Juanelo Turiano. Un gran genio del Renacimiento muy mal pagado en España

Dicen que la ingratitud es un distintivo de la naturaleza humana y en España tuvimos una muestra de la misma con un gran genio del Renacimiento llamado Ianellus Turrianis o Giovanni Torriani, que fue conocido aquí como Juanelo Turriano. Aquel hombre que en 1584 ya era llamado por sus contemporáneos como “gran Matemático, singular relojero, mecánico, astrólogo e ingeniero” estuvo muchos años viviendo en la ciudad imperial española del Toledo renacentista del siglo XVI en donde murió a la edad de 85 años, pero completamente arruinado, en la más absoluta indigencia y acosado por enormes deudas. Y todo ello por el egoísmo y la ingratitud de sus contemporáneos españoles que lo llevaron a esta situación pese a haber sido uno de los mayores ingenieros de su tiempo y haber servido a señores y reyes durante toda su vida.

Podemos afirmar, sin exagerar, que Juanelo Turriano tuvo con la ciudad de Toledo, la misma relación que Leonardo da Vinci tuvo con la Florencia renacentista italiana, pero nuestro hombre tuvo menos suerte que la de aquel polímata florentino. En Toledo destacaron dos personajes que no eran ni siquiera españoles de nacimiento y uno de ellos El Greco nos dejó obras que han perdurado hasta nosotros de forma notoria pero las de Turriano han sido muy poco valoradas por nuestra cultura.

Aunque los datos de su biografía no son muy exactos, se sabe que nació alrededor del año 1500 en la ciudad de Cremona o en alguna otra aldea cercana de la Lombardía italiana y que su padre Gherardo Torresani, era un humilde molinero que explotaba dos molinos sobre el río Po. Por su pobreza no pudo darle ninguna educación universitaria pero Turriano que era un autodidacta, pronto trabó amistad con personajes muy brillantes del entorno cremonés y uno de ellos: Giorgio Fondulo, un reconocido físico, médico, filósofo y profesor de la Universidad de Pavía lo inició en la ciencia de la astronomía de la que luego derivó su afición por los relojes y las máquinas de precisión.

Enseguida ingresó como aprendiz en algún taller de relojería de Cremona, siguiendo la tradición gremial de aquellos tiempos en los que se era instruido en un oficio, recibiendo alimentos y vestido a cambio de trabajo y su progreso fue tan grande que a finales de 1529 ya era considerado como ‘Magíster’ , que era un título que solo se otorgaba a los profesionales con considerable formación y experiencia.

El maestro Turriano permaneció en su Cremona natal hasta principios de la década de 1540 y allí abrió un taller de relojería en donde recibía los pedidos y encargos de aquella ciudad. Consta en las actas notariales del Archivo Storico de Cremona un contrato suyo de 1536 por el que toma a su servicio a un aprendiz pero aquella ciudad pronto se le quedó corta para sus ambiciones y decidió mudarse a Milán en donde dio sus primeros pasos como inventor al diseñar allí una potente grúa y una máquina para dragar la laguna de Venecia.

Aquellos prototipos de Turriano eran, en aquellos tiempos, un auténtico desafío para la ingeniera italiana de la época, pero él estaba destinado a mayores éxitos y su oportunidad le llegó cuando en los últimos meses del año 1529 el emperador Carlos V viajó a Italia para preparar la solemne ceremonia de su coronación imperial, que habría de tener lugar en Bolonia en febrero del año siguiente.

El emperador se detuvo en Pavía y en la biblioteca del castillo de aquella ciudad admiró un complicado y vetusto aparato que había sido, en su tiempo, una joya de la mecánica medieval europea. Sé trataba del Astrarium, un complejo reloj astronómico construido en algún lugar de Italia, Francia o Alemania entre los años 1348 y 1364 por un médico y relojero llamado Giovanni Dondi dell’Orologio. Aquel reloj era considerado como el instrumento científico de mayor complejidad existente hasta el momento, ya que se trataba de un artefacto de siete caras que movido por un complicado mecanismo representaba en cada momento los movimientos de los planetas en el espacio, según las teorías de Ptolomeo. En sus 107 partes móviles se mostraban las posiciones del sol, la luna y los cinco planetas conocidos hasta entonces así como los días de fiestas religiosas.

Fuente

El emperador Carlos V ,que veneraba los relojes, se enamoró de esta pieza, pero había un problema y era que el Astrarium no funcionaba desde hacía ya muchos años porque nadie había sido hasta entonces capaz de arreglarlo, pero él manifestó un insistente empeño en su posesión y arreglo y fue entonces cuando el Duque Gian Galeazzo Visconti representante de Francisco II Sforza tuvo conocimiento de que había en Milán un relojero llamado Ianellus Turrianis que era un experto en el funcionamiento de los complicados mecanismos relojeros y que se consideraba que podía ser el único técnico capaz de volver a poner en marcha el complicado mecanismo del Astrarium, Turriano recibió el encargo de reparar aquel reloj, que se quería que fuera un obsequio de Francisco II a Carlos V como agradecimiento por haberle restituido el estado de Milán tras la victoria española sobre los franceses en la batalla de Pavía y él aceptó el reto.

