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El discurso extremosensible o el catecismo Playground
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Juan Soto Ivars

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El discurso extremosensible o el catecismo Playground

La última cruzada de la extremosensibilidad ha sido proscribir la incorrección política, con lo que, gracias a los dioses, los cómicos de izquierdas han empezado a cabrearse

Foto: Jordan Peterson discute con los estudiantes que protestaban contra él en el campus de la Universidad de Toronto
Jordan Peterson discute con los estudiantes que protestaban contra él en el campus de la Universidad de Toronto

Hoy, cuando el discurso extremosensible se ha instalado en la izquierda española, miramos atrás y recordamos lo que nos reíamos cuando llegaron de Norteamérica sus primeros ramalazos. Dice Camille Paglia que aquello brotó de la tendencia identitaria de los departamentos de estudios culturales, que necesitaban material para seguir pagando a sus profesores, y que consiguieron hacerse fuertes gracias al sentimiento de culpa de los hijos de buenas familias demócratas en las universidades de élite. Fernando Broncano hace un estudio serio en su nuevo libro, 'Cultura es nombre de derrota' (Delirio), en el que nos permite conocer los orígenes intelectuales de esta bola de nieve que ha crecido hasta volverse descomunal.

En España, desde la publicación de 'La mancha humana' de Philip Roth hasta el ascenso de Donald Trump, nos extrañaba y maravillaba por exótico el reinado norteamericano de la extremosensibildad y sus consecuencias. Por ejemplo, el castigo disciplinario a un profesor que había cerrado la puerta del despacho en la revisión de un examen, las listas de palabras prohibidas que suenan ofensivas aunque se utilicen sin mala intención o el “trigger warning”, que pretende evitar a los universitarios un soponcio extremosensible y que ha dado lugar a historias tan delirantes como la de Lindsay Shepherd: jovencísima profesora en prácticas cuyo pecado, que la llevó al comité disciplinario de la Universidad de Wilfrid Laurier, fue proponer un debate sobre Jordan Peterson en un aula compuesta por jóvenes adultos extremosensibles. ¡Cuando ni siquiera ella estaba de acuerdo con las “peligrosas” ideas de Peterson!

Foto: Rober Bodegas, de Pantomima Full, en una actuación en Comedy Central. Opinión

Pero el discurso extremosensible se expandió y llegó a España para quedarse. Una aclaración innecesaria: ¿es malo ser sensible a las injusticias endémicas de la sociedad y señalarlas? Para nada: es necesario. Pero su exceso, el deslizamiento a la extremosensibilidad, convierte la virtud en vicio, y es precisamente gracias al vicio que el discurso extremosensible ha sabido infiltrarse en una izquierda llena de sentimiento de culpa y de sensación de fracaso. El despertar necesario a ciertas injusticias tradicionalmente menospreciadas por la izquierda europea, como el género o homosexualidad, ha dado lugar al deslizamiento extremosensible que ha desplazado cuestiones fundamentales como las económicas y de clase social.

El giro Buzzfeed

Los ejes sobre los que gira el mundo para el extremosensible son la opresión y el privilegio, generalmente leídos entrelíneas en la cultura. Estas dos categorías organizan de manera estricta todos los aspectos del mundo y de la sociedad, desde la pareja al trabajo, de las relaciones paternofiliares a la convivencia en el metro de Madrid o la cartelera del teatro y del cine. Oprime -siempre y en todos los casos- quien ha nacido en una posición de privilegio respecto al oprimido, esquema lleno de disonancias que el extremosensible ataja mediante la acusación.

Foto: Scaachi Koul es redactora de 'Buzzfeed' en Canadá y una de las protagonistas de 'Internet y el nuevo periodismo'. (Netflix) Opinión

De esta forma, vemos a chicos blancos de clase media explicándonos el sentimiento de injusticia incontestable y ancestral que experimenta un afroamericano porque en una película de Hollywood no aparecen suficientes personas de raza negra, con lo que, de paso, se ahorra que lo juzguen a él. Yo he visto en Playground a un tipo paliducho que abominaba contra no sé qué serie americana porque las minorías raciales no estaban suficientemente representadas, y acto seguido he rastreado todas sus fotos con amigos sin encontrar, entre hipsters blancos, un mísero gitano, árabe o centroafricano que diera al conjunto cierta equidad en la representación. Pero ya decía Fernán Gómez que todos los curas son polígamos.

