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El pintor acosador que encargó una muñeca a tamaño real de Alma Mahler (y vivió y durmió con ella)
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El pintor acosador que encargó una muñeca a tamaño real de Alma Mahler (y vivió y durmió con ella)

Andrea Camilleri recrea en 'La criatura del deseo' la patológica relación de Oskar Kokoschka con la viuda del compositor Gustave Mahler, de la que mandó hacer un maniquí lo más preciso posible cuando ella le abandonó

Foto: Réplica de la muñeca de Mahler con la que convivió Kokoschka. (EFE/Ennio Leanza)
Réplica de la muñeca de Mahler con la que convivió Kokoschka. (EFE/Ennio Leanza)

Dos amantes que flotan en el vórtice de una tormenta, dos cuerpos a punto de disolverse en el ojo de una tempestad. Se titula La novia del viento y es, sin ninguna duda, el cuadro más famoso del expresionista austriaco Oskar Kokoschka (1886-1980). Pero esa obra es también una alegoría sobre lo frágil que puede ser la pasión, sobre lo borrascoso que puede resultar el amor.

Kokoschka lo sabía muy bien: el pintor mantuvo una breve pero tempestuosa relación con Alma Mahler, viuda del famoso compositor. Una relación apasionada, llena de sensualidad y de piel, pero rebosante también de celos, de violentas disputas y de sonadas broncas. La novia del viento es solo uno de los 450 cuadros que el artista pintó inspirado en Alma Mahler.

placeholder 'La novia del viento', pintado por Oskar Kokoschka en 1913. (Fundación Mahler)
'La novia del viento', pintado por Oskar Kokoschka en 1913. (Fundación Mahler)

La suya fue en realidad la historia de una obsesión. Tan desbocada y enfermiza que, cuando Alma abandonó a Kokoschka, el pintor le encargó a una artesana que le fabricara una muñeca a tamaño real de ella, de la amada que no podía tener. Y convivió con esa muñeca, con el simulacro de Alma Mahler.

La patológica obsesión de Kokoschka por la viuda del compositor fascinó al escritor siciliano Andrea Camilleri (1925-2019). Hasta tal punto que el padre del comisario Montalbano no pudo resistirse a investigar él mismo el caso.

Fruto de esas pesquisas es La criatura del deseo —como el propio Kokoschka llamaba al maniquí de Alma Mahler—, un libro que vio la luz en 2013 en Italia y que ahora, por fin, la editorial Salamandra publica en español (estará en las librerías a partir del 11 de octubre). Un volumen en el que, después de examinar documentos, textos autobiográficos, cartas y testimonios varios, Camilleri no solo reconstruye la relación entre el artista, su amada y la muñeca, sino que también avanza posibles hipótesis sobre los motivos que en última instancia llevaron a Kokoschka a terminar asesinando al maniquí de Alma Mahler.

placeholder Alma Mahler, en 1908. (Atelier D'Ora-Benda)
Alma Mahler, en 1908. (Atelier D'Ora-Benda)

Fue en 1912, un año después de la muerte de Gustave Mahler, cuando la explosiva pareja se conoció en Viena. Alma, que tenía 30 años al enviudar, guardó el preceptivo periodo de luto, pero era demasiado joven y demasiado vital para quedarse enclaustrada en casa. Así que poco a poco fue retomando su vida social. Y, cuando se enteró de que a un artista con fama de salvaje llamado Oskar Kokoschka le había sido encargado pintar el retrato de su padrastro, Alma quiso conocerle.

Kokoschka quedó hechizado al instante por ella. “Después de la cena me llevó al salón contiguo, donde había un piano, y cantó y tocó —solo para mí, según me dijo— la muerte de Isolda. Yo estaba fascinado: era joven e increíblemente bella en su luto, y a pesar de toda la gente a la que veía estaba sola. Cuando me propuso hacerle un retrato en su casa, me sentí al mismo tiempo lleno de felicidad y turbado”, dejó escrito Kokoschka en su diario sobre su primer encuentro, según se recoge en La criatura del deseo.

Tardaron solo 48 horas en hacerse amantes.

placeholder Portada de 'La criatura del deseo', de Andrea Camilleri.
Portada de 'La criatura del deseo', de Andrea Camilleri.

Casi desde el principio, Kokoschka comenzó a mostrar una pasión absolutamente desbocada por Alma, un incontenible sentimiento de posesión hacia ella. “No tenía permitido mirar a nadie o hablar con nadie. Insultaba a todos los que acudían a visitarme y estaba siempre al acecho. Mis vestidos debían estar siempre cerrados en el cuello y en las muñecas, no podía cruzar las piernas cuando me sentaba… Era todo absurdo”, escribe Alma en su diario, según propone Camilleri en su libro. Los celos de Kokoschka no dejaban de aumentar, tenían incluso carácter retroactivo.

