El madrileño que hablaba catalán. Una historia personal

El 24 de noviembre de 2005 recibí en el móvil una llamada que cambiaría mi vida para siempre. Era cerca de la una de la tarde y me encontraba en un anodino edificio de oficinas cerca del Aeropuerto de Barajas, en mi puesto de trabajo como teleoperador en una empresa de nombre improbable que disponía de la concesión para el servicio de atención al cliente de una gran compañía eléctrica. El presidente Zapatero llevaba poco más de un año en el cargo, sólo existían cuatro canales nacionales de televisión en abierto y el Fútbol Club Barcelona atesoraba una única Champions League en sus vitrinas. Quien me llamaba era el que sería mi jefe durante más de tres años y lo que me comunicó es que habían decidido contratarme. El trabajo tenía mucha mejor pinta que la aburridísima sucesión de llamadas que atendía de ocho a cuatro y el sueldo sobrepasaba por muy poco el mileurismo en doce pagas (una fortuna comparado con mi salario como teleoperata), pero lo que realmente suponía un cambio es que el puesto de trabajo era en Barcelona.

La comisaría de Vía Laietana, en Barcelona, y a la derecha con letras de colores, la ventana desde la que yo miraba pasar el tiempo mientras hablaba por teléfono.

Había empezado a buscar trabajo en la Ciudad Condal unos meses antes, decidido a dejar de gastarme un tercio largo de mi escaso pero no completamente inmerecido sueldo en viajar a Barcelona para visitar a la que por entonces era mi novia y hoy es la madre de mis hijos. Después de patearme decenas de empresas de trabajo temporal me fueron llamando para realizar un puñado de entrevistas. Dado que vivía en Madrid, solía juntar dos o tres en un mismo viernes, que tenía que pedir de vacaciones, y de paso me quedaba el fin de semana. Cualquiera que haya ido a muchas entrevistas de trabajo en poco tiempo tendrá el mismo sinnúmero de anécdotas que acumulé yo en esas semanas: preguntas absurdas, test psicotécnicos ideados por un enajenado mental, esperas ingratas en salas asépticas, taxis a toda velocidad para no llegar tarde a la segunda entrevista del día porque el miserable capullo de la primera llegó una hora y media después de la hora convenida, cosas así. Yo traía de casa una desventaja obvia: mi conocimiento del catalán se reducía a pedir un tallat en la cafetería de la estación de autobuses y a lo que había aprendido viendo la TV3 en sucesivas vacaciones de verano en Mallorca. Fundamentalmente el nombre de los fichajes estivales del Barça. Dado mi origen mesetario y presumiblemente centralista en ningún sitio me preguntaron si sabía catalán; consideraban más probable acertar el gordo de la Primitiva seis veces seguidas con la misma combinación de números. Sí me preguntaron, en todas partes, por qué un madrileño quería venirse a Barcelona. Y también me preguntaron, literalmente en cada entrevista de trabajo, si era del Real Madrid. La respuesta a la primera pregunta ya la conocéis, y la segunda, bueno, también. Fue mi primer contacto con lo que sería una constante durante unos pocos años: cierta extrañeza, ocasionalmente incluso asombro, por el hecho de que un madrileño (¡y encima madridista!) quisiera mudarse a Barcelona.

Los tres días tras aquella llamada fueron frenéticos. Dimitir del trabajo, invitar a cervezas a todo el equipo, salir medio piripi de la oficina, buscar algún lugar mejor que un cajero automático para dormir en la Ciudad Condal, comprar un traje y por lo menos un par de camisas y corbatas, hacer la maleta, decidir qué diez libros me llevaba (eso fue lo que más tiempo me supuso), comprar un billete de avión de sólo ida y… marcharse para siempre. Me despedí de amigos y familiares con muchas lágrimas y abrazos y, finalmente, me fui. Barcelona me esperaba con sus playas, sus guiris, su Sagrada Familia… y su idioma.

