Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Vergüenza ajena

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, en la primera sesión del debate de investidura del candidato popular Alberto Núñez Feijóo a la Presidencia del Gobierno, este martes en el Congreso.
Sánchez, en la primera sesión del debate de investidura del candidato Feijóo.
EFE/Kiko Huesca
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, en la primera sesión del debate de investidura del candidato popular Alberto Núñez Feijóo a la Presidencia del Gobierno, este martes en el Congreso.

Guardar las formas es fundamental para triunfar y cuando menos convivir en sociedad. Parece lógico que esto sea imprescindible en la política, que se supone que siempre intenta proporcionar lo que sus representantes consideran mejor para los ciudadanos y el país. Lo triste es que con mucha frecuencia no es así, antes al contrario: la política se ha convertido en la actividad en que no se disimula el mal humor, se exhibe la intolerancia, y menos se acepta que todas las personas tenemos derecho a opinar diferente y a expresarnos con libertad.

Son los principios básicos de la democracia y en España sonroja a menudo comprobar que donde menos se cumplen estos principios sea en las cámaras parlamentarias, de manera especial en el Congreso, donde los niveles de educación y de algunos elegidos suelen ser un pésimo ejemplo para los demás. Lo hemos visto este martes mismo en el debate de investidura de Alberto Núñez Feijóo para la presidencia del Gobierno.

El señor Feijóo estuvo correcto en su intervención crítica y a veces dura con su adversario, el socialista Pedro Sánchez, pero sin faltar al respeto a nadie. Podrán rebatirse sus proyectos, pero no la forma en que se comportó con los representantes de todos los partidos, lo mismo con los que le anticipaban sus votos que con los que lo rechazan. No ocurrió lo mismo con el señor Sánchez, que no tuvo la cortesía casi obligada de responderle ni de dar la cara personalmente para rebatir las cuestiones con las que no haya estado de acuerdo.

Ha sido un intento de desprecio deplorable, que no parece vaya a contribuir a mejorar su imagen propia ni ganarse la confianza de muchos españoles

Su actitud fue desconsiderada tanto para su opositor como con los millones de personas que le votaron para propiciar que fuese investido. Ha sido un intento de desprecio deplorable, que no parece vaya a contribuir a mejorar su imagen propia ni ganarse la confianza de muchos españoles que valoran los gestos y en situaciones similares sienten vergüenza ajena. Por suerte, no todos los políticos que tenemos, a quienes nadie obliga a asumir esas funciones como si se tratase de una profesión, incurren en semejante actitud.

¿Quién crees que ha salido mejor parado en la primera sesión de investidura?

Repasando la historia de estas décadas de democracia, en las que hemos sufrido intentos de golpes de Estado como los de Tejero y Puigdemont, son pocos los casos acreedores de semejante desprecio, más propios de situaciones de guerra como la de Ucrania y Rusia que de un país pacífico que para mayor pesar está presidiendo estos días la Unión Europea.

Queda si acaso en el más deplorable recuerdo la actitud de incomprensible falta de respeto, quizás por ignorancia, de los principios diplomáticos y de respeto a los símbolos de otros países amigos. Fue cuando el presidente Zapatero permaneció sentado al paso de la bandera de los Estados Unidos respondiendo a una invitación que se le había hecho para participar en nuestra fiesta nacional.

Aquello, si cabe, fue peor que lo de Sánchez el martes, porque fue una reacción para mal ejemplo doméstico y sus efectos quedarán entre los españoles. El desplante de Zapatero fue un motivo para que unas relaciones internacionales muy importantes se resintieran y de alguna u otra forma, empezando por el respeto internacional que España mantiene, todos lo acabásemos pagando.

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