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LA REPRESIÓN DE LA «MASCULINIDAD TÓXICA»

La batalla ‘woke’ contra los hombres (II): la arbitrariedad, el adoctrinamiento y el suicidio

Manifestación 8M. Europa Press

Si el ser hombre está desacreditado, el discurso de los hombres, su accionar en la escena pública y privada y sus demandas también lo están. Todo hombre que señale las injusticias que devienen de la guerra contra la masculinidad será visto mayoritariamente como un reaccionario, antiderechos, pasivo agresivo o misógino. Es prácticamente imposible cuestionar la existencia de un ubicuo y déspota patriarcado donde las mujeres, por el simple hecho de serlo, son ontológicamente víctimas de los hombres; y ellos, a su vez, naturales victimarios. De hecho, habitualmente cualquier muerte no natural de una mujer es catalogada como femicidio, aunque se trate de una muerte que en nada se relacione con su condición de mujer. Este desequilibrio pretende compensar la discriminación histórica de las mujeres poniendo culpas en el Occidente capitalista actual de los pecados de todas las sociedades de hace siglos atrás.

Pero esta injusticia no es acotada, porque la crisis de masculinidad pone en peligro los cimientos de toda la humanidad, ya que, guste o no, son la mitad del mundo. Crece alarmantemente el porcentaje de las muertes por suicidio en hombres. También otros tipos de «muertes por desesperación», como las adicciones a las drogas y al alcohol están aumentando entre los hombres. Los varones tienen cada vez menos probabilidades de tener educación superior. Los hombres de mediana edad son menos felices, más ansiosos y tienen más probabilidades de sentirse solos que las mujeres. Los varones que se divorcian tienen más probabilidades de tener dificultades emocionales y sociales que las mujeres.

En todo el mundo, los niños tienen el 50% menos de probabilidades de alcanzar competencias educativas básicas que las niñas, y esto tiene un impacto alarmante también en el índice de varones jóvenes que abandonan la universidad. En el libro The Boy Crisis, Warren Farrellel sostiene que trastornos como el TDAH están aumentando en los varones y que los niños que crecen sin figuras masculinas tienen más probabilidades de abandonar la escuela, beber en exceso, consumir drogas o terminar en prisión; encontrando un patrón devastador en el vacío de un «propósito vital» que parece ser determinante en esta tendencia. La esperanza de vida de los hombres es menor y el suicidio sigue siendo una de las principales causas de muerte entre los hombres menores de 45 años. Las estadísticas muestran, además, un panorama sombrío de la realidad de los hombres en todo el mundo: son la gran mayoría de los presos y de los homeless.

Cuando las personas deciden poner fin a su vida es porque todo les resulta tan horrible que consideran que nada puede ser peor. Actualmente, las personas que se sienten tan dramáticamente desesperadas tienen una prevalencia clara: son varones. La sociedad corre un peligro muy grave al demonizar a los niños y jóvenes, atacados en las instituciones en las que crecen y se desarrollan a causa de una teoría retorcida sobre la masculinidad tóxica cuyo impacto es aplastante. Según las estadísticas, alrededor de un tercio de los hombres jóvenes se sienten despreciados por la sociedad.

Una de las características del acoso contra los hombres, identificados como el enemigo en la penetración de la cultura woke, es la traición al valor sagrado de la igualdad ante la ley de todas las personas, buscando la confrontación que impone las necesidades de un sexo por delante de otro. Este acoso tiene un nombre institucionalizado y es la perspectiva de género, emblema totémico cuya fragilidad epistemológica contrasta con su poder político y cuyas consecuencias recaen, como siempre, en los sectores más vulnerables.