Mi primer día de trabajo fue un lunes. Acudí con mi traje, camisa y corbata nuevos (hasta la ropa interior era de estreno) y me marché de ruta con mi jefe, que me introdujo rápidamente en los misterios de la venta al pequeño y mediano empresario, pieza fundamental del tejido empresarial de Cataluña y bla bla bla. Las dos primeras reuniones fueron íntegramente en catalán, así que entendí bon dia y fins aviat (hasta luego)Me pregunté cómo demonios iba yo a venderle nada a un pequeño empresario si ni siquiera podía hablarle en su idioma. Pero pensé también que si me habían contratado sería por algo. Es más, me aseguraron que normalmente no me haría falta el catalán, aunque siempre sería un plus. En realidad tenían razón. Pronto comprobé que la mayoría de las reuniones en el área metropolitana de Barcelona eran mayoritariamente en castellano (según el Excel que empecé a guardar con mis contactos, un 80%), mientras que fuera de la capital y su área de influencia directa los porcentajes se invertían. De hecho había cierta correlación entre distancia a Plaza Cataluña y porcentaje de reuniones celebradas en catalán.

No tardé mucho en darme cuenta de otra cosa: la competencia en Barcelona era brutal, con al menos una docena y media de competidores visitando a los mismos enterpreneurs y empresarios que yo. Sin embargo lejos de la gran ciudad era mucho más fácil colocar el producto; los competidores eran muchos menos (en ocasiones yo era el primer comercial de mi ramo que veían en meses) y por si fuera poco el empresario medio estaba más abierto a recibirme, cosa que contradecía totalmente mis ideas previas sobre la Cataluña Profunda. En realidad simplemente tenían más tiempo. Así que en vista de que mi cliente tipo iba a ser un votante convencido de Convergencia i Unió, de los que bailan sardanas en la plaza del pueblo después de misa y usan la expresión «clar i catalá» cada dos frases, me dije «tengo que empezar a hablar catalán». Y un buen día, lo hice.

Aproximadamente la mitad de mi jornada laboral la dedicaba a buscar gente con la que concertar reuniones, llamarles y, en al menos tres cuartas partes de las ocasiones, ser rechazado. El día en que empecé oficialmente a hablar catalán estaba peinando con el teléfono un pueblo mediano a 80 kilómetros al norte de Barcelona, más cerca de los Pirineos que de mi oficina. Mi interlocutor era el gerente de un organismo público del ayuntamiento, que entonces, como ahora, estaba presidido por los independentistas de Esquerra Republicana. Obviamente uno no puede llamar a un sitio donde el alcalde ha ordenado retirar la bandera de España del balcón del ayuntamiento y hablarle en castellano si lo que pretende es que se gaste en uno el dinero que el consistorio ha extraído de las carteras de los vecinos, así que me lancé.

Bon día, volia parlar amb el gerent, sisplau. Soc en Diego González, de la companyia tal.

El silencio se abatió sobre la oficina como un tsunami sobre las costas de Indonesia. De repente todo parecía suceder a la velocidad de un vídeo de los Slo-Mo Guys. Una compañera dejó caer un bolígrafo, que dio tres vueltas completas a lo largo de unos quince segundos antes de golpear el suelo con el mismo estruendo que provocaría la caída de la Estación Espacial Internacional en un contenedor de reciclaje de vidrio. La totalidad de la oficina giró su cabeza hacia mi y pude escuchar el crujido de sus vértebras como su fueran canicas cayendo sobre mármol. En sus ojos se podía leer una mezcla de asombro y espanto, como si hubieran visto a un niño de tres años recitar las obras completas de Shakespeare en lituano. Alguien abrió la boca para decir algo y podría jurar que lo escuché un par de escalas más grave, como cuando un disco suena a la mitad de sus revoluciones.

