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Emparedadas para sentirse libres

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Había dos posibilidades: brujas o emparedadas (también llamadas ‘muradas‘). Durante la Edad Media y su largo epílogo una de las posibilidades que tenía una mujer para ser independiente y libre de señores, curas y maridos era hacerse bruja. Bueno, más bien las hacían, ellas probablemente solo se dedicaban a vivir su vida todo lo libremente que podían.

Y eso era un problema. Gordísimo. Esas mujeres se salían del redil  y eran un mal ejemplo, tan intolerable que se montó toda una industria dedicada a reprimirlo a sangre y fuego. Literalmente. Bueno, en realidad dicha industria se dedicaba a aumentar el pánico social en su propio beneficio, y para eso usaban la sangre y el fuego.

Aquello de ser bruja era muy peligroso, así que algunas mujeres intentaron otra vía, nada fácil tampoco, para ganar su independencia: emparedarse a voluntad. ¿Emparedarse hasta la muerte para ser libres?


Las emparedadas –también denominadas muradasejercían el llamado ‘Voto de Tinieblas’, un fenómeno que se remonta a la Edad Media y que llega hasta el siglo XVII en diversas partes de España y de la Europa cristiana.

El emparedamiento se utilizó en muchas ocasiones como castigo, pero no es ese el tipo del que hablo hoy, sino de unas mujeres que en uso de sus facultades decidieron apartarse del mundo –aunque no del todo, como veremos– y encerrarse entre cuatro paredes.

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Una realidad variada

No han quedado muchos testimonios directos de éstas emparedadas –mujeres de distintos orígenes, tanto burguesas como campesinas– y de sus motivaciones íntimas para encarcelarse voluntariamente.

No podemos descartar el fanatismo religioso en algunos casos, o la huida de una situación opresiva en otros. También una profunda espiritualidad y, en lo que puede parecer una paradoja, un intenso deseo de libertad. Sacrificaban la libertad del cuerpo para disfrutar la del alma y el pensamiento. Se apartaban de la comunidad para sentirse una parte más importante, y valorada de ella.

La práctica del emparedamiento fue muy variada. Lo más común es que el encierro fuera en solitario, pero también se dieron algunos casos en que varias de ellas vivían en comunidad. A veces el encierro era en la propia casa y otras en una cueva.

Pero en la mayoría de los casos las emparedadas se tapiaban en el muro de una iglesia para vivir el resto de sus días en un pequeño habitáculo, de forma espartana. En esas celdas poco podían hacer, salvo leer y rezar durante todo el día. Dejaban una pequeña ventana desde la que recibían comida -a veces solo pan y agua- y se comunicaban con la gente.

Porque era voto de tinieblas, no de silencio. Todo lo contrario: las emparedadas se convertían en consejeras tanto de sus vecinos como de personalidades importantes. Con su sacrificio conseguían ser voces autorizadas, algo que se les había negado por su sexo. Algunas aprovecharon esa vida contemplativa para escribir obras relacionadas con la espiritualidad y la mística.

Emparedadas, ni antisistema ni integradas

El reconocimiento social les venía porque su acto no era un ejercicio de protesta contra la autoridad. De hecho eran muy valoradas y ensalzadas, no solo como ejemplo de sacrificio cristiano sino también por su servicio a la comunidad.

Las emparedadas eran mujeres especiales y como tales se les tenía. Mucha gente se acercaba a ellas en busca de consuelo o rezos por su alma, a algunas incluso se les atribuían poderes sanadores. También se les pedía consejo, tenían una autoridad moral de la que no gozaban el resto de mujeres de la época.

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En la imagen el bajo de una escalera del convento del Palancar, donde dormía San Pedro de Alcántara. (Gracias, Pedro Luna). No es celda de emparedadas pero podemos hacernos una idea.

Vivían en una posición borrosa.  No desafiaban abiertamente al poder político y religioso pero se mantenían al margen de él. No se integraban en un convento con sus normas y jerarquías, iban a su aire. Profundizaban la fe a su manera, pero no negaban la doctrina ni caían en herejía.

Era una postura radicalmente individualista, impropia de una mujer de la época. Pero a diferencia de las brujas, era una rebeldía dentro de un orden, integrada socialmente. Tanto es así que su acto era una fiesta perfectamente ritualizada. La prueba es que iniciaban su encierro, que la mayoría de las veces era hasta su fallecimiento, con una una especie de entierro, de despedida de su vida civil.

En la ceremonia estaba presente el obispo o en su defecto algún otro miembro del clero, que velaban porque el emparedamiento fuese ‘de verdad’ y no un fraude.

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Celda emparedadas de Astorga. La misma de la imagen que encabeza el post.

En dicha ceremonia la futura emparedada tiene que prometer solemnemente que se lo va a tomar en serio. Luego se celebra una misa de requiem, tras la que tañen las campanas y la murada cede todos sus bienes a la comunidad. Finalmente se le da la extrema unción. Lo dicho, un entierro cristiano.

Consejeras, beatas y santas

Algunas emparedadas fueron elevadas a los altares, como beatas o santas. Quizás la más famosa sea Santa Oria, por el poema que le dedicó su paisano Gonzalo de Berceo.

Desemparó el mundo Oria, toca negrada, / en un rencón angosto entró emparedada, / sufrié grant astinencia, vivié vida lazrada, / por ond ganó en cabo de Dios rica soldada.
Era esta reclusa vaso de caridat, /  templo de paciencia e de humilidat, / non amava palabras oís de vanidat, / luz era e confuerto de la su vezindat.

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Ilustración de «La muy devota Oración de la Emparedada», librito al que se le atribuían propiedades mágicas e incluido en el índice de la Inquisición.

Mujeres que debido a su condición vivían en una constante paradoja. Se apartaban del mundo para formar parte de él de una forma más igualitaria. Con ello podían dedicarse al estudio, por ejemplo, y  conseguían ser escuchadas e influyentes en su comunidad. Campesinos, clérigos e incluso nobles venían a pedirles consejo ya que se consideraba que su sacrificio les dotaba de sabiduría.

Mortificaban su cuerpo -imaginen el encierro durante años en una pequeña celda– para liberar su pensamiento. Atrapadas en una sociedad tremendamente machista, se encerraban para emanciparse o, como se diría ahora, empoderarse.

En el siglo XVII esta práctica empieza a declinar y desaparece por completo con el avance de las ideas ilustradas. Aunque queda camino por recorrer en la emancipación, gracias a dios a ellas y otras mujeres, hoy día no es necesario ese sacrificio –voluntario pero terrible y absurdo– para alcanzar la libertad y formar parte como iguales de la comunidad. Una suerte para todxs.
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2 comentarios sobre “Emparedadas para sentirse libres”

  1. Me interesaría conocer la bibliografía utilizada. Tengo que hacer un trabajo para la universidad sobre este tema y me sería de gran utilidad, muchas gracias.

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