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Hombres anunciando compresas o trans con cerveza: el activismo woke pasa factura a las multinacionales

La Agenda 2030 ha impuesto sus postulados en las campañas publicitarias de las grandes compañías. Las cuentas de resultados ya se resienten.

La Agenda 2030 ha impuesto sus postulados en las campañas publicitarias de las grandes compañías. Las cuentas de resultados ya se resienten.
Adidas

Una cosa es el respeto a la orientación sexual, el medio ambiente, o la raza de los empleados de una compañía, así como de sus clientes, y otra cosa es pasar al activismo siguiendo los dictados de la corriente woke y la agenda 2030. Esto empieza a ser evidente para algunas conocidas multinacionales a las que ya han dado la espalda sus clientes ocasionándoles miles de millones de pérdidas.

Uno de los ejemplos más evidentes fue el que sufrió la marca de cervezas Bud Light, que decidió hacer campaña por los trans con una activista e influencer muy conocida llamada Dylan Mulvaney. La campaña no pudo ser más nefasta. Las ventas cayeron en abril un 23% respecto al mismo mes del año anterior, y eso que se habían gastado 100 millones de euros en publicidad. El volumen de pérdidas superó los 5.000 millones de dólares y le ha costado el puesto a la vicepresidenta de marketing de la marca, Alissa Heinerscheid, y al vicepresidente de Anheuser-Busch, que supervisa el mercado de las principales marcas, Daniel Blake, según publicó The Wall Street Journal.


Un caso similar y más reciente ha sido protagonizado por la firma The North Face, quien publicó un vídeo específico para el mes del orgullo gay. Lo hizo con una drag queen también muy conocida: Patti Gonia (cuyo nombre precisamente recuerda a la principal competencia de North Face). Tras el lanzamiento del comercial en redes sociales se disparó el llamamiento a boicotear a la empresa, por los mismos motivos que sucediera con Bud Light.

Lo mismo ha sucedido con Adidas, la famosa firma de ropa deportiva, patrocinadora de grandes clubes como el Real Madrid, que se ha visto envuelta en polémica por una campaña con un modelo masculino para promocionar un bañador de mujer. En realidad no era tal, sino un bañador especialmente diseñado para el mes del orgullo gay de este año, pero en esta ocasión no ha despertado las iras de las franjas más conservadoras de sus clientes, sino de las feministas, quienes han pedido a la marca que no borre a las mujeres, según Daily Mail.

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Bañador creado por Adidas para el mes del orgullo gay 2023

Esta tendencia no se queda aquí. Continúa con otros ejemplos no tan cercanos en el tiempo, como el que protagonizó la famosa sopa de tomate norteamericana Campbell's, quien puso en marcha una campaña aprovechando el lanzamiento en 2015 de El Despertar de la Fuerza de la saga de Star Wars, en el que dos padres daban de comer sopa a su hijo imitando al villano Darth Vader.

Uno de los creativos que estuvo implicado en esta campaña, con el que se ha puesto en contacto Libre Mercado, cuenta cómo después de aquel comercial se sorprendió al ver en redes sociales a algunos detractores de la campaña disparando latas de Campbell's y el consiguiente llamamiento al boicot de la marca.

Algo similar ha pasado más recientemente con Gillette, una firma de productos de higiene masculina y, por lo tanto, con hombres por clientes, y quien en un reciente spot prácticamente se les acusaba de ser tóxicos por el hecho de ser hombres y provocaba una catarata de reacciones en contra.


Cambio de paradigma en los ejecutivos

El dominio en el discurso público, en el "mainstream", de la propaganda LGTBI que dicta la agenda 2030 es tan brutal que el público y los clientes comienzan a manifestarse en contra. Mientras las marcas se afanan por participar de debates públicos que tienen que ver con el cambio de sexo o la paternidad homosexual en sociedades donde está ampliamente extendido y normalizado, otras realidades quedan ocultas, como la inseguridad ciudadana en algunas comunidades, la okupación de viviendas en sociedades como la española, o el brutal empobrecimiento de países enteros en los que ha calado el discurso socialista, como la mayor parte de Hispanoamérica, en casos como Venezuela o Argentina. Países, curiosamente, donde en muchos de ellos estos derechos no están contemplados, tolerados o extendidos.