Toda la oficina estaba pendiente de mis palabras. Tres docenas de pares de ojos abiertos como platos soperos me observaban; probablemente no habrían estado tan asombrados si se hubieran encontrado un alienígena cambiándole una bujía a su nave espacial monoplaza en el cruce de Diagonal con Balmes. La llamada fue bien. Había memorizado en catalán el discurso de presentación de la empresa (el elevator pitch, que le dicen) y mi interlocutor, ajeno al asombro y la consternación que inundaban mi oficina me concedió una reunión para la semana siguiente. Colgué con un gràcies i fins aviat y me dispuse a anotar en la agenda la reunión. No pude. Se desató una tormenta de exclamaciones y aplausos y tuve que explicar cómo es que había aprendido catalán «tan rápido». Llevaba cinco meses en Barcelona.

De aquella llamada saqué dos conclusiones: una, podía hablar en catalán durante tres minutos sin que mi interlocutor se diera cuenta de mi origen mesetario y dos, hablar catalán siendo madrileño, madridista y votante declarado del Partido Popular era algo poco menos que milagroso a ojos del catalán medio. El caso es que yo no le di ninguna importancia: era un vendedor trabajando en comarcas donde el porcentaje de catalanohablantes supera el 90% y lo más lógico desde cualquier punto de vista pero especialmente desde el punto de vista comercial era al menos intentar hablar en el idioma de mis clientes.

En aquel pueblo prepirenaico me fue bien, pero sólo porque conseguí el contrato. Mi primera reunión de trabajo en catalán fue bastante fiasco. Como realmente yo todavía no hablaba catalán, tenía que traducir mentalmente cada palabra que escuchaba o pronunciaba. Y cuando no conocía una determinada palabra, la pronunciaba en castellano pero quitándole la última letra, en un caso extremo de si cuela, cuela que a ratos resultaba hilarante. A efectos prácticos en la conversación sólo parecía que yo era un poquito lento, como si me hubiera caído de cabeza al suelo siendo niño, pero la cefalea que me produjo la traducción simultánea me llevó a pedir tiempo muerto antes de cumplirse los diez minutos de reunión. Tuve que confesarle a mi interlocutor mi origen situado más allá de Fraga y preguntarle si le importaba que yo hablara en castellano aunque él continuara la conversación en catalán. Su reacción fue reveladora.

– Espera, quant temps dius que portes aquí?
– Quatre o cinc mesos

El funcionario empezó a aplaudir lentamente, como si fuera una de esas escenas de película norteamericana en la que un personaje aplaude poco a poco hasta que todo el gimnasio de Scrotusville, Nebrahoma, donde están celebrando la fiesta del jarabe de arce rompe en una standing ovation. Sólo que allí no había nadie más que ella y yo. Permaneció durante veinte segundos aplaudiendo y asintiendo vehementemente mientras mi rostro iba pasando por toda la gama de rojos de Pantone.

– Molt bé, noi, impressionant

Yo no lo veía tan impresionante, si he de ser sincero. Si hubiera estado viviendo en Londres, a los cinco meses todo el mundo esperaría que fuera capaz de mantener una conversación medianeja en inglés. Pero suceden dos cosas: Hay una parte considerable de catalanes y de restoespañoles que consideran que el catalán está bien como cosa folclórica pero el idioma de verdad es el español; y el catalán de dos generaciones medio, específicamente el catalán nacionalista, considera tal cosa como una afrenta personal, y da por sentado que en el resto de España todo el mundo odia el catalán y a sus hablantes porque, total, no tienen nada mejor que hacer. Es gente que habla del catalán como «idioma de acogida», como si aquellos que se mudan a Barcelona desde Murcia, París o Buenos Aires necesitaran ser acogidos, o como si en Cataluña sólo existiera un idioma y el castellano fuera algo ajeno, pese a que es la lengua materna de más de la mitad de los catalanes.