Durante cuatro meses el emperador Carlos V, gran aficionado a la relojería, recibió sus visitas y existe constancia documental de los pagos realizados a Turriano para sufragar sus gastos de desplazamientos a la corte imperial instalada en Worms, Augusta e Innsbruck con el objeto de mostrar en persona al emperador los progresos de su labor. Finalmente arregló la pieza e hizo entrega de “il Relogio a la Sua Maestà” ganándose con ello el favor de Carlos V, que satisfecho por su trabajo le asignó en marzo de 1552, una pensión anual de ciento cincuenta ducados.

Tras este trabajo la fama de ingeniero mecánico de Juanelo Turriano se extendió por toda Europa y él se empeñó en realizar una versión mas moderna y mejorada de aquel reloj Astrarium de Dondi. Así se lo dijo a Carlos V y el emperador entre la primavera de 1552 y el mes de marzo de 1553 le encargó construirlo, gestándote así un famoso y misterioso reloj al que llamaron “El Cristalino” en el que Turriano utilizó la colaboración de su amigo, el escultor Jacome de Trezzo, para la talla del cristal de la esfera que lo coronaba y todas las partes transparentes de su maquinaria.

En febrero de 1554 presentó en Bruselas el primer prototipo de este segundo reloj a Carlos V y solicitó a su egregio señor los cristales necesarios para concluir su fabricación que llevo bastante tiempo porque Turriano tardó veinte años en construir las mil ochocientas piezas y tres muelles-todo hecho a mano por él- de aquel reloj que carecía del tradicional sistema de contrapesos para funcionar. La pieza levantaba del suelo algo más de medio metro y tenía una esfera de unos 40 centímetros que se apoyaba sobre una base de ocho esferas planetarias en las que el relojero había introducido todo el sistema solar, marcando las horas solares y lunares y con un zodíaco móvil que mostraba la posición de cada astro en cada minuto. Un maravilloso trabajo que-lamentablemente- se ha perdido.

Reconstrucción hipotética del famoso reloj Cristalino

El emperador quedó tan impresionado por aquel trabajo de Turriano que lo llamó a su servicio nombrándolo Relojero de la Corte y cuando en 1556, decidió abdicar en su hijo Felipe II y emprender su postrer viaje a España, con él se marchó Juanelo que permaneció a su lado hasta su muerte en su retiro del monasterio de Yuste. Fueron aquellos tiempos hasta la muerte de uno de los hombres más poderosos de la tierra, cuando su singular ingenio produjo otros mecanismos tan ingeniosos, como un reloj diminuto, que el emperador llevaba en uno de sus dedos, un candado con combinación de letras y una suspensión cardánica, que aplicó a la silla de manos de Carlos V, para aliviar sus padecimientos de gota.

También empezó por aquel entonces a fabricar sus primeros muñecos autómatas, que eran unas pequeñas marionetas movidas por una sencilla maquinaria. En su “Tesoro de la lengua Castellana”, publicado en 1611, Covarrubias ya consideraba a Juanelo Turriano como el primer creador de estas figurillas en la Península Ibérica y entre ellas destaca la de una dama de la corte española con laúd, que se custodia actualmente en el Kunsthistorisches Museum de Viena.

Tras la muerte de su padre, Felipe II no quiso prescindir de los servicios de Juanelo Turriano y lo nombró Matemático Mayor y en 1558, se inicia la etapa en la que él empieza a trabajar para este rey quedándose al principio como encargado de la colección de relojes reales. Luego el papa Gregorio XIII al iniciar la renovación del calendario gregoriano envió un requerimiento a los príncipes católicos con el propósito de conocer la opinión de los expertos sobre la reforma del mismo propuesta por el matemático calabrés Luigi Giglio y la aportación española fue un manuscrito, firmado por Juanelo Turriano de 1579, que se encuentra actualmente depositado en la Biblioteca Vaticana. Tras esto hubo una petición del Vaticano a Felipe II para que concediese a Juanelo Turriano una licencia de dos años con el fin de que trabajase en Roma para los trabajos de la reforma de aquel Calendario pero el Rey no la concedió ya que había descubierto el gran prestigio como ingeniero mecánico de nuestro hombre.

Y así pasaron más de veinte años en los que Juanelo Turiano vivió en España y durante los mismos, el arquitecto real Juan de Herrera lo puso en contacto con las obras más importantes que se llevaron a cabo a lo largo del reinado de Felipe II. Se sabe que diseñó las campanas, grúas e ingenios utilizados por Herrera en los trabajos del Monasterio de El Escorial y que también dirigió la construcción de la presa del pantano de Tibi, en Alicante, que tiene una novedosa planta en curva con una altura de muro de 43 mts y que fue la más alta del mundo durante casi 300 años. Una construcción que puso en regadío casi 3.000 Ha de la huerta alicantina.