Problemas reales de violencia, pobreza, miedo y hambre, que no aparecen en la agenda pública de ningún creador de opinión woke que se preste, más preocupado por promocionar compresas con un actor transgénero que de criticar cómo la imposición de las energías renovables ha traído la pobreza energética en sociedades desarrolladas, por poner un ejemplo.


Esta realidad se ha hecho muy evidente en las propias plataformas de streaming. Marcas como Netflix, HBO o Disney están experimentando en carne propia reestructuraciones de los equipos de contenidos después de fracasos sonados como la película de Buzz-Lightyear y su beso lésbico, o la Sirenita, que no logra arrancar en taquilla.

Netflix, donde la promoción de contenidos woke ha llevado incluso a dibujar una Inglaterra de principios del siglo XIX donde la nobleza y realeza está ocupada por personajes de raza negra (Los Bridgerton), ha provocado hilaridad y, en muchos casos, rechazo al tratar de cambiar la historia por conveniencia ideológica.

Ya el magnate Elon Musk señaló en enero de 2022, después de los malos números arrojados por Netflix en 2021, que la plataforma tenía un serio problema de contenido, con historias demasiados politizadas hacia los postulados propagandísticos de la izquierda: "El virus woke hace que Netflix no se pueda ver".

Más recientemente ha sucedido algo parecido con el whisky JB, que comenzó su transición hacia el club de las multinacionales aceptadas por el mainstream woke con un anuncio navideño en el que un abuelo de un pueblo pequeño aprende a maquillarse para maquillar a su nieto de 26 años que es travesti. Ahora se ha llevado varios premios de creatividad publicitaria por su apuesta por el "orgullo de pueblo" en el que básicamente llega una carroza del orgullo gay a un pueblo manchego y lleva la alegría y las ganas de bailar a todo el mundo.


Pero, ¿funciona?

Lo más llamativo de este movimiento, que ha llevado desde hace más de una década a que multinacionales de todo tipo, sea cual sea su público objetivo o su modelo de negocio, empleen cientos de millones de dólares o euros en campañas de concienciación en temas relacionados con la agenda 2030 (inmigración, feminismo, movimientos LGTBi y la eterna lucha contra el cambio climático), es que en muchas ocasiones está alejando al público de las propias marcas.

Esta moralina política que destilan sus anuncios cada día genera más rechazo por parte de su público objetivo, como el caso de Bud Light, Gillette o J&B que han sacrificado ventas por querer tener un hueco entre las empresas más "inclusivas" del mundo desarrollado.

Ahora no son pocos los directivos que afirman que se sienten empujados por sus empleados o clientes a expresar su opinión sobre cuestiones que afectan a toda la sociedad.

Lo que está cambiando ahora, según ejecutivos y asesores empresariales, es que los grupos conservadores y los líderes políticos están respondiendo a las empresas con mayor contundencia. Los consumidores también expresan más abiertamente su frustración por el hecho de que las empresas expresen sus opiniones de un modo que algunos no ven con buenos ojos.

Libertad Digital se ha puesto en contacto con algunos representantes de la industria de la creatividad publicitaria y confiesan que el interés de las multinacionales por posicionarse públicamente en estos debates es evidente, entre otras cosas porque la competencia probablemente ya se haya metido. "Si está mi competencia y yo no a lo mejor pueden pensar que soy homófobo o racista", confiesa este creativo.

Lo cierto es que parece que la fiebre woke comienza a pasar factura en la cuenta de resultados y son muchas las compañías que están empezando a plantearse si es preferible centrarse en sus negocios que en inundar de moralina progre a sus clientes.

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