Un día, por ejemplo, el pintor descubrió que Alma guardaba en un cajón de la casa la máscara mortuoria de Gustav Mahler y, devorado por los celos, le escupió a la cara que seguramente el hijo que ella esperaba acabaría pareciéndose al compositor. Alma, muy suya, no dijo nada y respondió a su manera: “Fue a una clínica de Viena y se sometió a un aborto, abortó a mi hijo”, se lamenta Kokoschka en su diario, tal y como recoge Camilleri.

Así fue su relación durante los casi tres años que se prolongó: broncas descomunales seguidas de reconciliaciones fogosas, colosales escenas de celos que daban luego paso a momentos de amor y pasión desbordantes. Hasta que, un día, Alma, seis años mayor que Kokoschka y con numerosas relaciones a sus espaldas, se cansó de esa montaña rusa y se largó.

placeholder El artista Oskar Kokoschka. (Fundación Mahler)
El artista Oskar Kokoschka. (Fundación Mahler)

Kokoschka pasó noches enteras merodeando bajo su ventana, sin conseguir jamás obtener su atención. Así que, cuando estalló la I Guerra Mundial, no se lo pensó dos veces: se alistó en el Ejército. Resultó herido de gravedad en el frente y durante su larga convalecencia en el hospital se enteró, en 1915, de que Alma se había vuelto a casar, en esta ocasión con el arquitecto Walter Gropius, el padre de la Bauhaus. Aun así, continuó acosándola y enviándole cartas (unas 400 en total), telegramas, flores… Siempre sin respuesta.

Pero el silencio de Alma no hizo mella en la pasión del pintor. Kokoschka seguía tan obsesionado con ella que, en su delirio, pensaba que seguían juntos y hablaba con ella. “La herida en la cabeza había limitado mis movimientos y mi vista, pero las palabras de mis conversaciones imaginarias con su fantasma se imprimían en mi mente sin necesidad de que necesitara escribir nada”, recoge Kokoschka en su diario, según propone Camilleri en La criatura del deseo.

Pero al artista le dolía la ausencia física de su amada. Se le ocurrió entonces una idea macabra. Es muy probable que a finales de junio de 1918, según plantea Camilleri, Kokoschka viera una exposición de muñecas realizadas por una excepcional artesana de Múnich llamada Hermine Moos. Se presentó ante ella y le pidió que le construyera una muñeca idéntica a Alma Mahler y a tamaño real. “Creo que fue determinante el hecho de que fuera una mujer. Oskar nunca habría permitido que unas manos masculinas extrañas manipulasen el cuerpo de Alma”, subraya Camilieri en La criatura del deseo.

placeholder La muñeca a imagen y semejanza de Alma Mahler que tenía Kokoschka. (Fundación Mahler)
La muñeca a imagen y semejanza de Alma Mahler que tenía Kokoschka. (Fundación Mahler)

Kokoschka inundó a la artesana, a través de cartas y dibujos, de indicaciones pormenorizadas y precisas sobre cómo debía ser la muñeca. “Las cartas en las que el pintor da instrucciones sobre la fabricación de su compañera muda contienen las más desequilibradas páginas que se conozcan en el epistolario de un artista”, sentenció al respecto el crítico Mario Praz.

“Debo precisarle, aunque me avergüenza hacerlo (que sea un secreto entre nosotros: usted es mi confidente) que también las parties honteuses ('partes íntimas') deben estar realizadas íntegramente y deben ser voluptuosas y recubiertas de vello, si no no sería una mujer, sino un monstruo”, indicaba Kokoschka en una de sus numerosas cartas a la fabricante de la muñeca.

La vestía con esmero, la sentaba a la mesa a la hora de comer, iba de paseo con ella en coche de caballos, la llevaba a la ópera, dormía con ella por las noches…

A pesar de todo, cuando el artista recibió el maniquí, se sintió profundamente decepcionado. Aun así, decidió convertir a esa grosera reproducción de Alma Mahler en su compañera. A diario vestía con esmero a la muñeca, la sentaba a la mesa a la hora de comer, pasaba las tarde leyendo en el salón en su compañía, iba de paseo con ella en coche de caballos, la llevaba a la ópera, la hacía estar presente en calidad de anfitriona cuando recibía amigos en su casa, dormía con ella por las noches…

Pero, un día, durante una fiesta en su casa, sin que se conozcan muy bien los motivos, Kokoschka puso fin de manera abrupta a su disparatada relación con la muñeca.

Camilleri imagina las razones que podrían haber llevado al pintor a tomar la drástica decisión de decapitar al maniquí. Su teoría: dos amigos del artista se habrían emborrachado salvajemente, habrían cogido a la muñeca, se habrían encerrado con ella en un dormitorio para jugar y, al enterarse Kokoschka, habría dirigido toda su ira contra el maniquí, asesinando a la copia de Alma Mahler.

Dos amantes que flotan en el vórtice de una tormenta, dos cuerpos a punto de disolverse en el ojo de una tempestad. Se titula La novia del viento y es, sin ninguna duda, el cuadro más famoso del expresionista austriaco Oskar Kokoschka (1886-1980). Pero esa obra es también una alegoría sobre lo frágil que puede ser la pasión, sobre lo borrascoso que puede resultar el amor.

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