Presa de Tibi

Pero su gran creación y también su ruina fue la máquina hidráulica, que diseñó para surtir de agua a la ciudad de Toledo elevando la misma desde el río Tajo. En aquella ciudad había un problema de abastecimiento de agua- especialmente a los palacios que el emperador tenía en la zona del actual Alcázar- y los sistemas preexistentes eran el “modo romano” con un acueducto sobre el Tajo, los tradicionales “azacanes” que acarreaban agua desde el Tajo utilizando mulas y los pozos que se contaminaban por las aguas residuales.

Turriano se inspiró en la idea de unos ingenieros alemanes que habían pensado elevar el agua por medios mecánicos y presentó el proyecto de su famoso «artificio» a los gestores de Toledo. Se trataba de una magnífica obra cercana al puente de Alcántara, que proponía ascender el agua por un desnivel total de 100 metros con un recorrido horizontal de 300 metros y una pendiente media del 33%. Estaba compuesta por una presa, dos ruedas motrices a nivel del río, seis estaciones intermedias –balsa del acueducto, puerta de la Fragua, pasadizo del Carmen, llano de Santiago, corral de Pavones y explanada del Alcázar-, y un total de 192 canjilones dispuestos en armaduras basculantes y agrupados en 24 unidades intermedias o torrecillas. La fuerza motriz se transmitía por medio de bielas de movimiento alternado y con todo ello se aseguraba elevar un caudal de 11,8 litros por minuto, lo que equivale a 17.000 litros de agua cada 24 horas.

El “artificio” de Juanelo

Dibujo de Alejandro Vega del artificio” de Juanelo

El Marqués de Vasto le encargó realizar aquel trabajo para subir a los depósitos situados bajo El Alcazar la cantidad permanente de “mil seiscientos cántaros de a cuatro azumbre de agua”, (unos 12.400 litros diarios) y en 1565 se firmó el contrato de adjudicación entre el rey, la ciudad y Juanelo. En el mismo se detallaba que las obras correrían por cuenta de éste último, pero que si todo funcionaba de acuerdo con lo proyectado, se le pagarían 8.000 ducados, tras 15 días de la llegada del agua al Alcázar y otros 1.900 ducados de renta perpetua cada año, corriendo a sus costas el mantenimiento del citado artilugio.

Juanelo cumplió con su parte del contrato, y su mecanismo funcionó a pleno rendimiento, dentro de plazo y superando incluso las previsiones iniciales al llegar hasta los 1.700 litros pero la ciudad no le pagó, con la excusa de que el caudal completo quedaba para el uso exclusivo del Palacio Real, en donde era almacenado. Así es que arruinado, y tras costear además de su bolsillo el mantenimiento de su artificio durante seis años, tuvo que llegar a un acuerdo para construir otro segundo artefacto que sería sufragado por la Corona y que quedaría en poder de Juanelo y sus herederos. Se terminó en 1.581 y aunque el Rey cumplió con su deuda, la ciudad volvió a no pagarle y no pudiendo costear su mantenimiento terminó en la mas absoluta de la ruina

Juanelo asediado por las deudas, se vio obligado a vender este segundo artificio al rey Felipe II y murió en Toledo, el 13 de junio de 1585, a la edad de 85 años en un estado de extrema pobreza, tal y como puede verse en este fragmento de una de sus cartas póstumas enviada al Rey en abril de 1586

hazer saber a V. queda con mi muerte mi casa en tan extrema necesidad, que se avra de pedir limosna para me enterrar…”.

Y antes de morir dejó el legado postrero de su genio para vergüenza e ignominia de aquella ciudad que tan mal le trató. No se conserva el prototipo y tan solo queda en el Museo de la España Mágica de Toledo una reproducción del llamado “Hombre de Palo”, que se supone que fue la última obra de Juanelo Turriano. Existen dudas sobre la naturaleza y función de aquel curioso autómata pero la leyenda más extendida es que consistía en un aparato antropomórfico de madera, construido con el fin de recolectar limosnas que caminaba por las calles de Toledo agradeciendo con una reverencia la generosidad de quien le entregaba alguna moneda para su creador.

Reproducción del «hombre de palo»

No sabemos si Juanelo Turiano construyó realmente su Hombre de Palo” pero me gustaría que fuera cierto para la vergüenza de sus contemporáneos toledanos porque a veces la historia es tremendamente injusta con algunas personas.

Fuentes:

Fundación Juanelo Turriano. Reconstrucción el Artificio de Juanelo Turriano en Toledo.

Lázaro, Antonio. Memorias de un Hombre de Palo (El relojero del Rey).

Moreno Santiago, A. y Moreno Nieto, L. “Juanelo y su Artificio. Antología”. Toledo. Comunicación 2006.

Reti, Ladislao. El artificio de Juanelo en Toledo. Diputación provincial de Toledo (1968).

Un comentario

  1. Gabriel Tamayo dice:

    Que cabritos los toledanos de la época y que desagradecidos… pobre genio cómo lo tomaron.

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