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Los secretos médicos más incómodos de la Segunda Guerra Mundial

Desde la antigüedad se han utilizado diferentes sustancias para estimular a los guerreros durante las batallas, la Segunda Guerra Mundial no fue una excepción.

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La verdad es que no fue una estrategia nueva. Tampoco es cierto que las grandes batallas se hayan ganado gracias a las drogas, pero sería inocente no pensar que tuvieron cierta influencia en algunos frentes de batalla.

Si echamos la vista atrás, los romanos recurrieron al alcohol, los combatientes chinos al opio, los soldados británicos al ron, los zulúes al cannabis africano y los incas a las hojas de coca, tan solo por citar algunos ejemplos.

Quizás todo esto nos pueda parecer muy lejano en el tiempo, pero mucho más cercano a nosotros su uso no decayó. Así, por ejemplo, durante la Primera Guerra Mundial la cocaína circuló con enorme facilidad entre los soldados británicos, franceses y canadienses como “suplemento dietético”.

Tal fue su difusión que no faltaron voces autorizadas que alertaron que la estaba suministrando la farmacéutica alemana Merck para socavar la moral del enemigo. Lo cierto es que se trataba de una fake new y la realidad era muy diferente: los holandeses aprovecharon su posición neutral para hacer el agosto con la cocaína.

Los secretos médicos más incómodos de la Segunda Guerra Mundial

A pesar de que el consumo de ciertas sustancias era considerado por la jerarquía nazi como un signo de decadencia moral, algunas estaban permitidas en el campo de batalla. Foto: Istock

Anfetaminas para todos

El comienzo de la Segunda Guerra Mundial sorprendió a propios y extraños con una revolucionaria forma de combatir: la glitzkrieg o guerra relámpago. Básicamente, consistía en el avance masivo e imparable de los carros de combate alemanes.

Para que pudiera llevarse a cabo esta técnica militar fue preciso repartir más de treinta y cinco millones de pastillas -llamadas Pervitín o pervitina- entre los soldados. Se trataba de una metanfetamina que se vendía en cajas de bombones. Con esta droga se conseguía mejorar la fatiga, incrementar la agresividad y la confianza, al tiempo que hacía permanecer a los soldados en alerta mucho más tiempo. Se trataba de un fármaco que había sido sintetizado por vez primera en 1887 y con producción alemana: la farmacéutica Temmler-Werke.

Los primeros en recibir el Pervitín fueron los soldados de la Tercera División de Tanques durante la ocupación de Checoslovaquia (1938), si bien es cierto que hubo que esperar hasta la invasión de Polonia (1939) para conocer los resultados reales en el campo de batalla.

A partir de ese momento la droga se distribuyó a los pilotos y a las tripulaciones de tanques en forma de barras de chocolate, eran las conocidas Fiegerschokolade y Panzerschokolade, respectivamente.

Su consumo se hizo masivo durante la invasión de Francia y se administraba junto a las raciones diarias de comida. Sin ellas no podría entenderse cómo el ejército del III Reich fue capaz de recorrer 160 kilómetros diarios durante varias jornadas seguidas sin desfallecer.

¡Despierta Alemania!

A pesar de todo, no deja de ser paradójico el uso de Pervitín ya que la ideología nacionalsocialista consideraba que el consumo social de drogas era un signo de decadencia moral, hasta el punto de prohibir su consumo. Pero, claro, la metanfetamina era “diferente”, a los ojos de los jerarcas nazis tenía poder energizante y estimulante, no era como los opiáceos escapistas que tomaban las prostitutas o los bohemios.

En la final de un campeonato del mundo

Pero claro, todo no fueron buenas noticias, en la ecuación de la Pervitina estaban también los efectos adversos, como el cansancio acumulado y, fundamentalmente, la adicción. Fue precisamente esta la que propició que a finales de 1940 comenzasen a disminuir las asignaciones de metanfetamina entre el ejército nazi, siendo mucho más evidente su abandono a lo largo de 1941 y 1942.

Por otra parte, no deja de ser curioso que el último empleo conocido de la droga nazi tuviera lugar mucho tiempo después de la Segunda Guerra Mundial, durante la final del campeonato mundial de fútbol de 1954. Gracias a su ayuda, la selección teutona consiguió derrotar a la húngara. Al parecer se engañó a los jugadores alemanes haciéndoles creer que lo que se les inyectaba era una dosis de vitamina C, no Pervitina.

Bolso medicina

El consumo de ciertas drogas estaba permitido en la Segunda Guerra Mundial. Foto: Istock

No fueron los únicos en doparse

Los nazis no fueron los únicos en recurrir a las drogas. Los estadounidenses llegaron a distribuir a los pilotos benzedrina, en forma de tabletas o inhalantes, para mantenerlos despiertos durante las misiones.

Realmente, y para ser fieles a la verdad, la benzedrina fue la primera anfetamina en ser comercializada –a comienzos de la década de los treinta- para combatir el asma. Esta sustancia química era mucho menos potente que la Pervitina, lo cual no fue óbice para que fuese utilizada para dopar a los atletas en los Juegos Olímpicos de Berlín (1936).

Sabemos que se usaron drogas de forma masiva e indiscriminada en ambos bandos, pero desconocemos las adicciones que generó, así como las alteraciones que sufrieron los consumidores en su sistema nervioso central.

Una vez finalizada la guerra los médicos continuaron prescribiendo anfetaminas, lo hacían para combatir la depresión. De forma paralela se generó un mercado negro y un uso ilícito de la misma, en donde se incluía, por ejemplo, camioneros que tenían que realizar largas rutas.

Pronto las anfetaminas –conocidas popularmente como anfetas- entraron en las aulas. Los alumnos las utilizaban para aumentar el rendimiento académico y en 1962 las farmacias de San Francisco vendían anfetaminas inyectables para aquellos estudiantes más “rezagados”.

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