukele fue en 2012, como alcalde de Nuevo Cuscatlán, un municipio de menos de 8.000 habitantes, y bajo la bandera del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el partido dominante de izquierda nacido de las guerrillas salvadoreñas. Utilizó ese cargo para propulsarse al estrellato en redes sociales, donde se creó una marca de político outsider con "Nuevas ideas" (su eslogan) para el país.

Su popularidad fue tal que el partido le propuso presentarse tres años después a las elecciones a la alcaldía de la capital, San Salvador. Para cuando las ganó, ya tenía más seguidores en Twitter que el entonces presidente del país, Salvador Sánchez Cerén.

Tras romper con el FMLN por sus aspiraciones presidenciales —la formación lo expulsó, formalmente, por lanzar una manzana a una de sus concejalas y gritarle "¡Llévatela para tu casa, bruja!"— Bukele convirtió su eslogan en su propio partido. Su enorme popularidad en redes, el hartazgo de la población con el bipartidismo de izquierda y derecha y su promesa de solucionar la doble crisis de violencia y corrupción de El Salvador lo catapultaron a la presidencia en 2019. Su regalo de bienvenida fue una pandemia que pondría al mundo entero contra las cuerdas.

Dado que Bukele apenas contaba con apoyo parlamentario —su partido no fue aprobado a tiempo para las elecciones de 2019—, pasó sus dos primeros años de Gobierno escenificando múltiples enfrentamientos públicos con el Congreso. El más famoso de ellos fue el conocido como Bukelazo, el 10 de febrero de 2020, cuando el presidente, en un adelanto de lo que estaba por venir en los próximos años, irrumpió en la sede del Parlamento acompañado por efectivos militares y policiales para exigir la aprobación de un presupuesto para su plan de control territorial contra el crimen organizado.

El mandatario recibió dos cosas a raíz de este episodio: una amplia condena internacional y un enorme respaldo entre la población salvadoreña. La primera fue ignorada, mientras que la segunda acabó obligando a los congresistas a ceder. Una lección que Bukele no olvidaría.

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Además de sus choques con el Congreso, el presidente acabó enfrentado a la Corte Suprema de Justicia a raíz de su respuesta contra la pandemia, una de las más estrictas del mundo y que llevó a la detención de miles de personas (otro presagio de lo que se avecinaba) por el incumplimiento de la cuarentena domiciliaria.

El poder judicial ordenó el cese de estas detenciones, el primero de una larga lista de frenos a decretos y medidas de emergencia del Gobierno. Bukele tomó nota y, tan pronto como su partido obtuvo una mayoría absoluta en las elecciones parlamentarias de 2021, se cargó de un plumazo a todos los magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y los reemplazó por títeres.

Foto: Miembros de las maras encarcelados en El Salvador. (Reuters/José Cabezas)

Bukele completaba así, en menos de una década, su ascenso meteórico desde la alcaldía de Nuevo Cuscatlán hasta el control absoluto de El Salvador, teniendo en sus manos las riendas de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial.

Meses después, estrenaba su estrafalario romance con el bitcoin, convirtiendo a su país en el primero del mundo en convertirla en divisa de curso legal y propulsándolo al estrellato global para un fenómeno cripto en plena eclosión.

Un año después, tras el colapso de un pacto con las maras, iniciaba el régimen de excepción y su nueva identidad como máximo exponente del planeta de la mano dura contra el crimen. Hoy, es reelegido como presidente de un país que no reelige a presidentes. Si pestañean, tal vez se pierdan su próximo hito.

“Reemplazar” la democracia

A la hora de intentar explicar el fenómeno Bukele, politólogos y columnistas han invocado con frecuencia los tipos de legitimidad de Max Weber (tradicional, legal-racional y carismático). El presidente salvadoreño, plantean desde esta perspectiva, rompe con todos los moldes de la política tradicional y su consolidación en el poder ha estado plagada de irregularidades y contorsionismos de la constitución, pero su carisma arrasador ha convencido a las masas de que solo él es capaz de resolver los problemas del país. Es un recurso común en los análisis del surgimiento de líderes autoritarios en sistemas democráticos. Uno que bien puede aplicarse al ascenso de Bukele al poder cinco años atrás.

Pero ningún líder político arrasa en las urnas para su reelección tan solo a base de carisma. Es aquí donde entra en juego otro tipo de legitimidad, aquella que el catedrático español Daniel Innerarity define como la "legitimidad del resultado". Simple y llanamente, para la gran mayoría de los salvadoreños, el método de Bukele ha funcionado.

Al menos hasta la fecha, ha traído seguridad a sus vidas. Eso es lo que ha importado en estas elecciones. El resto, incluyendo las advertencias sobre la erosión de unos valores democráticos que de poco les sirvieron en el pasado, las plegarias de los inocentes tras las rejas o los vaticinios de que encarcelar a casi un 2% de la población del país es una bomba de relojería, solo es, por ahora, ruido.

placeholder Un comerciante callejero vende gorras con el logo del partido de Bukele, en San Salvador. (Reuters)
Un comerciante callejero vende gorras con el logo del partido de Bukele, en San Salvador. (Reuters)

Por eso, Bukele y su entorno ni siquiera necesitan camuflar su afán de mantener el control absoluto de las instituciones del país y su desdén por los estándares democráticos. "A todos aquellos que dicen que se está desmantelando la democracia, mi respuesta es que sí: no la estamos desmantelando, la estamos eliminando, la estamos reemplazando con algo nuevo", decía la semana pasada a The New York Times Félix Ulloa, el ahora vicepresidente electo de El Salvador. El sistema democrático anterior, afirmaba, “estaba podrido, era corrupto, era sangriento". Bukele es la nueva realidad.

Cuánto de novedad hay en este statu quo que ahora impera en El Salvador está todavía por ver. "La historia de América Latina está plagada de líderes autoritarios, como Bukele, que se aprovechan de su popularidad para destruir los frenos y contrapesos esenciales de cualquier democracia", recuerda Juan Pappier, subdirector en funciones para las Américas de HRW, en conversación con El Confidencial.

Esta historia del autoritarismo latinoamericano apunta a que los próximos cinco años no serán los últimos para Bukele. El presidente asegura que no busca postergarse en el poder —y necesitaría una reforma constitucional en toda regla para hacerlo—, pero apenas tiene 42 años. Cuando acabe su mandato, tendrá 47, mucha vida por delante para alguien con poder absoluto en su país. La pregunta es qué pasará entonces si los votantes dejan de confiar en el mesías. “Normalmente, cuando este tipo de líderes pierden su popularidad, los ciudadanos descubren que, sin frenos y contrapesos, no tienen adónde acudir para proteger sus derechos fundamentales", sentencia Pappier. El bukelismo, tanto en El Salvador como en toda América Latina, apenas acaba de empezar.

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, fue reelegido este domingo para un segundo mandato tras arrasar en las urnas a sus contrincantes. Es una frase que cualquier periodista pudo permitirse el lujo de escribir antes de conocer el resultado oficial, dado que nadie en su sano juicio dudaba que ocurriría. Las últimas encuestas no otorgaban a ninguno de los cinco candidatos a los que se enfrentaba más de un 5% de intención de voto. Entre todos, sumaban un 12%. Ni siquiera el propio Bukele esperó al recuento, publicando en X (antes Twitter), poco después del cierre de los centros de votación: "De acuerdo a nuestros números, hemos ganado la elección presidencial con más del 85% de los votos y un mínimo de 58 de 60 diputados de la Asamblea Legislativa". Las cifras reales, con un 31,49% del escrutinio, parecen darle la razón.

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