El extremosensible se blinda como un armadillo con dos corazas: una de Foucault y sus epígonos y otra de superioridad moral e intelectual

El extremosensible viene blindado como un armadillo por dos corazas: una de Foucault y sus epígonos mal digeridos y otra de superioridad moral e intelectual. Cuando su detector básico de opresión y privilegio se dispara, el extremosensible emplea el discurso despectivo, arrogante, sentimental y determinista que condena categóricamente cualquier actitud o palabra, y que proporciona para todas las injusticias imaginables explicaciones tan sencillas y lineales como la trama de Star Wars.

El extremosensible presenta una gran ventaja frente al discurso argumentado, y es que todo el mundo puede entender el mensaje, ajustarse a unos esquemas básicos y sentirse, hasta cuando ha nacido en Pozuelo, tan conectado a sufrimiento ancestral como Rosa Parks. Su discurso encaja en vídeos de 50 segundos, en hilos de tuits que te lo explican todo y en dramáticos testimonios virales que causan sensación. Playground y Buzzfeed son su catecismo, donde encontramos primero las líneas de importación norteamericana. Luego, con suficiente ruido tuitero, esas líneas terminan en medios de tirada nacional.

La batalla está en la izquierda y el frente en la comedia

Como el extremosensible sabe que no puede derrotar a la derecha, ha decidido ignorarla y someter a la izquierda, que se acojona con sus acusaciones. Esta batalla lo convierte en un tipo pasivo-agresivo, siempre dispuesto a expulsar de “su” izquierda a quien no comulgue al 100% con su aseveración. Ataca de forma categórica con el ad hominem: “si dices esto es porque eres tal cosa”; “si lo que dices me recuerda remotamente a lo que dijo tal fascista eso te convierte en fascista a ti”; “conozco tus auténticas intenciones mejor que tú”. Como ciertos hongos que colonizan una losa árida y terminan produciendo el ecosistema que les beneficia, ha dado lugar a una cultura de la ofensa que le permite crecer y engordar.

La última cruzada de la extremosensibilidad ha sido proscribir la incorrección política y los cómicos de izquierdas han empezado a cabrearse

La última cruzada de la extremosensibilidad ha sido proscribir la incorrección política, con lo que, gracias a los dioses, los cómicos de izquierdas han empezado a cabrearse. En los noventa, la incorrección política era la actitud contestataria, irrespetuosa, impredecible y osada que se atribuía a cómicos como Bill Hicks o George Carlin, cineastas como David Lynch o Woody Allen y artistas como Bjork o Liam Gallagher. Una lente para observar la sociedad que se colocaba siempre en el ojo opuesto al de la mojigatería. Hasta bien entrado el milenio, se entendía que era políticamente incorrecto quien se atrevía a decir lo que pensaba aunque no gustase a todo el mundo y violentase la moral dominante, pero el extremosensible dio un giro: ahora es él, en vez de los curas, el vigilante de la moral.

De esta forma, humoristas de izquierdas como Bill Maher, Jim Jefferies o Ricky Gervais se han visto asediados por los representantes hiperventilados de la extremosensibilidad y sus altavoces en los grandes medios de comunicación, que saben muy bien que toda polémica cultural relacionada con la raza o el sexo produce clics. La extrema derecha, por cierto, está encantada con el regalo de la incorrección política, de la que hace gala para intentar humillar impunemente y conectar con las aspiraciones de una masa que tiene graves problemas para llegar a fin de mes.

Creo que es hora de que la izquierda recupere su irreverencia, pierda el miedo a la fatua extremosensible y se prepare para reaccionar. De lo contrario, más de lo mismo: discutir por un monólogo ofensivo mientras las desigualdades económicas del capitalismo no dejan de crecer.

Hoy, cuando el discurso extremosensible se ha instalado en la izquierda española, miramos atrás y recordamos lo que nos reíamos cuando llegaron de Norteamérica sus primeros ramalazos. Dice Camille Paglia que aquello brotó de la tendencia identitaria de los departamentos de estudios culturales, que necesitaban material para seguir pagando a sus profesores, y que consiguieron hacerse fuertes gracias al sentimiento de culpa de los hijos de buenas familias demócratas en las universidades de élite. Fernando Broncano hace un estudio serio en su nuevo libro, 'Cultura es nombre de derrota' (Delirio), en el que nos permite conocer los orígenes intelectuales de esta bola de nieve que ha crecido hasta volverse descomunal.

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