Son los niños de familias con menos recursos económicos, intelectuales o corporativos los que más padecen. Sólo el 23% de los varones que reciben comida gratuita en la escuela primaria llega a la universidad, en comparación con más del 33% de las niñas. Los planes y políticas públicas, incluyendo los presupuestos públicos específicos, tienen por objeto empoderar a las niñas, existiendo numerosas oficinas gubernamentales y fundaciones dedicadas a la atención de las niñas como sujeto social desventajado. Pero la realidad es que las niñas superan a los niños en la escuela en todo el mundo occidental. Es urgente que exista un mayor escrutinio sobre esta problemática para saber qué ocurre con los niños en los entornos educativos.

La escuela es un ambiente que, según indica Cristina Hoff Sommers en su libro La Guerra Contra los Chicos, resulta hostil para los varones y que se refleja en el elevado fracaso escolar masculino. Según sus estudios, la cantidad de mujeres en la universidad viene creciendo mientras que el de hombres decrece o se estanca. Tanto Sommers como Jordan Peterson ponen en el centro de la escena las devastadoras circunstancias en las que se encuentran los niños y los jóvenes desilusionados y descartados. La escolarización a distancia, impuesta durante el bienio covídico, ha visibilizado las distorsiones que ambos académicos vienen denunciando, ya que los padres lograron ver a qué presiones están expuestos sus hijos durante la jornada escolar.

Los grupos organizados de padres, de hecho, se han convertido en uno de los principales actores de presión en un intento de reencauzar la educación de los niños hacia una perspectiva más luminosa y respetuosa de la masculinidad de los chicos en donde el coraje, la propensión al riesgo o la fuerza sean características normales del desarrollo masculino joven. Muchos padres descubrieron durante los confinamientos que sus hijos se enfrentaban a una visión culposa de su masculinidad, así como a la implementación de acciones de «reeducación» linderas con los más oscuros experimentos sociales, donde los niños eran forzados a disculparse por su sexo, a usar ropas «de niñas» y someterse a un role playing de «géneros alternativos». También se han denunciado muchos casos en los que se les impedía usar algunos juguetes forzando a que se interesen por otros con el fin de demostrar la teoría del género como constructo. La perversidad paradójica de esos experimentos que niega y afirma el «rol de género» a la vez, y el consecuente aval desde el poder y la academia, son los principales causantes del aumento exponencial del homeschooling, a medida en que en estos grupos crece la conciencia sobre la estigmatización sistemática de la masculinidad desde edades tempranas.

El disfrute de los juegos físicos, la competencia o el juego brusco no indica que todos los comportamientos de los niños estén relacionados con la destrucción y la dominación; pero la represión de dicho disfrute sí puede llevar a la frustración destructiva. En cambio, el desarrollo de la competencia o la fuerza pueden servir para desarrollar habilidades de construcción y protección, condiciones totalmente positivas en la educación de los niños para que se conviertan en hombres. La retórica engañosa que analiza la socialización de los niños como la reproducción de un sistema de dominancia y que en consecuencia procura limpiarla de la «toxicidad causante de los roles de género«, se basa en una visión constructivista del comportamiento humano, que sostiene que los pequeños son «pizarras en blanco» indistinguibles y cuyas preferencias no son naturales, biológicas o innatas, sino construidas socialmente para beneficiar a los hombres y dominar a las mujeres.

En contraste a esta postura Peterson sostiene que: «En el fondo, la obsesión de los posmodernos con el poder y las relaciones de dominio refleja sus ansias de poder y su afán de dominio. Niegan la biología porque la biología desmiente su idea de que las personas son de plastilina. Y ellos las quieren de plastilina para poder moldearlas. La existencia de la naturaleza imposibilita la ingeniería social. Se intentó en el Siglo XX» y agrega: «Los países escandinavos han hecho lo imposible por imponer una igualdad formal entre hombres y mujeres. De la cuna hasta la tumba, han eliminado todos los elementos culturales que pudieran condicionar o acentuar las diferencias de género. Hasta los juguetes son neutros. ¿Y qué ha pasado? Exactamente lo contrario de lo previsto: ¡Las diferencias de personalidad entre hombres y mujeres se han acentuado! Es un descubrimiento científico impresionante: si erradicas las diferencias culturales, maximizas las diferencias biológicas«.

