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La Princesa Leonor debió vestir de civil, no de militar, en el Palacio Real

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El Rey Felipe junto a la Princesa Leonor.
El Rey Felipe junto a la Princesa Leonor.EFE

En el otoño de 1985, cuando apenas faltaban unos meses para que el Príncipe Felipe cumpliera 18 años, conversaciones discretas y negociaciones entre el alto personal de la Casa del Rey, representantes del Gobierno socialista que entonces presidía Felipe González y miembros cualificados de las dos Cámaras del Parlamento -Congreso y Senado- fueron dando forma al acto solemne de la jura de la Constitución por parte del Heredero del Trono, que se produciría el 30 de enero ya de 1986, la misma jornada en que alcanzó su mayoría de edad.

Presidía entonces el Congreso de los Diputados alguien tan carismático y con tanto peso en el terreno jurídico y político como Gregorio Peces-Barba. Y ejercía como jefe de la Casa de Juan Carlos I el militar Nicolás Cotonery Cotoner, marqués de Mondéjar. No se dejó amilanar por nadie, desde luego no por Moncloa, Peces-Barba, quien hizo valer una cuestión tan de principio como que la española es una Monarquía parlamentaria, tal como consagra el Título Preliminar de nuestra Constitución. Y por ello todo el protagonismo del acto de la jura del Príncipe, descontando al propio Don Felipe, recayó en él como presidente del Congreso, orillando al mismo presiddente del Gobierno, quien tuvo que desquitarse con un acto secundario de aquel día histórico en el Palacio Real. Es el mismo esquema que se va a vivir este próximo 31 de octubre, con motivo de la jura de Leonor. Pero aquí queremos destacar el tira y afloja que hubo por aquellos días entre los máximos responsables de Zarzuela, incluido seguramente el mismo Juan Carlos I, y Peces-Barba a propósito de algo que puede parecer hasta menor y que sin embargo es de extraordinaria importancia por su simbolismo, el vestuario que debía llevar Don Felipe en el día más importante de su vida, institucionalmente hablando, hasta el momento.

En la Casa del Rey, que entonces estaba dominada por completo por militares -mucho más que hoy en día, ni punto de comparación-, y con un Jefe del Estado que siempre se vio a sí mismo -en línea con sus predecesores inmediatos- como un rey-soldado, se insistió en que el Heredero debía lucir uniforme de gala del ejército. Pero el presidente del Congreso no se bajó de sus trece y se negó en redondo, imponiendo su criterio de que el sucesor a la Corona no podía jurar fidelidad a la Carta Magna ante los representantes de la soberanía nacional si no era de civil, como cualquiera de ellos, dado que su futura condición de mando supremo de las Fuerzas Armadas estaría supeditada, obvio es, a la condición fundamental de Jefe del Estado. Así que, punto en boca, y todos vistieron chaqués aquel 31 de enero histórico -las casas de alquiler hicieron su agosto en pleno invierno-.

Aquella anécdota, que en realidad trasciende con mucho lo anecdótico, viene a la memoria tras lo ocurrido este 12-O con la Princesa Leonor a propósito de los actos de Estado en los que ha participado. Como estaba previsto, acudió al Desfile Militar con motivo de la Fiesta Nacional vestida con el uniforme de gala del Ejército de Tierra, con la correspondiente identificación en el hombro de cadete de segundo curso de la Academia General Militar de Zaragoza, a lo que no cabe poner un pero. En cambio, es mucho más discutible -un indiscutible error de Zarzuela para quien firma estas líneas- que no se cambiara de ropa y luciera de civil para su debut en el interminable besamanos ya en el Palacio de Oriente, donde la Princesa, junto a sus padres, saludó a más de 2.000 invitados, representantes de todos los poderes e instituciones del Estado, pero también del conjunto de la sociedad española. El hábito hace al monje, que diría Peces-Barba. Y, en una democracia como la nuestra, los símbolos castrenses están muy bien en su espacio y mejor que no invadan los demás.

Basta con seguir el ejemplo del Rey. Felipe VI, en su lugar, presidió el Desfile en el centro de Madrid con el uniforme de capitán general del Ejército del Aire. Pero, ya en calidad de Jefe de Estado, en una recepción como la del Palacio Real que tiene como objetivo conmemorar la Fiesta Nacional y acercar la Corona a toda la sociedad civil, el Monarca se puso un traje, que era lo más apropiado a la circunstancia. Y lo mismo hubiera sido un gesto acertado por parte de la Princesa Leonor.

La Heredera ha demostrado una enorme responsabilidad y un gran ejercicio del deber con la decisión de seguir los mismos pasos de su padre y de su abuelo Juan Carlos I, dedicando los próximos tres años de su vida a una formación militar exhaustiva, en el marco de la preparación para sus futuras responsabilidades constitucionales. Pero Leonor no va a hacer, no puede, carrera militar. Y aunque se la vea encantada y feliz en la Academia de Zaragoza, se echa en falta una mayor conexión de la Heredera con la vida civil de un país que tiene que conocer en profundidad y en el que se tiene que ganar el cariño de la ciudadanía. El 12-O no es el Día de las Fuerzas Armadas, aunque el formato de los actos institucionales hagan que cada vez sea más difícil distinguir lo uno de lo otro. Los símbolos nacionales trascienden con mucho lo militar. La que era la presentación oficial de Leonor en esa vida social de la que tan alejada han querido tenerla sus padres mientras les ha sido posible -decisión quién sabe si acertada- bien hubiera valido que por unas horas dejara al lado su vida cuartelaria. Peces-Barba se lo hubiera aconsejado.