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Un viaje entre teclas: la historia de la máquina de escribir

Desde finales del XIX hasta que surgieron los ordenadores, ha sido la herramienta indispensable en las oficinas de todo el mundo.

Un viaje entre teclas: la historia de la máquina de escribir (Miguel Ángel Sabadell)

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En 1865, el reverendo Rasmus Malling-Hansen fue nombrado director del Instituto Real para Sordomudos de Copenhague e inventó la primera máquina mecanógrafa, que llamó skrivekugle (bola de escribir) por su forma. En su trabajo se dio cuenta de que mientras la mayoría de la gente solo podía escribir cuatro caracteres por segundo, con el lenguaje de sordos se llegaba a doce. ¿Podría diseñarse un aparato que lo imitara? Había que resolver la parte mecánica, lo que no era complicado porque ya existía algo similar: el piano. Lo más costoso sería averiguar la mejor disposición de las letras en el teclado para obtener la velocidad de escritura rápida.

Malling-Hansen fabricó un modelo de porcelana semiesférico, dibujó las letras sobre él y se puso a estudiar con paciencia los tiempos de escritura para diferentes configuraciones de teclado. Al final colocó las letras más usadas al alcance de los dedos más rápidos, con las vocales a la izquierda y las consonantes a la derecha. Logró 800 pulsaciones por minuto. Con esta base diseñó la skrivekugle, parecida a un gran alfiletero.

La patentó y no dejó de mejorarla. La bola triunfó en Copenhague y en las exposiciones universales de Viena (1873) y París (1878). Recibía pedidos de todo el mundo y se convirtió en la primera máquina de escribir que se produjo a escala comercial, pero tenía un fallo: no se veía el papel ni lo que se escribía en él a medida que pasaba el dispositivo.

Mientras, en Estados Unidos, el editor Christopher Latham Sholes y el impresor Samuel W. Soulé patentaron en 1866 una máquina para numerar páginas de libros y tiques, y se la mostraron a Carlos Glidden, un abogado e inventor aficionado que estaba trabajando en un arado mecánico. Este les preguntó si la máquina no podría imprimir letras además de números, así que los tres unieron fuerzas y se pusieron a diseñar una. Su primer modelo tenía un teclado con dos filas con teclas de marfil para letras mayúsculas y teclas de éba­no para números. No inclu­yeron ni el 1 ni el 0 porque pensaron que bastaba con la O y la I, que cumplirían do­ble función. La máquina era una más de tantas que había en circulación y eso dificultaba la búsqueda de un socio financiero. Lo encontraron en James Densmore, que cuando vio la máquina no que­dó muy convencido y propuso al trío mejorarla. Soulé y Glidden abandonaron el proyecto y de­jaron solos a Sholes y Densmore.

Máquina de escribir Underwood con teclado español, 1929. Créditos: Brass hat

Máquina de escribir Underwood con teclado español, 1929. Créditos: Brass hatBrass hat

Pensaron que entre sus posibles clientes estarían los taquígrafos, así que de­ cidieron pedir ayuda a algunos. Entre los que aceptaron, hubo uno en Washington, James O. Clephane, que se tomó el trabajo con más ganas. Probaba los prototipos con tal intensi­dad que destrozó varios, pero sus comentarios, que solían ser cáusticos, fueron muy útiles y les ayudaron a afinar su máquina y a mejorar la calidad. Quedó claro que, antes de lanzar un producto al mercado, convenía buscar el consejo de quien vaya a ser el usuario principal. Como dijo Densmore, “es mejor descubrir un defecto ahora que después de que haya­ mos empezado a fabricar”

Uno de los aspectos cla­ves seguía siendo el teclado. Densmore sugirió separar las combinaciones de letras más habituales para impedir los atascos, pues el tiempo de recuperación de una tecla una vez pulsada era lento:

así nació por idea de Sholes el teclado QWERTY. Sin embargo, Sholes estaba cada vez más harto de su invento, al que consideraba “un cruce entre un piano y una mesa de cocina”. Al final vendió a Densmore la parte de su patente por 12000 dólares. Entonces el único socio que quedaba en pie se puso a buscar un fabricante a gran escala y lo encontró en una empresa de ar­ mamento de la guerra de Secesión: E. Reming­ ton and Sons, que al terminar la contienda se había puesto a diversificar su oferta y además de armas construía máquinas de coser y maqui­ naria agrícola. El 1 de marzo de 1873 Remington entró en el juego y se comprometió a fabricar mil máquinas de escribir con opción de producir otras 24000. Densmore se quedó con la exclusiva de la venta y distribución. Para ambas partes fue un negocio redondo.

Este artículo fue originalmente publicado en una edición impresa de Muy Interesante.

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