Volviendo al tema, así fue como creé mi personaje de madrileño catalanoparlante, recorriendo decenas de miles de kilómetros por la Cataluña interior a bordo de mi Citröen C3 de color erróneo. En los dieciséis años que llevo viviendo aquí he conocido gente nacida en la República Democrática del Congo, Argentina o Rumanía que habla un catalán fantástico. Y de hecho a nadie le extraña demasiado. Pero, ah, yo era mucho más exótico que todo eso. Yo era de Madrid. Madrid es el Cid, son los Reyes Católicos, es Franco, es el gol anulado a Rivaldo en el Bernabéu. Madrid es Mordor. En Madrid todo el mundo tiene una bandera de España preconstitucional en el balcón y maldice la existencia de Cataluña antes del desayuno. Todos conocemos eso que le pasó a un amigo de un amigo, que en una ocasión sacó el móvil en un taxi madrileño y habló en catalán y el taxista se detuvo y le ordenó a gritos que le bajara. Eso fue justo antes de que se encontrara a la chica de la curva y se despertara sin riñones en una bañera llena de hielo.

De hecho, para un cierto tipo de catalanes el problema más que Restoespaña es Madrit. Soria, Murcia, Sevilla, Badajoz, La Coruña, Valladolid, en general esos lugares pueden llegar a ser más o menos normales, o por lo menos aceptables. Pero Madrid no. Madrid es el agujero negro donde desaparecen las ilusiones de los catalanes, el sumidero donde los sueños del esforzado payés que cultiva la tierra milenaria amb les seves mans se pierden para siempre; este parecía ser el trasfondo de la perplejidad con la que solía ser recibida la revelación de mi madrileñidad. Pero también se traslucía una cierta sensación de ser unos completos incomprendidos. La gente con la que hablaba se sentía injustamente retratada por un estereotipo de catalán tacaño, insolidario y ombliguista, y tenían razón para ello; la prueba, precisamente, era lo bien que me trataban a mi por haber hecho algo tan sencillo como haber aprendido catalán para venderles mi moto. El mito, bien real, del charnego agradecido siempre flotaba por encima de todas estas conversaciones, pero en mi experiencia los agradecidos eran ellos.

Mi personaje de madrileño-que-habla-catalán me fue extremadamente útil durante los tres años  y medio que trabajé en aquella empresa. Me hice fuerte en plazas como Igualada, Vich o Manresa, bastiones nacionalistas donde explotaba alegremente mi personaje para generar buen ambiente con el empresario o responsable de turno y después colocarle el producto (que, todo sea dicho, era bastante bueno). Estaba tan lanzado que a punto estuve de enchufarle un contrato de los gordos al Monasterio de Montserrat; habría sido algo así como que el Real Madrid ganara 0-23 en el Camp Nou. Con 23 goles de Íker Casillas. Desde su portería. Con el culo. Sin mirar. No cuajó, pero el hecho de llegar a la última fase contra un proveedor multinacional unas dos o tres millones de veces más grande que la empresa para la que yo trabajaba (literalmente: era la Telefónica) ya era de por sí un éxito casi imposible.

Los años fueron pasando. He tenido media docena de trabajos distintos desde entonces y el catalán me ha sido estrictamente necesario en un total de ninguno. Útil sí, en un par; en la mayoría me fue mucho más necesario el inglés, casi siempre más útil que el español, de hecho. Es lo que tiene Barcelona, es una ciudad cosmopolita, a veces uno diría que a su pesar. El catalán, sin embargo, sigue siendo mi segundo idioma, que hablo y escribo mejor que el inglés pese a usarlo menos, quizás porque lo aprendí de más joven y porque fueron muchas horas de radio en catalán mientras conducía por carreteras secundarias camino de alguna ciudad mediana a cien kilómetros de mi casa. Recuerdo aquella época con verdadero cariño, en parte porque, bueno, era joven, delgado y moderadamente guapo, pero también porque conocí mucha gente que pensaba de forma radicalmente distinta a mi y, lo que es mejor, se sentía lo suficientemente cómoda, empoderada o lo que fuera para compartir eso conmigo. Era la época anterior al procés, esa sucesión de necedades y bravatas que culminó con el sainete de hace cuatro años y el gobierno catalán encarcelado o huido; era perfectamente normal que el propietario de una empresa de retractilados de algún pueblo con nombre de santo le preguntara o le expusiera su opinión política a un comercial de servicios de telecomunicaciones nacido en Madrid; existe una regla básica en el mundillo comercial que es no hablar bajo ningún concepto de fútbol, religión o política, pero yo me dediqué a romperla de forma sistemática en un territorio supuestamente hostil y no sólo no tuve problemas sino que me fue muy bien. Creo que ahora eso sería imposible. La polarización que trajo consigo el tostón insufrible de la independencia ha convertido en prácticamente imposibles muchas conversaciones, no digamos ya entre desconocidos. En eso Cataluña no es diferente al Reino Unido post Brexit o a los Estados Unidos de Trump y Biden; lo que aquí empezó en 2012 y acabó en 2017 no es, en mi opinión de señor que tiene muy poca idea de casi nada, más que el reflejo local de un proceso de radicalización que en Occidente ha tenido muchas manifestaciones. No somos tan especiales como nos gusta pensar.