La desaforada ideología woke, odiadora serial del individuo, ha exacerbado la teoría posmoderna que considera que los comportamientos, gustos, destrezas y preferencias infantiles están puramente construidos y esa forma de razonamiento descarta o desprecia toda característica única de las personas, su factor singular. Si todo lo que somos es un constructo diseñable, la homogeneización social es inevitable, y (apuntando al fin igualitarista) deseable. Incluso bajo esta premisa se considera que una resocialización puede desvincularse completamente del sexo biológico. Este razonamiento es monolítico en los programas de estudios de género que sostienen que los resultados diferenciales entre hombres y mujeres son a causa de la dominación y distribución maniquea del poder. Pero la mayoría de estos comportamientos de los niños están respaldados por la biología y es tanto más sano desarrollarlos que reprimirlos. Si bien es bueno recordar que «la biología no es el destino» y que no hay un único guion para convertirse en hombre, forzar a la sociedad para que todo sea de género neutral no va a hacer que la biología desaparezca, pero incrementa el prejuicio.

Una investigación de las Universidades de Georgia y Columbia, publicada en Journal of Human Resources, sugiere que las niñas obtienen mejores calificaciones que los niños debido a su comportamiento en el aula. Los autores Cornwell Mustard y Jessica Van Parys analizaron los datos de más de 5.800 estudiantes desde preescolar hasta quinto grado. Se examinó el desempeño de los estudiantes en tres categorías: Lectura, Matemáticas y Ciencias, y luego se vinculó el resultado de las pruebas a las evaluaciones realizadas por sus docentes. En todas las áreas, los varones obtenían calificaciones por debajo de los puntajes que las pruebas indicaban. Los autores atribuyen esta falta de concordancia a lo que ellos llaman habilidades no cognitivas relativas a la atención, el orden o la conducta. En ocasiones las niñas pueden sufrir esta política de evaluación, pero son mayoritariamente los niños los que quedan atrapados.

Los niños tienen muchas más posibilidades de ser expulsados que las niñas y representan casi el 70% de las suspensiones por cuestiones de conducta como la insubordinación o el desafío. Los autores destacan que la creciente intolerancia hacia la narrativa de acción, el combate y la competencia en los juegos y la educación de niños puede estar socavando su desarrollo temprano del lenguaje y debilitando su apego institucional, haciendo hincapié en el daño causado a niños, a los que se les disuade de elegir determinados juegos antiguamente aceptados como los de ficcionalizar combates entre buenos y malos, organizar competencias de resistencia o fuerza. Para colmo se les castiga o avergüenza a causa de sus preferencias. De hecho, como pretendida problematización en los estudios de género, la «masculinidad» es una forma de definir rasgos, más recurrentes en los hombres que en las mujeres, pero es evidente que esos rasgos prevalecientes en los niños se pueden ver también en las niñas, sólo que la distribución promedio de estos rasgos acontece, naturalmente, mucho más en niños que en niñas. Atacar, en consecuencia, esa condición y suponer que así se puede rediseñar a la naturaleza es un delirio inconducente y dañino.

La idea de que la masculinidad debe ser reprimida y reeducada viene creciendo desde hace décadas, y finalmente hemos llegado al punto en que esto se ha instalado en la educación formal e informal de los niños promoviendo la idea de abandonar la masculinidad por ser tóxica para la vida en sociedad. El delirio ha llegado tan lejos como para decirle a niños pequeños que pueden ser de un sexo diferente simplemente identificándose de manera alternativa y aleatoriamente cambiante, favoreciendo una fatal confusión y a la vez creando una política educativa punitiva de la condición masculina. La masculinidad no se puede eliminar con cursos de género o activismo político, pero se puede traumar seriamente a un niños con esta ideología. Ver la masculinidad como una ponzoña y atacar la virilidad es una causa brutal de violencia contra los varones. Otra arista más de la batalla contra los hombres que viene amenazando a la mitad de la humanidad.

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