¿Son los musulmanes culpables?

 

¿Somos los madrileños chulos? ¿Son los vascos soberbios, los gallegos desconfiados, los catalanes agarrados? Esas afirmaciones parecen tan estúpidas que resulta innecesario discutirlas. Pero ahora hagamos otra pregunta. Por ejemplo, ¿son los españoles unos gritones comparándolos con ingleses, o franceses, o alemanes?

Hoy, en nuestro país, muchas personas han adoptado niños nacidos en África, en Asia o en Sudamérica. No se diferencian en nada de los niños nacidos en España. Gritan tanto como los nacidos aquí.

Todos estos calificativos son falsos cuando pretenden describir los caracteres constitutivos de un grupo. Es indiferente que ese grupo se base en criterios geográficos, religiosos, de clase social, de raza, de edad o de cualquier otro tipo.

Sin embargo, pueden ser ciertos en cuanto resultado estadístico aplicado a un grupo definido de antemano, siempre que se refieran al momento concreto en que se comprueban. Obviamente, esas condiciones previas nos exigen excluir el uso de adjetivos referidos al individuo, ya que no te conviertes en mentiroso por formar parte de un grupo en el que la mentira (más en concreto las conductas concretas individuales incluidas en la muestra) se produce con más frecuencia que en otro usado como término de comparación. Y, por otro lado, no solo pueden ser ciertos, sino que pueden ser útiles para explicar los comportamientos de una mayoría o una minoría de miembros de un grupo.

El auténtico problema es, sin embargo, y precisamente, nuestro carácter grupal. Nuestro cerebro categoriza. Al convertir sumas de comportamientos predominantes en rasgos caracterológicos de todos los miembros del grupo, incluidos los aún no nacidos —y para la eternidad—, tendemos a mantener la predominancia de esos rasgos. Y eso no es lo peor. Lo peor es resultado de la suma de la flexibilidad y la necesidad. Cuando los rasgos predominantes se diluyen y empiezan a desaparecer, se hace imperioso sustituirlos por otros, y los seres humanos somos extremadamente rápidos a la hora de encontrarlos. Son conocidos los experimentos realizados al efecto. Estudiantes universitarios englobados aleatoria e inocuamente en grupos que pocos días después ya han desarrollado una aversión tribal a los «otros».

Hay, por tanto, cierta realidad (aunque distorsionada) en esos prejuicios con que recibimos a los que identificamos como miembros de otros grupos. Esa realidad no es sólo producto de la definición más o menos cerrada de nuestro grupo, sino del comportamiento del «otro» que también se sabe «diferente» y actúa en consecuencia (bien orgullosamente, bien con vergüenza).

Si a eso le unimos los problemas añadidos de que se puede ser miembro de muchos grupos, que los grupos están «interseccionados» entre sí, y que unos engloban completamente a otros, la respuesta a las preguntas del principio se cargan de peros y desarrollos.

Podríamos pensar que un buen camino sería el de avanzar utilizando las propias armas del instinto de grupo, creando definiciones que se basen en conceptos abstractos, como el de ciudadanía. Por desgracia, esos intentos son desnaturalizables. El ser humano es un depredador de ideales. Los engulle y los transforma para la consecución de sus instintos. Termina justificando el crimen y la agresión de un grupo contra otro, utilizando conceptos como «infiel», «contrarrevolucionario», «burgués» o, incluso, «fanático» y «bárbaro».

El único camino es el de la asunción de la complejidad del problema. No dejaremos de ser tribales, pero hay que prevenirse contra la tribu. La primera prevención nos exige que estemos alerta ante los que derivan consecuencias estructurales de simples descripciones. Ningún grupo ha permanecido desde siempre. No existen destinos indiscutibles. La segunda prevención nos exige estigmatizar cualquier característica que solo pueda predicarse de algunos seres humanos por el hecho de formar parte de un grupo. La tercera prevención nos exige colaborar para crear grupos lo más ampliamente extendidos que se pueda, de personas que compartan las anteriores prevenciones, y que estén dispuestas a considerar saludable la evolución -constante- política, legislativa y de las costumbres, y que además crean que el ámbito de decisión y de jurisdicción debe abrirse (al menos para las cuestiones esenciales) a ámbitos geográficos cada vez más amplios. Los grupos son menos dañinos cuando están sometidos a las reglas de otros más amplios, y cuando una de esas reglas es que la finalidad del grupo es la defensa de la libertad del individuo, más que una definición de su felicidad basada en el dato estadístico, en el destino manifiesto o en la decisión de terceros. El ideal de un gobierno mundial bajo estas reglas no debería abandonarse. Ese ideal es una respuesta en la dirección correcta. Como puede observarse, este ideal es enemigo de ciertas ideologías.

Puesto que no podemos impedir un instinto tan terriblemente fuerte, no queda otro remedio que manipularlo inteligentemente. Llevamos intentándolo miles de años. Y el impulso es más fuerte después de uno de esos episodios de violencia que parecen irracionales, pero que son la simple consecuencia de la prevalencia del beneficio de algo inexistente, el grupo como ser autónomo y diferente de sus miembros. Esas definiciones, que eluden el problema estadístico y convierten a los individuos en células de un organismo, terminan despreciando el destino de esos constituyentes, incluso apartando como células cancerosas a aquellos que no quieren perder su derecho a decir que no.

Es un trabajo difícil. No terminará nunca. De cómo lo hagamos depende el futuro.

Un comentario en “¿Son los musulmanes culpables?

  1. Somos una máquina de fabricar prejuicios. Nos resultan útiles y facilitan las cosas. No importa, son necesarios muchas veces, pero siempre que sepamos que son eso: prejuicios.
    Sirven para mantenernos seguros y calentitos, pero cuando hay que avanzar o crecer, hay que dejarlos de lado. Son un tremendo obstáculo para el conocimiento.
    Creo que lo que diferencia a la fe de la ciencia no es la inexistencia de prejuicios, sino el que aquella los tiene por ciertos.

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