Hace unos años murió mi jefe de aquella época. Tenía un año menos que yo ahora: 41. Era un tipo deportista, sin vicios conocidos, poco dado a excesos, y se lo llevó por delante un cáncer. Todavía de vez en cuando me toca agarrar el coche y tragar asfalto para ir a convencer a alguien de que su dinero estará mucho mejor en mi cuenta corriente que en la suya. Cada vez que paso por algún pueblo o ciudad inevitablemente enumero en mi cabeza los clientes que tuve allí. He dicho varias veces que me inventé un personaje para vender más, pero lo cierto es que no lo hice. Fue un traje que me hicieron, y yo, bueno, me lo puse con entusiasmo porque en realidad me sentaba bastante bien. No sé si hay una moraleja en esta historia. Probablemente no. Pero hubo un tiempo donde un hincha furibundo del Real Madrid podía pasearse por lugares donde el 90% de la población no quiere ser española y no pasaba absolutamente nada. Y me alegro de haberlo vivido.

El hombre y su máquina, mayo de 2006

32 respuestas a “El madrileño que hablaba catalán. Una historia personal

  1. Ariel 19-enero-2022 / 8:48 am

    Enorme, me imagino al puto niño vestido de Drácula y con dientes de plástico mientras recita 😂😂😂

  2. pedgonvi 19-enero-2022 / 8:55 am

    En 2005 yo también cambië de provincia por curro y también conducía un C3 azul en el trabajo. 🙂

  3. Marcelo 19-enero-2022 / 11:25 am

    Excelente Diego ! Abrazo grande desde Argentina!

  4. peppuigmestres 19-enero-2022 / 11:55 am

    T’agrada escriure i expliques molt bé aquesta història. M’agrada que no ho consideris un fet excepcional perque no ho és. Com tú dius, parlar la llengua dels teus clients, és el més sensat si vols vendre. Però al marge de motivacioins professionals, tú incorpores naturalment el català a la teva vida quotidiana. Madrit pot ser un forat negre per molts catalans, però els madrilenys amb la ment oberta, votin a qui votin,són una font d’aires nous. Benvingut!

  5. Jesús 19-enero-2022 / 1:24 pm

    Como aborigen de zona catalanoparlante, corroboro que hay un muro de cristal especial para pasar del castellano al catalán. A nadie le sorprende que alguien chapurree inglés, incluso a niveles de «yo gran jefe indio gustar manzana desayuno», pero pasar de castellano a catalán tiene mucha más miga. Todo el mundo te observa mucho más, hay también gente que mezcla la política y está a la que salta esperando a que te equivoques para pitorrearse, y en la práctica, reconozcámoslo, ante tanta presión, pues pasa poco. Por eso me parece fantástico tu testimonio, porque es una pena que un tema tan bonito como las lenguas que tenemos se ensucie por politiqueos varios (del color que sean, me da igual), y se vea que no hay para tanto, y ni aprender catalán o hablar en castellano son una humillación ni un «ceder terreno al enemigo». Al final, son cultura, y deberíamos estar orgullosos de ella. Gracias.

