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Un nuevo estudio concluye que los abejorros juegan, y eso los hace aún más adorables

El hallazgo pone a estos insectos a la altura de otros animales inteligentes como los perros o los delfines.

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Imagen: Universidad Queen Mary de Londres / Animal Behaviour

Las abejas siguen siendo toda una fuente de sorpresas para la ciencia. No solo son capaces de entender conceptos matemáticos, usar herramientas y hasta colaborar para abrir un tapón. Ahora sabemos que sus primos lejanos los abejorros son capaces de jugar, una actividad lúdica hasta ahora reservada a otras especies inteligentes como los perros.

Lo complicado de jugar es que es una actividad difícil de diferenciar de otras más instintivas. Para que la actividad de un animal sea considerada juego deben cumplirse cinco criterios:

  • La actividad no debe contribuir a ningún beneficio evolutivo inmediato o formar parte de una estrategia de supervivencia.
  • La actividad debe ser completamente voluntaria, espontánea y gratificante.
  • La actividad no debe estar relacionada con los comportamientos relacionados con buscar pareja o alimentarse. Esto es obvio si pensamos en los animales que tienen complejos patrones de danza previos al apareamiento. No bailan porque les divierta sino porque forma parte de su protocolo para buscar pareja.
  • El juego debe ser repetido, pero no estereotipado.
  • La actividad debe de iniciarse bajo condiciones no estresantes.

Atendiendo a estos requisitos, un equipo de investigadores de la Universidad Queen Mary de Londres comenzó a experimentar con abejorros comunes (Bombus terrestris) usando pequeñas pelotas de colores. En un primer experimento, se mostró a los abejorros una sala en la que había varias de estas bolitas de colores. Ahí los investigadores constataron que los pequeños animalitos tienden a jugar con ellas y eligen bolitas del mismo color que la cámara en la que están.

Do bumble bees play?

En un segundo experimento pusieron las pelotitas en una cámara que conducía a otra con comida, pero sin ninguna relación entre ellas. Los insectos perfectamente podían ignorar las bolitas e ir directamente a por la comida. Sin embargo, decidían hacerlas rodar sin que existiera ningún beneficio aparente para esa actividad.

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No solo eso, los ejemplares más jóvenes tienen mayor tendencia a jugar, justo igual que ocurriría con cachorros de perro o niños humanos. Hubo ejemplares que jugaron de forma repetida con las bolitas más de 100 veces durante sus idas y venidas a la comida. El descubrimiento tiene importantes implicaciones a la hora de valorar el bienestar de estos animales porque implica que son capaces de tener experiencias sensoriales positivas. “Esperemos que esto nos lleve a respetar y proteger la vida en la Tierra aún más”, concluye Samadi Galpayage, principal autor del estudio. [Universidad Queen Mary de Londres vía IFL Science]