  6. chubasco 19-enero-2022 / 2:32 pm

    Curiosamente yo tambien soy de Madrid y tambien me fui a vivir a BCN en 2005, en junio, tambien por la novia de entonces. Pero yo me volví en Mayo de 2007. Yo nunca necesité el catalan y nunca me vi impelido a hablarlo, por vergüenza principalmente, aunque claro mis curros fueron otros. Siempre tuve la sensación de que aunque era de Madrid y del Real Madrid, mis conocidos allí nunca tuvieron problema con ello y que coincidi tambien con mucha gente de ideas distintas a las mias.

  7. Matias ND 19-enero-2022 / 2:45 pm

    Muy buena historia. Muy intersante.

    Y comparto lo mencionado en el final sobre la radicalización en Occidente.
    Lo noto al menos en mi país, y eso que no hubo un cambio tan radical como el Brexit, o lo de Cataluña.

    La radicalización en varios de los partidos políticos me hacen sentir en «campaña electoral» permanente.
    Ojo, igual no descarto que eso sea por mi edad y me de cuenta de cosas que hace cuatro o cinco años, y aún en la pubertad no notase.

  8. Juan Manuel Grijalvo 19-enero-2022 / 3:14 pm

    Me haces pensar en escribir algo sobre mis experiencias, con el con qué de que yo llegué a Barcelona al principio de los «felices setenta» del siglo pasado, y el «problema catalán» estaba planteado en unos términos que hoy resultan -casi- ininteligibles.

  9. Pedro José Martínez 19-enero-2022 / 4:05 pm

    Yo también viví en Cataluña y fui tratado como una pieza de curiosidad más que como un ser humano. Claro que yo soy del barrio Salamanca y suelo vestir como los aborígenes de mi vecindario, así que ya les di el trabajo hecho. Soy de izquierdas, pero eso tampoco iba a importar demasiado porque era un madrileño que les servía para reafirmar todo su sistema de creencias. En el resto de etapas de mi vida no he tenido ningún problema para entablar relaciones de amistad. En Barcelona fue imposible porque la ciudad estaba empeñada en tratarme como un ser extraño en el organismo. En fin, tampoco es que lo eche de menos, para alguien que se ha divertido siempre mucho saliendo de noche esa ciudad es un infierno. Me alegra que a ti te fuese bien en todo caso, siempre es mejor así.

  10. Sèrgi Gomar 19-enero-2022 / 7:48 pm

    Hace usted un análisis de situación en el que se ha encontrado con un conjunto de prejuicios por parte de lo que ha definido como Catalunya profunda. Y es que cada uno reacciona según su experiencia, por lo que, lamentablemente, ha sido tratado como una rareza…y es que hasta cierto punto lo fue usted.
    Lo que señala usted cómo adaptación conveniente al entorno debería ser lo habitual, pero para muchos no es necesario o directamente se niegan por los más diversos motivos.
    Los prejuicios existen en todas partes. Como catalanoparlante he tenido que soportar desde el «para ser catalán eres muy agradable» hasta la pregunta con sorpresa «Ah! pero sabéis hablar castellano?». No por ello debemos generalizar, por suerte hay la misma vida inteligente en Madrid que en Catalunya.
    Si, encima, trato de explicar mi condición de aranés y que tengo una tercera lengua como propia…a más de uno puede explotarle la neurona solitària que habita en su cabeza.
    Conclusión: que España se conoce muy poco a si misma, y mientras no consigamos hacer entender que tenemos un patrimonio lingüístico de los más amplios y vivos del mundo, el barco irá a la deriva.

  11. Karji 19-enero-2022 / 8:00 pm

    De vez en cuando entre tanto ruido y crispación uno se encuentra cosas que dices caramba qué bien, qué sensatez.
    Esta semana, dos tazas.
    Una (y sin ser yo futbolero y menos del Madrí), la entrevista a Michel.
    Otra, esto.
    ¡Gracias!

  12. Oriol 20-enero-2022 / 4:17 pm

    Solo un comentario, para la reflexion. Por que crees que a los catalanes les parece raro que alguien de otra parte que de España quiera hablar y aprenda Catalan, pero no tanto (aunque yo creo que tambien sorprende mucho, si no se ha criado en Cataluña, lo que pasa es que hay muchas personas que sus padres son de fuera, pero ellos ya nacieron en Cataluña) cuando lo hace alguien de fuera de España?

    Dicho esto, creo que a veces haces algun comentario basado en tu sesgo personal, pero en general, interesante leer tu experiencia.

    • Diego González 20-enero-2022 / 10:50 pm

      Todos mis comentarios están basados en mi sesgo personal. Por Dios, estoy contando mi vida, ni puedo ni quiero ser objetivo. 😀

  13. Marc 20-enero-2022 / 4:55 pm

    Muy interesante el texto, y muy bién redactado! Dicho esto, no concuerdo con algunas cosillas y sobretodo creo que se te cae la careta en la última frase.

    «hubo un tiempo donde un hincha furibundo del Real Madrid podía pasearse por lugares donde el 90% de la población no quiere ser española y no pasaba absolutamente nada. Y me alegro de haberlo vivido.»

    SIgues pudiendo hacerlo y lo sabes, solo que no te da la gana porque mucha gente que conocías ahora es abiertamente independentista y ya los ves con otros ojos, esa es la realidad y seguramente ni tú mismo la ves. Se puede seguir hablando catalán y disfrutar de la cultura catalana sin necesidad de entrar en política, aunque estés rodeado de ella puedes elegir no hacerle caso (y soy de los que también me parece super cansino), ya sabes cómo están las cosas, con esteladas o sin ellas.

    Creo que otra cosa en la que te delatas es que solo has puesto casos en los que has sacado provecho económico del catalán, cuando leí el título realmente pensé que se trataba de un madrileño que terminó hablando catalán por integrarse en cierto grupo o simplemente para aprender otra lengua de España, pero no, cuando dejaste tu trabajo donde te aprovechas de hablar catalán tú mismo lo dices:

    » He tenido media docena de trabajos distintos desde entonces y el catalán me ha sido estrictamente necesario en un total de ninguno»

    Y ahí parece que termina tu aventurilla con el catalán, en fin, sé que los madrileños no tenéis malas intenciones pero fracasáis en comprender la plurinacionalidad del territorio, así que cada uno por su lado y au.

  14. Diego González 20-enero-2022 / 10:57 pm

    El problema es que usas el verbo «integrar». Yo aprendi catalán por puro utilitarismo, pero después lo he seguido hablando con regularidad porque me ha dado la gana. Además disfruté mucho en el proceso: fue mi primera lengua distinta de la materna.

    Pero yo no necesitaba integrarme en nada, no soy una función matemática. Antes de aprender catalán ya tenía amigos, novia, familia y trabajo, sin haber dicho nada más complejo que «posa’m una bossa, sisplau» a la cajera del Bonpreu. A nadie de mi entorno le importaba lo más mínimo si sabía o no catalán, más que a mi. Incluso a mis clientes les daba igual, catalanoparlantes incluidos. Agradecían, claro, que aprendiera el idioma, pero si no, tampoco les parecía una afrenta ni nada relevante,

    Y con el tiempo eso es lo que desapareció. De repente había que respetar no se qué tradiciones y cultura so pena de lesa catalanidad, y hablar en castellano en según qué ambientes se volvió extraño, cuando no ofensivo. En 2005 el tipo que montaba un pollo en un bar porque la camarera ecuatoriana no le entendía cuando pedía «un cigaló d’aromes i unes escopinyes» era un friki y un payaso, hoy tiene asociaciones a su servicio pagadas por todos y un respaldo social enorme. Ese fue el gran cambio.

  15. Dabis 22-enero-2022 / 4:49 am

    Grande Diego, ya se te echaba de menos por aquí. Muy chula la historia por cierto, cuando te hagas famoso y publiques tu autobiografía (ambas cosas son cuestión de tiempo, claramente) podré decir con orgullo y cierto aire snob que ya me conocía la anécdota de antes. Jeje

    P.D.: Nada que ver con el meollo del artículo, pero me has sacado un par de carcajadas con lo del gimnasio de Scrotusville de Nebrahoma celebrando la fiesta del jarabe de arce y lo del chavalín recitando de memoria la obra completa de Shakespeare en lituano. Bravo por la imaginación y las comparaciones random

  16. pep 22-enero-2022 / 5:13 pm

    La verdad, «la cataluña profunda» , como aquel belga que se paseaba por el Congo y aprendía la lengua de los aborigenes. Tu prosa destila supremacismo rancio , por cierto, típico del español medio de los últimos siglos. El amo que aprende la lengua de la colonia , en fin .. otro día en la oficina

    • Francisco Manuel 1-febrero-2023 / 12:24 pm

      Muy bien, para que no se ofenda, toda Cataluña es igual (sea lo que eso signifique para usted), desde Barcelona hasta el Valle de Arán. Y hablando de «ranciedad» todavía jaja

  17. Cavaliery 24-enero-2022 / 5:57 am

    Una pregunta (como sudamericano que soy), en España, como le dicen mayormente al idioma: Español o Castellano?
    En Sudamerica, 99% te va a decir Español.

    Buena lectura!

    • Dabis 25-enero-2022 / 12:46 pm

      Teóricamente el término correcto es castellano, pero comúnmente se dice español.

      Un saludo amigo

    • Lautaro 16-febrero-2022 / 1:27 pm

      En Argentina la mayoría dice «castellano», pero supongo yo que, debido a las instalaciones de software y derivados donde dice siempre entre las opciones «español» o «traducir al español», cada vez usamos más este último término en detrimento del anterior…

      • Xaqun Lpez 10-octubre-2022 / 4:30 pm

        Un matiz es que en España hay tres idiomas oficiales (Constitución dixit), por lo tanto los tres son españoles… pero otra cosa es la lengua oficial del estado español, como lengua diplomática, entonces tenemos que castellano es sinónimo de español (fuera de España)… el gallego, por ejemplo, no es sinónimo de español «fuera de España» (aunque se puede debatir mucho sobre el asunto, como con todo!)…

  18. Pablo Álvarez 24-enero-2022 / 11:32 pm

    Diego, hace años que leo tus posteos y es la primera vez que comento. Me descostillé de risa, como siempre y más. Por favor, publica más seguido jaja😅
    Tuve la suerte de vivir en Barcelona casi un año y recorrer distintos lugares de Cataluña.
    Un saludo desde Argentina

  19. cupenijmaz2021 19-febrero-2022 / 6:42 am

    «En eso Cataluña no es diferente al Reino Unido post Brexit o a los Estados Unidos de Trump y Biden; lo que aquí empezó en 2012 y acabó en 2017 no es, en mi opinión de señor que tiene muy poca idea de casi nada, más que el reflejo local de un proceso de radicalización que en Occidente ha tenido muchas manifestaciones. No somos tan especiales como nos gusta pensar». Soy mexicano y esta frase hizo que viera la polarización de mi país ( Lopezobradorismo vs. Oposición) como un proceso global mucho más complejo que una simple retórica local.

  20. Ricardo Mora 5-agosto-2022 / 9:02 am

    Un cordial saludo desde Colombia.
    ¡¡ No abandones el blog !! Todos sus contenidos son bastante interesantes. Espero que el autor esté bien.
    Mis mejores vibras y deseos desde estas latitudes : )

  21. Alex 17-junio-2023 / 10:32 am

    Yo también soy madrileño y emigré a Barcelona sin saber catalán. Aprobé el nivel C y en muchas tiendas he tenido ese momento de placer haciendo creer a mi interlocutor que estaba hablando con un catalán. Sus caras al dejarles caer que era madrileño eran impagables.

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